Texto publicado en el suplemento Ramona del periódico Opinión (Cochabamba), el 13 de marzo de 2016.
La publicación de este texto en Imagen Docs acompaña a la proyección de El Combate en la sesión de cortometrajes en homenaje al crítico Claudio Sánchez Castro (1986-2023), del jueves 1 de febrero de 2024 en la Cinemateca Boliviana. Más información aquí.
Un día como hoy, 13 de marzo, nacía en Cochabamba el líder socialista Marcelo Quiroga Santa Cruz. Hace 85 años veía la luz uno de los intelectuales más importantes del siglo XX. Su figura se hace mayor cuando se lo descubre en su más amplia dimensión humana, entendiendo la relación entre acción y pensamiento siempre consecuente. Quiroga Santa Cruz fue asesinado y torturado el 17 de julio de 1980, durante el asalto a la Central Obrera Boliviana (COB) en El Prado de La Paz, en un acto de atropello y brutalidad que daba inicio a la dictadura militar de Luis García Meza.
En 2010, al recordarse los 30 años de la desaparición forzada del cuerpo de Quiroga Santa Cruz se multiplicaron los homenajes y se puso en valor algo más de la producción intelectual de este hombre comprometido con su pueblo y la realidad nacional. Fue entonces que se publicó la biografía escrita por Hugo Rodas, Marcelo Quiroga Santa Cruz. El socialismo vivido. Sucedió entonces que se sumaron las actividades en torno a la memoria de quien fuera Ministro de Minas y Petróleo durante el Gobierno de Ovando Candia, y a quien se le reconoce la gestión de nacionalización de la Bolivian Gulf en beneficio del Estado boliviano.
Al calor de aquella llama encendida, que no es nostalgia sino ejemplo vivo de restitución de la dignidad nacional y denuncia del atropello general, se exhibió en la Fundación Cinemateca Boliviana, como una gestión de la revista online Cinemas Cine, el cortometraje El Combate, que tiene como realizadores a Enrique Arnal y al propio Marcelo. Esta fue una extraordinaria oportunidad para hacer un trabajo de arqueología del cine. Con tal motivo, pude entrevistar a Enrique Arnal y lograr así algunas declaraciones que ayudan a entender de mejor manera lo que significó esta experiencia cinematográfica.
A mediados de los años 50, luego de la Revolución del 9 de abril de 1952, Marcelo dejó Bolivia para radicar en Santiago de Chile. Allí, en 1955, junto con Enrique Arnal y Fernando Montes, jóvenes artistas bolivianos que también residían en el vecino país, entabló una profunda amistad y juntos realizaron algunos cortometrajes con una cámara Kodak de 16 mm. El tiempo de estos primeros experimentos estaba sujeto a la duración de los rollos de película. Según Arnal, el primer corto que hicieron “fue en una estación de trenes y filmamos la llegada de un tren”.
Cierta inclinación al cine por parte de Marcelo se puede rastrear desde las publicaciones que hizo y su trabajo al interior de la revista Pro-Arte, por ejemplo, o en algunos ejemplares de la revista Guión, páginas donde se promovía el arte y la cultura dando especial énfasis a las películas que se exhibían en la cartelera regular, como también, y con mayor atención, a la programación del Cine Club Luminaria, del cual Quiroga fue también animador en los primeros años de la década del 50 en La Paz.
El Combate es el registro de una pelea de gallos, riña que tiene como figuras centrales a un gallo blanco y uno negro, y como protagonista a un niño que observa cómo el negro le gana al blanco, pero la película permite una segunda versión onírica inversa, gracias a la imaginación del niño en la que gana el gallo blanco. La otorgación de valores a los gallos, el registro documental de la riña y una posible ficcionalización de ciertos pasajes que interpreta el niño acercan al corto al neorrealismo italiano, lo emparejan con esta posibilidad de ver la realidad sin muchos filtros y hacen evidentes los conflictos mayores, desde ejemplos —en apariencia— sencillos.
Cuenta Arnal (quien cooperó ampliamente en la realización del film) que en esas épocas él y Marcelo frecuentaban el Club Asil, un reñidero de gallos en la zona de San Pedro. Ahí peleaba un gallo blanco invencible, el campeón de todo el lugar. Un día cuando caía la tarde, cuando parecía que todo había acabado, llegó un hombre que llevaba bajo su brazo, envuelto en un papel periódico, un gallo negro destartalado al que quería hacer pelear para ganarse algún dinero. Por (mala) suerte, le toca contra el campeón. El dueño del gallo blanco acepta el reto y de esa manera se acomoda el espacio. Una extraña atmósfera se apodera del lugar y sucede lo impredecible: el gallo negro gana en el primer round dejando fuera de competencia al contrincante. Arnal recuerda al oponente poéticamente, como “un enviado de la muerte”. En la segunda parte de El Combate, la segunda pelea en la imaginación del niño, el gallo blanco logra ganar la contienda.

Gallos, de Enrique Arnal. Tinta sobre papel, 1993.
En 1959, Quiroga Santa Cruz había comprado un nuevo equipo de cine y tenía mucho interés en empezar a filmar, así fue que realizó La bella y la bestia (cortometraje en 16 mm) y El Combate. Es el mismo año en el que se publica su primera novela, Los deshabitados, obra que en 1962 fue merecedora del Premio a la Novela Iberoamericana que otorgaba la Fundación William Faulkner. Su segunda novela, Otra vez marzo, quedó incompleta y fue editada luego de su asesinato. Es en esta novela póstuma que se encuentran las mayores y más claras referencias a “el combate” como concepto. Con una descripción absolutamente visual, Marcelo logra dar forma desde su literatura a lo que ya ha puesto en imágenes varios años antes con su película. Por ejemplo, dice: “Empuja más la cabeza haciéndola deslizar sobre los barrotes pulidos por sus propias manos, por los picos de otros gallos, por los granos de maíz arrojados desde lejos, hasta por el agua que los animales escurren en su desplumada y herida nuca. Dilata las fosas nasales para aspirar mejor el olor del combate pegado a las tablas, el olor de cien gallos mutilados, arrojados en la profundidad de su jaula, al atardecer, después de la pelea, ateridos, enloquecidos, picoteando la obscuridad con gesto casi agónico, gimiendo de una furia inútil, ebrios de la sangre del adversario metida en el buche, hecha flema que ahoga, con las colas gachas y pringosas del estiércol empujado por el miedo”.
En la novela, Quiroga Santa Cruz utiliza un recurso de la literatura que permite al lector explorar sus sentidos. Y, además de hacer descripciones visuales, apuesta por trabajar lo sensorial desde otras dimensiones: “El olor del combate. ¿Hay, en verdad, un olor de combate? ¿Qué combate? La frente empuja como queriendo penetrar, no en la jaula, sino en el centro mismo de ese olor por cuya autenticidad pregunta José al gallo. ¿Qué combate, sí, qué combate?”. Marcelo se hace la pregunta clave, intenta responder más adelante, y logra incomodar a quien lee con el detalle del olor de los gallos, el estiércol y el propio combate. Es esta la pregunta, entre otras tantas, que quedó por hacerle: ¿Qué es para él “el combate”? Una palabra que se puede rastrear en muchos de sus discursos, en su obra literaria y es la que se puede leer en su obra fílmica. Como sostiene el propio Hugo Rodas, autor de la biografía, Quiroga Santa Cruz trabajaba en una novela titulada El combate, que posteriormente sería publicada como Otra vez marzo. También Luis H. Antezana escribe en 1984 en Cochabamba, para la edición de Otra vez marzo, en sus “Acotaciones”, que, de acuerdo al Diccionario de la literatura boliviana (1977) de Ortega y Cáceres, entre las obras inéditas de Marcelo se encuentra El combate.
“¿Los combates espectáculo o los que nadie especta? Porque hay luchas sobre un escenario y en presencia de una multitud y obscuras disputas a ras de suelo, sin un solo testigo. Los hay en la noche, bajo reflectores, con los puños vestidos y el cuerpo desnudo, y esos huelen a dinero. O aquellos que se realizan al amanecer, en presencia de cinco personas y una vaca imperturbable, y esos huelen a publicidad. O el que sostiene el pueblo combatiente en las minas, en las escuelas, en los mercados, en los talleres, en las calles; y ese huele a comida. Y los que exigen la participación de miles de hombres que un día serán reducidos a uno solo, de bronce, que nunca estuvo en la batalla, y esos huelen a dinero, publicidad y a comida”. Quiroga Santa Cruz se pone más crítico, resuelve desde “el combate” hablar de la realidad y la política nacional. No hay forma de desasociar la política del hombre. Su absoluto compromiso con la causa de un país más justo marca a fuego toda su obra. Toda lectura que pretenda alejarse de esta condición sine qua non peca de intentar asignarle un valor abstracto a un autor que todo lo hizo en relación a la causa del socialismo en Bolivia. He ahí la más importante reflexión que se puede hacer ahora al recordar su natalicio. Y más como una anécdota, se podría decir que, de acuerdo a los propios apuntes hechos por su autor, el personaje principal de Otra vez marzo, José, también habría nacido el 13 de marzo de 1921.
Claro está que existe una distancia temporal bastante grande entre el rodaje de El Combate y la escritura de Otra vez marzo, pero parece una constante la idea de “el combate” en la obra de Marcelo. No se aleja de su continua reflexión este ejercicio de perfilar “el combate” en paralelo a lo que puede ser un reñidero de gallos. Y sin embargo es necesario volver a Enrique Arnal, recuperar de su primer testimonio aquel del 2010, una declaración que también ayuda a entender el cortometraje. Su abuelo criaba gallos en Oruro y el propio Arnal se hizo cargo de la crianza de estos animales durante su adolescencia. En una contextualización histórica, el pintor crea sus más importantes series de gallos a finales de los años 50, por eso también el sentido plástico en la riña de gallos tiene un valor significativo en relación a un registro plano. Hay un sentido estético muy valioso en lo que se ve, y es posible que Arnal haya intervenido conscientemente en este aspecto de la realización.
El niño que sufre y sueña en El Combate es Alfonso Morales, una persona de la que no se sabe ya nada, alguien que, a pesar de figurar en los créditos de la película, parece un ser anónimo. A pesar de tener rostro y nombre, es también uno más. Su significancia en el relato tiene aquella dimensión de poder causar empatía con cualquiera al tener/ser la mirada inocente que se enfrenta a la realidad de “el combate”. Es esta ironía tan amarga, la de tener que estar hablando de desapariciones. En el caso de Morales, una casualidad; en el de Quiroga Santa Cruz, la premeditación y alevosía de la atrocidad criminal de los gobiernos militares. Con ambas desapariciones se pierde la inocencia de la mirada, se quiebra el sueño, se vuelve a la realidad. Pero la desaparición forzosa de Marcelo es más bien el aliento para seguir combatiendo por un país más justo: con pan, techo y trabajo.
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