Hugo Montero ha pasado casi toda la vida internado en un psiquiátrico. Fue ingresado por primera vez en la década de los cincuenta, con apenas veinte años de edad, y hasta hace poco, a sus ochenta y tantos, seguía recluido en el Instituto Nacional de Psiquiatría Gregorio Pacheco de la ciudad de Sucre, Bolivia. En todos esos años Montero escribió poesía con el ahínco de quien combate dolor y encierro, pero sin por ello evadir el desconsuelo con frases optimistas o fórmulas de autoayuda, sino más bien con el valiente gesto de asumirlos con todo su despliegue de horror y belleza. Dice uno de sus poemas: “(…) mar negro que ha sido nuestro amor/ mar negro, siempre negro/ porque en su cielo nunca brilla la esperanza/ y sin embargo te quiero eternamente/ (…)/ y pienso que si tú también recordaras/ sin que tú quisieras movería/ tu corazón al huracán”.
La película Mar Negro (2018), del director Omar Alarcón Poquechoque, hace un singular retrato a Montero. El director no entrega muchos datos biográficos sobre el poeta. Apenas muestra algunas fotos de archivo y deja entrever en conversaciones y títulos intercalados algunas informaciones sobre su persona, como que fue aviador, abogado y autor de algunos libros de poesía. Pero no estamos ante el retrato clásico de un poeta insigne, de esos que aparecen entrevistados en las pantallas como “cabezas parlantes”, es decir, el plano fílmico que recorta torso y cabeza del entrevistado, aquella parte del cuerpo que piensa, mira y habla, y que (en Occidente, por lo menos) equivale al lugar del cuerpo que porta la razón y la conciencia. Nada oportuno sería, en este sentido, entrevistar de esta manera a un loco, aunque sea poeta. No solo porque carecerá de un discurso articulado, sino porque además su rostro será realmente un mar negro: un abismo por mirada, un gesto congelado en el tiempo y un tic obstinado.
Así, el retrato que hace Mar negro del poeta no se funde tanto en la imagen, sino más bien en la palabra. Tampoco se desgasta la película en categorizar el trastorno de Montero. Más bien, al contrario, logra confundir la delgada línea, apenas perceptible, entre lo que consideramos la verborrea del demente y la palabra poética. Ello porque ninguna de las dos se empeña en la economía comunicacional que procura transmitir mensajes de manera clara, rápida y eficiente. La poesía y la locura corresponden más bien a un vehemente despilfarro de palabras.
Mientras el retrato de Montero toma forma entonces a través de la palabra poética, la cámara retrata el espacio del asilo como lugar de la nada, en donde reina la inacción. En el patio de columnas blancas e imponentes palmeras, los internos dibujan con sus paseos un cansado zig-zag de animal acostumbrado a su jaula. Por los andenes merodean cuerpos encorvados, achacados por la rara mezcla de lentitud y congoja a la que obliga el encierro. En las salas de estar, los pacientes se sientan inmóviles sin esperar más suceso que la repartija cotidiana de pastillas. Están tan quietos que hasta las moscas los caminan. Quietud que mucho dista de la placidez: aquí los cuerpos existen por fuera del tiempo dual del trabajo/descanso.
La cámara se ocupa así de captar tiempos y espacios vacíos, habitados por huracanes a duras penas contenidos por pastillas, vigilancias y rutinas. Al respecto, por cierto, escribía Foucault que la tarea imposible de la psiquiatría consistía en razonar acerca de aquello que por definición solo existe por fuera de la razón. Y también lo dice Montero en un poema que dirige a su doctor: “(…) tu ciencia, ciencia suprema/ es una luz cuyo fulgor no quema”.
La luz de la razón instrumental no puede, así, penetrar el mar negro. Quizás es la metáfora, en cambio, la que alcanza a arrojar destellos sobre esa misma oscuridad, no con la luz absoluta de la razón, sino con la claridad de su propia luz sombría, la de las palabras despilfarradas, sin eficiencia comunicacional.
Mar negro se estrenó en el Festival de Cine Radical de La Paz, en septiembre de 2018. Panacea, una recopilación de la obra poética de Hugo Montero, se publicó en 2017 con Editorial Pasanaku.
Texto originalmente publicado en la página de Imagen Docs del periódico La Razón, 19 de septiembre de 2018.
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