El tema que nos convoca en esta mesa, el estado de la crítica de cine en Bolivia, me ha vuelto a enfrentar a una serie de preguntas que para efectos prácticos bien podría sintetizar en dos: ¿Para qué escribimos crítica? y ¿para quiénes la escribimos? Hablo de preguntas elementales para quienes cultivan la escritura sobre cine y que, debo reconocerlo, había dejado de hacérmelas hace ya tiempo. Y si no me las hacía no es porque ya las tenga respondidas ni muchos menos. Al contrario, tiendo a pensar que nunca he encontrado para ellas respuestas plenamente satisfactorias. Lo más probable es que, como les sucede a tantos otros esclavos de la rutina profesional, haya cedido al automatismo de seguir haciendo algo –en este caso, escribir sobre cine– solo por costumbre, sin preguntarme por el sentido y la utilidad de hacerlo. Pues bien, qué mejor oportunidad que estas Jornadas de Cine Boliviano para volver a plantarme ante las preguntas de marras, incluso a sabiendas de que he de fracasar soberanamente en el afán de responderlas satisfactoriamente.
Vamos a la primera pregunta: ¿para qué escribimos crítica de cine en Bolivia? Aunque tratándose de unas jornadas dedicadas a la cinematografía nuestra, la pregunta debería ser la siguiente: ¿para qué escribimos crítica sobre cine boliviano? Voy a remitirme brevemente a mi experiencia personal. En mi caso, el cine estuvo antes, mucho más antes que la escritura. Pasé gran parte de mi niñez y juventud repartido entre el colegio y el videoclub. Me decidí a estudiar Comunicación Social porque pensé que me permitiría seguir viendo, pensando y, eventualmente, haciendo películas. Me alcanzó para lo primero y un poco para lo segundo. En medio apareció el periodismo. Más temprano que tarde acabaría orientando mi naciente curiosidad por el periodismo hacia el cine, que para entonces ya habitaba como mi casa. Comencé a escribir sobre cine en el primer lustro de la pasada década, tratando siempre de alternar lo periodístico y lo cinéfilo. Con esto quiero decir que mi concepción y práctica de la escritura sobre cine está inevitablemente condicionada por mi experiencia periodística, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. No me considero un crítico de cine en sentido puro o pleno, sino un periodista que se las da de opinador de imágenes en movimiento o un crítico que aún cree en el valor de ofrecer información sobre películas, realizadores y cosas peores.
Acaso en consonancia con esta doble condición, la de periodista y la de crítico, la primera respuesta –y una de las más duraderas– que me di a la pregunta de para qué escribir sobre cine, se podría resumir así: para atender la necesidad de visibilizar ante la opinión pública películas nacionales que de otra manera pasarían injustamente desapercibidas. Una pretensión tan ingenua y demagógica como se lee y suena, pero que está lejos de ser propia y exclusiva, pues sintetiza, en buenas cuentas, una de las grandes batallas de la crítica de cine contemporánea en todo el mundo: la batalla contra la tiranía del box office, esa bestia negra del cine que suele condicionar lo que se ve y lo que no en cines, en función de las millonadas que les preceden y de las que persiguen.
No es casual que gran parte de mis primeros textos sobre cine, como los de varios otros contemporáneos, estuvieran dedicados a películas bolivianas, a las que, por razones obvias, creía en desventaja frente a los productos industriales con los que competían en cartelera, y por las que, por razones no tan obvias, guardaba altas expectativas. Hasta antes del boom del digital, a mediados de la pasada década, los estrenos bolivianos eran tan esporádicos que uno realmente esperaba que cada nuevo filme boliviano fuera la siguiente Ukamau (Jorge Sanjinés, 1966) o la nueva Cuestión de fe (Marcos Loayza, 1995) o la heredera de Chuquiago (Antonio Eguino, 1977). Pero, como se ha repetido hasta el cansancio, lo que pasó fue que, a medida que el número de estrenos crecía, decrecía la calidad de los filmes. Eran cada vez más contados los trabajos decentes, así que los que escribíamos crítica nos dedicamos a apalear a nuevos y no tan nuevos realizadores por la falta de rigor al hacer sus películas. Sin eufemismos: nos entregamos el linchamiento sistemático de los bodrios que se exhibían en cines con el rótulo de cine boliviano. Con ello también cambió la respuesta a nuestra primera pregunta o al menos se matizó: ya no podíamos escribir para visibilizar despropósitos cinematográficos, en el sentido de alentar su visionado, sino que si algo cabía revelar eran sus taras y vicios. La crítica no podía reducirse a un ejercicio celebratorio del cine boliviano, sino que debía entregarse a su desenmascaramiento. Una interpretación mínima de estas dos respuestas sobre el sentido/utilidad de la crítica de cine boliviano apunta a la creencia de que esta puede incidir en el comportamiento de los públicos, es decir, que puede animar al espectador a ver o dejar de ver determinada película. Otra ingenuidad. A la postre, esta elección derivó en un resultado no necesariamente deseado: escribimos sobre películas bolivianas para enfadar y ridiculizar a sus hacedores y ganarnos su odio eterno.
Conviene, ahora, vincular estas dos respuestas a la primera pregunta que abordamos con el intento de responder a la segunda: ¿para quiénes escribimos crítica sobre cine boliviano? Como ya se sugería, el primer destinatario de la crítica de cine boliviano es el público con interés y condiciones para consumir películas nacionales. Siendo más específico, hablo de un público que tiene acceso a los periódicos y/o plataformas digitales donde se solían publicar y aún se publican las críticas. El segundo público es, qué duda cabe, el de los cineastas responsables de las películas, a quienes los comentarios podrían, en un caso, ayudar a promocionar sus trabajos y, en otro, desnudar sus falencias.
Volviendo a la primera pregunta, y superada –aunque no del todo– la idea escribir sobre cine boliviano para alentar/desalentar su consumo, ejerciendo alguna influencia en el comportamiento del público, sobreviene una respuesta más encantadora, aunque expuesta al onanismo: escribimos sobre cine boliviano para prolongar el placer o el desencanto de un filme, más allá de su visionado. No se trata ya de intentar persuadir al espectador de ver o dejar de ver una película boliviana; tampoco de complacer o retar a su realizador. A lo que apunta el ejercicio de la crítica es a compartir sensaciones, ideas y hasta lecciones detonadas por la cinta en cuestión. Si algo reivindica esta noción es que la escritura sobre cine boliviano es un ejercicio que demanda pensar su objeto: convertir la crítica en una creación cuasi-autónoma que es capaz de desentrañar las formas de las imágenes, pero también de emplearlas para ensayar una interpretación de la realidad. Así pues, ya no es tan importante valorar si una película es buena o mala, si corresponde visibilizarla o no ante la opinión pública, recomendarla o no al espectador, complacer o no a su director; sino apropiarse de ella para producir pensamiento.
A esta nueva respuesta a para qué escribimos de cine boliviano corresponde también una nueva respuesta sobre el público al que se dirige lo escrito. Si antes se pensaba en un público heterogéneo, unido por un interés relativo y las condiciones para acceder al cine boliviano, ahora la figura tiende a estrecharse hacia un público más específico, habituado a ver cintas nacionales, leer lo que se dice de ellas y, eventualmente, escribir/opinar sobre algunas. No es una exageración afirmar, en este punto, que este tipo de escritura sobre cine boliviano cuente entre sus destinatarios más directos a otros críticos o comentaristas de películas. Esto que puede parecer patético o ridículo, bien visto, no lo es, porque si algo viene forjando la crítica de cine boliviano en el último tiempo es una suerte de comunidad de pensamiento, un espacio compartido por quienes, aun teniendo lecturas e intereses diferentes, están comprometidos con la reflexión en, desde y con el cine nacional. De esto dan testimonio libros colectivos de reciente edición como Insurgencias (sobre Insurgentes, de Jorge Sanjinés)[1], 12 películas fundamentales del cine boliviano. Cine boliviano: Historia, directores, películas[2], Extravío (sobre Olvidados, de Carlos Bolado, producida por Carla Ortiz)[3], o Socavones (sobre la obra del colectivo Socavón Cine)[4], todos dedicados a analizar cintas bolivianas. Estas publicaciones hablan, asimismo, de una transición significativa de la crítica de cine en el país: de los espacios periodísticos a la universidad. El posicionamiento del cine boliviano como objeto de estudio de la academia (el caso de la carrera de Literatura de la UMSA es el más paradigmático) supone la llegada de la crítica de cine a un público más intelectualizado y menos genérico que el del periodismo.
En el recuento sobre los destinatarios de esta aproximación de la crítica de cine boliviano tampoco quedan fuera los realizadores, que, con más o menos convicción, suelen estar interesados en lo que se diga de sus filmes. Y por supuesto, y a esto me refería cuando aludía al riesgo onanista, está la posibilidad de que se produzcan textos aparentemente solo destinados a los que los escriben y a sus egos. Esta variante encuentra asidero en el hecho de que son cada vez menos en el país los espacios periodísticos tradicionales (medios impresos de circulación masiva y diaria) para publicar crítica de cine, habiéndose cerrado o reducido drásticamente en el último tiempo suplementos y secciones culturales, cuando no periódicos enteros, lo que supone que se escriba sobre películas con menor frecuencia y para un público desinteresado o deshabituado a buscar y leer comentarios cinematográficos en medios impresos. Sin embargo, la crítica onanista es también propia de ciertas plataformas ya digitales y 2.0, como el Facebook, donde proliferan los opinadores al uso, que no reparan en dar su versión sobre todo aquello que pasa ante sus ojos y oídos, con tal de asegurarse un ritmo febril de posteo, de likes y de emoticones, que no lecturas. Y es que el análisis sobre el lugar que ocupa actualmente la crítica de cine en Bolivia y en todo el mundo no puede eludir el diagnóstico sobre el impacto que la penetración de internet y las nuevas tecnologías ha tenido sobre los modos de producir y consumir contenidos de toda naturaleza, entre ellos los textos sobre películas nacionales. Pero, por la amplitud y la complejidad del desafío, mejor dejarlo para otra oportunidad y para otras personas más preparadas para asumirlo.
Llegados a este punto, quizá convenga ratificar la hipótesis de que no es posible ofrecer respuestas absolutas a las dos preguntas en torno a las que giran estas líneas. A lo sumo, puedo reconocer que ya hemos aprendido que la crítica de cine en Bolivia no es capaz de incidir en los hábitos de consumo audiovisual de los públicos. Pero no por ello deberíamos renunciar a escribir de películas que consideremos importantes, más allá de que sean vistas por muchos o pocos. Deberíamos aspirar a que, sin reparar en su desempeño en taquilla, los filmes que importen sean acompañados, documentados y reflexionados por la crítica, que bien puede contribuir a otorgarles un lugar en la memoria cultural de este país. No debe renunciarse a la posibilidad que ofrece la crítica de prolongar el placer de ver, sentir y pensar el cine. Tampoco conviene subestimar del todo a las nuevas audiencias, ante las cuales, lejos de parapetarnos apelando a nuestras formas y espacios tradicionales de pensar el cine, deberíamos abrirnos echando mano de los nuevos recursos comunicacionales y tecnológicos al alcance. No mucho más me atrevería a decir al respecto, habiendo el serio riesgo de seguir cayendo en lugares comunes o demagogias.
Por ahora, asimilada la dificultad de responder cabalmente a las preguntas de para qué y para quiénes escribimos crítica de cine boliviano, preferiría prestarme una idea de Ricardo Piglia, quien, a su vez, se la prestó de Stendhal. En la entrevista titulada «Narrar el cine», concedida a Andrés Di Tella e incluida en una reciente edición de Crítica y ficción, el recientemente desaparecido escritor argentino ensaya una definición bella y rotunda del cine. Partiendo de una interpretación del autor de Rojo y negro sobre la novela realista, Piglia sentencia, sin gravedad pero con elocuencia, que el cine es «un espejo que se pasea». Y complementa: «Después discutimos si el espejo está roto o es un espejo deformante de un parque de diversiones o es el espejo de Alicia. En última instancia, es un espejo mágico porque está claro que el cine no refleja la realidad sino que la reproduce». Pues bien, si el cine es un espejo que se pasea, acaso la crítica puede concebirse como un filtro que acude para transparentar o difuminar la realidad que reproduce y, en esa medida, contribuir a consumar plenamente la magia que perpetra o, en su caso, desenmascararla. Así pues, por más retórico que parezca, no sería tan descabellado aspirar a que la crítica de cine boliviano asuma cada vez con más prestancia su complicidad a la hora de generar un encantamiento duradero, para ella misma y para el público, ante aquellas imágenes que persiguen la magia del espejo paseante con honestidad, destreza y belleza.
[1] [Nota de los editores] Libro de críticas sobre el filme de 2012 de J. Sanjinés, editado por la Revista Cinemas Cine y la Escuela Popular para la Comunicación, en formato digital, el 2012, y en formato impreso de corto tiraje, el 2016, en La Paz, Bolivia. Disponible para descarga libre en
http://www.imagendocs.com/publicaciones/
[2] [Nota de los editores] Libro editado por el Ministerio de Culturas del Estado Plurinacional de Bolivia, en coordinación con la Carrera de Literatura de la Universidad Mayor de San Andrés, el año 2014 en La Paz, Bolivia.
[3] [Nota de los editores] Libro sobre la película de 2014 dirigida por el mexicano Carlos Bolado y producida por la boliviana Carla Ortiz. Editado por la Revista Cinemas Cine y el Escuela Popular para la Comunicación, en formato digital, el 2014, y en formato impreso de corto tiraje, el 2016, en La Paz Bolivia. Disponible para descarga libre en http://www.imagendocs.com/publicaciones/
[4] [Nota de los editores] Libro de críticas y textos sobre Viejo Calavera (2016), largometraje dirigido por Kiro Russo, y la producción de Socavón Cine entre 2008 y 2016. Editado por la Revista Cinemas Cine y el Festival de Cine Radical, en formato digital el año 2017. Disponible para descarga libre en http://www.imagendocs.com/publicaciones/w
Referencias
Piglia, R. (2014), «Narrar en el cine». En Crítica y ficción. Buenos Aires: Random House Mondadori.
Texto publicado en «Jornadas de Cine boliviano. La mirada cuestionada» (2018). ISBN: 978-99974-0-190-8
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