























Alto San Miguel es un barrio periurbano en Sucre. Allí no llega el servicio de recojo de basura y este barrio hace las veces de basural para escombros que llegan desde otras partes de la ciudad. Entre la polvareda que levantan los caminos que atraviesan la vía principal, hay un pequeño verde que ilumina entre el ladrillo. Es un jardín afuera de una de las casas, protegido con malla de gallinero. Tiene plantas medicinales, comestibles y flores. Es el jardín de la Cristina, que vive con sus dos hijos mejores, Lineth de 13 y Filemón de 9. Filemón es quien me mostró con una gran emoción su hogar, las plantas y cada uno de sus animales, con especial presentación para Catalina, la gallina que vive con ellos hace más de 8 años. Es como un pedacito del campo habitando la urbe chuquisaqueña. La vida ahí para Filemón es participar en la comunidad familia, es cocinar, es cuidar el jardín y trabajar el huerto, es atender a los animales que son sus compañeros por los que siente un expreso afecto, es aprender el tejido ayudando a su mamá con el telar que va a llevar su nombre. Mi trabajo durante la residencia de fotografía estuvo enfocado en el retrato de la niñez amorosa y plena de Filemón, y la reflexión sobre la relación de esta con la construcción de su masculinidad.
La exigencia social hacia los hombres de demostrar continuamente su virilidad es lo que la antropóloga feminista Rita Segato nombra como el ‘mandato de masculinidad’, del que según la autora, las principales víctimas son los mismos hombres: “El coletazo del problema de la conflictividad, de la guerra, de la obligación de potencia, de la obligación de dominio que recae sobre los hombres, eso es básicamente el mandato de masculinidad que, al final nos pega a nosotras, pero primero les pega a ellos porque tienen que titularse, la masculinidad es un título, […] son exigencias de capacidad e indiferencia en el dolor ajeno, bajo nivel de empatía, de capacidad de crueldad, de capacidad de desafiar los peligros”.
El amor que Cristina urde en su hijo podría permitirle a lo largo de su vida enfrentar el mandato de masculinidad con mejores posibilidades de desmontarlo. Es la semilla para otras masculinidades. Filemón compartiendo con su madre las actividades que se le atribuyen a lo femenino (espacio de la condición humana negado para los hombres), es testimonio de la propensión natural de cualquier niño por amar y cuidar la vida, a ser un ser pacífico.
El cotidiano y los vínculos son el terreno para sembrar estas semillas de libertad ante un mandato que nos ha sometido como sociedad.
Los tiempos de Covid 19 han demostrado que las tareas de cuidados, históricamente relegadas al ámbito de lo femenino, lo doméstico, son de vital importancia para la sociedad; que nuestra relación con el entorno y nuestro cuidado de la vida, condiciona nuestra supervivencia.
Esta crisis sanitaria es el inicio del derrumbe de una gigante estructura sostenida en las injusticias. Para germinar algo nuevo habrá que sembrar nuevas masculinidades y más feminismos.
Este ensayo es producto del trabajo durante la residencia en fotografía con narrativa de género ‘Existimos’. La autora Cayara Aguilar es licenciada en Ciencias de la Comunicación Social, trabaja en cine y audiovisual desde el 2015 y explora el foto periodismo con un enfoque de género desde el año 2016.
Muy linda tu reflexión . Gracias por compartir el retrato de esta familia .