Texto publicado en los Cuadernos de investigación MUJERES/CINE: Bolivia 1960-2020, proyecto de Imagen Docs y el Festival de Cine Radical, con el apoyo del Centro Cultural de España en La Paz.
La cárcel de San Sebastián, en Cochabamba, es el centro gravitacional de la historia de Cocaine Prison, también conocida como Los burritos, película documental dirigida por Violeta Ayala y estrenada el 2017. Su título hace referencia a un tópico revisitado en los últimos años por la industria cinematográfica y popularizado entre los géneros de drama, acción y biográficos de las grandes producciones internacionales. La obra de Ayala, sin embargo, no podría estar más distante de los imaginarios construidos en torno al narcotráfico, de los personajes protagonistas de esas historias, ni del abordaje desde el cual se las retrata. Cocaine Prison nos muestra el reverso de las narrativas mainstream en un intento por atender a la otra cara de una misma moneda, la realidad ignorada del negocio mundial de las drogas.
Las hormigas o los burritos, los que transportan por primera vez, los que pisan coca; los que siguen órdenes, los reemplazables. Esos son los personajes que nos presenta Ayala, el eslabón más débil de una cadena ampliamente consolidada. En la cinta conocemos a los hermanos Deisy y Hernán Torrez, y a Mario Bernal. Los dos últimos presos en el penal de San Sebastián a la espera de una condena que no llega y sin defensa posible. Como en el cuento de Kafka, “Ante la Ley”, Atisbando desde el umbral aquello en resguardo que se presenta inaccesible: ¿la justicia?
Deisy y Hernán llegaron a la ciudad de Cochabamaba para estudiar. Ambos vivían con su familia, productores de coca del Chapare. Soñaban con crear una banda de música, pero necesitaban dinero para comprar los instrumentos. En el intento por conseguirlo, Hernán es detenido traficando dos kilos de cocaína en la frontera con Argentina. A Mario lo conocemos en el penal, a la espera de una audiencia que se posterga indefinidamente, sin comunicación con su familia, sobrellevando los días en la cárcel, con sus compañeros. Mario había sido contratado para pisar coca por primera vez cuando lo aprehendieron.
Realidad penitenciaria
La cárcel de San Sebastián albergaba, en 2018, según un informe de la Defensoría del Pueblo publicado el mismo año, a 772 presos. El mismo informe aclara que dicho centro penitenciario tiene una capacidad máxima para albergar a 290 personas. En San Sebastián, como en muchas otras cárceles de Bolivia, los presos conviven sin ningún tipo de clasificación penal de acuerdo al tipo de delito juzgado y a la peligrosidad del mismo, o si son reincidentes. Entre los privados de libertad que permanecen hacinados en el centro, existen varios, si no son la mayoría, acusados por los mismos delitos que Hernán y Mario.
En el gobierno del expresidente Evo Morales se promulgaron, el 2017, tres normas legales para atender los asuntos que estaban regidos por la cuestionada ley 1008, sobre el régimen de la coca y sustancias controladas, y que fue promulgada 29 años antes, en 1988. En 2012, cuando Hernán todavía se encontraba preso, la sobrepoblación de los centros penitenciarios fue atendida de urgencia con el decreto 1445 de indulto para privados de libertad. Fue gracias a ese decreto que Hernán obtuvo su libertad. Un tiempo antes, Mario ya había salido libre después de años de prisión sin condena y gracias a la ayuda económica que le brindó la familia Torrez.

La cárcel de San Sebastián en el filme. Fotografías gentileza de United Notions Films.
Estar adentro
Escribir sobre la privación de libertad y su precariedad, mencionar cifras o verla retratada en la pantalla, puede transmitir apenas un atisbo de lo que debe ser la experiencia en un penal de nuestro país o de cualquier otro, en tal caso. Sin embargo, Ayala hace un gran trabajo al acercarnos a ella a través de los tres protagonistas de su historia. El registro es cercano en tanto se detiene en momentos que nosotros reconocemos como importantes para ellos: conversaciones íntimas, celebraciones de cumpleaños, llamadas telefónicas, anuncios presidenciales y, por supuesto, la recuperación de la libertad.
En la cinta vemos también algunas escenas que pueden ser entendidas como una especie de faro guía para transitar el encierro. Como cuando vemos a Mario barrer los pasillos para mantener limpio el lugar. Se levanta a las cinco de la mañana todos los días para cumplir tal cometido. O cuando Hernán posa para la cámara en medio del patio del penal, rodeado de personas en actividad. Es de día y lleva puesta una camiseta morada. Sonríe apenas mientras busca con complicidad el ojo de la cámara. Ambos casos producen en los espectadores una angustia ante la resignación. ¿Qué hacer ahora en el encierro? Asumir las circunstancias es quizás la única manera de mantenerse a flote en esa situación.
“Estamos hablando de un lugar increíblemente extraño (la cárcel), es como un microcosmos de Bolivia, encuentras lo mejor y lo peor de la humanidad”, comenta Ayala en una entrevista con el diario El País, de España. Precisamente, el mayor logro de esta cinta es la mirada humana y dignificadora de estos personajes, habitualmente reducidos a estadísticas y números en las narrativas mediáticas de nuestra época.
La coca y los sueños
Al inicio del documental, la cámara sigue a Deisy mientras pasea entre plantaciones de coca. “Esta es la hoja de coca, por esta plantita pelean tanto”, comenta y se pregunta de qué vivirían sin ella. Algunas escenas después la vemos jugando con sus hermanos entre un montón de hojas de coca, saltan, se ocultan, se sumergen en ellas sin ninguna ceremonia. Todo esto sucede antes del encierro de Hernán. Más adelante vemos a Deisy consultar en lecturas, también con hojas de coca, por el futuro de su hermano. En estas imágenes entendemos la intención de la directora por retratar, a través de la coca, sus múltiples usos y significaciones, una realidad compleja que difícilmente puede ser reducida a categorías o explicaciones cerradas, como cárceles.
El tránsito de los personajes en el encierro, y en el caso de Deisy, fuera de él, pero suficientemente cerca para sentirlo, es el principal motor impulsor de esta historia. El tránsito en los juzgados buscando alguna posibilidad para ser atendidos, abrir expedientes y apelar por la libertad. También el tránsito por los pasillos y cuartos abarrotados, entre la gente hacinada y las emociones que fluctúan entre la esperanza y la resignación.
La directora nos deja escuchar a Hernán cuando cuenta que soñó que se escapaba de la cárcel, que se escapaba en moto y la policía lo perseguía. Cuando soñó que le disparaban y para él, ese sueño solo podía interpretarse como una condena, “no creo que vaya a salir”, comenta. Nosotros desde la distancia espacio temporal que caracteriza a esta forma de comunicación, esperamos que no tenga razón y que la justicia, alguna vez, como al lanzar la moneda, caiga en la cara deseada.
Referencias bibliográficas
Defensoría del Pueblo (Bolivia). 2018. Volcar la mirada a las cárceles. Situación de vulnerabilidad de las personas privadas de libertad en las cárceles de ciudades capitales de Bolivia. La Paz: Defensoría del Pueblo.
Rodríguez, Andrés. 2017. “El narcotráfico y sus consecuencias visto desde sus trabajadores de a pie”. El País. https://elpais.com/cultura/2017/09/08/actualidad/1504842081_280988.html

La directora Violeta Ayala junto a los protagonistas de la película documental, en la cárcel de San Sebastián de Cochabamba. Fotografía gentileza de United Notions Films.
Ficha técnica
Año: 2017
Países de producción: Australia, Estados Unidos, Bolivia, Francia.
Duración: 78’
Soporte: Digital.
Color: Color.
Dirección: Violeta Ayala.
Guion: Violeta Ayala y Dan Fallshaw.
Música: Simon Walbrook.
Dirección de fotografía: Dan Fallshaw.
Segunda cámara: Rolando Flores, Carlos Mizque y privados de libertad de la cárcel de San Sebastián.
Producción: Dan Fallshaw, Violeta Ayala, Redelia Shaw.
Co-producción: Cedric Bonin.
Edición: Dan Fallshaw, Lizi Gelbert, Pauline Dairou.
Productor asociado: Marie Genin.
Productor ejecutivo por LPB: Sandie Pedlow.
Consultores de guion: Kate Taverna, Deborah Dickson, Nancy Baker.
Diseño de sonido: Thomas Robert.
Mezcla de sonido y grabación de Foley: Jean-Guy Veran.
Foley artist: Daniel Gries.
Edición de diálogos: Thomas Robert.
Asistente de edición de diálogos: Franck Rivolet.
Corrección de color: Harry Trift.
Gerente de post-producción: Michelle Mandrich.
Artista gráfico: Daniel Blue.
Asistente de dirección: Camila Claros.
Coordinación de producción en Estados Unidos: Vann Alexandra Daly.
Asistentes de producción en Estados Unidos: Jamie Roger, Jeneffa Soldatic, Rya Fay Berquist.
Coordinación de producción en Bolivia: Cristian Antelo Requena.
Asistentes de producción en Bolivia: Andrea Monasterios, Danilo Torrico, Carlos Terrazas, Valeria Ponce Salinas, Fernando Arce Zenazurra.
Asistentes de edición: Erin St. Pierre, Danilo Torrico.
Coordinación de post-producción en Francia: Céline Burgy.
Traductores en Bolivia: Vitaliano Grageda, Herminia Soto, Marlene Quispe.
Secretaria de Producción: Celina Debassy, Adela Hinojosa.
Consultor de tráiler para desarrollo: Fernanda Rossy.
Músicos: Rolando Fernández Anagua (guitarra), Paul Carey (guitarra), Israel Donaire (instrumentos de viento), Rodrigo Colque (charango), Noemy Flores (voz).
Asistente de grabación: Martín García.
Estudio de grabación: Lauro y MG.
Estudio de mezcla: Mac’tari.
Equipo de post-producción en Francia: Agnes Divoux, Estelle Deniaud, Christophe Reynaud, Léo Puel, Céline Burgy, Guillaume Bringard, Céline Bastian.
Sinopsis
Cocaine Prison comienza en la conocida cárcel de San Sebastián, una virtual ciudadela dentro de una vieja y ruinosa casa colonial. Sigue las vidas interconectadas de Hernán, un «mula» que sueña con ser capo de la droga; su hermana menor, Daisy, que trata de escapar del narcotráfico; y un amigo de Hernán, Mario, trabajador de la cocaína que lucha por su libertad. En Bolivia, donde el comercio de esta droga no está regido por la violencia, los tres personajes echan abajo el mito del narco armado y ponen en perspectiva la guerra contra la droga y las vidas de los “descartables”.
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