Es una obviedad, diría yo, a estas alturas, señalar que la cultura no es un gasto (y menos un gasto absurdo), sino una inversión para un país. Pero, a raíz de lo acontecido los pasados días, cuando el gobierno decidió cerrar el Ministerio de Culturas y Turismo, parece que es algo que debemos volver a repasar y repensar. No solo por la decisión arbitraria de los gobernantes de turno, sino por esa concepción errónea de muchas personas de pensar que el arte y la cultura florecen en nuestras sociedades sin necesidad de que se les dé un entorno apropiado.
Hay una idea falaz, propiciada por la ideología capitalista, de que solo el esfuerzo individual es necesario para “triunfar”, la típica idea del emprendedor que burdamente se refleja en la frase “el pobre es pobre porque quiere”. Una idea falaz, porque niega algo evidente, que es que el ser humano vive en sociedad, se desenvuelve en sociedad y se realiza en sociedad. Una idea que, además, nos ha venido enfermando por décadas poniendo todo el peso de los fracasos de este sistema en nuestros hombros, que nos ha quitado la empatía con el otro y que nos ha terminado limitando la visión a otras realidades que conviven con nosotros día a día.
Ahora, tras esta idea de “El Estado no me da nada, todo lo he logrado por mí mismo”, muy de moda con el libertarismo, se esconden estas y otras cosas. Primero, una suerte de hipocresía: si el Estado no me da nada, ¿por qué sigo sustentándolo?, ¿por qué sigo viviendo bajo sus normas? ¿porqué, de último, sigo confiando en él acudiendo a su justicia, cumpliendo su jurisdicción, aceptando sus imposiciones? En la mayoría de los casos, por pura comodidad, pero también por el miedo que hemos adquirido a la radicalidad del pensamiento y las acciones; y por último, por un contrato social. Segundo: porque, como ya lo he mencionado, nos impregna la ideología capitalista que nos ha vendido el cuento de que no dependemos de nadie para lograr lo que nos proponemos y del delirante discurso de que todos tenemos igualdad de oportunidades para triunfar o fracasar. Tercero: hay una trasmutación de lo que entendemos por nuestros derechos; decir que el Estado no ha hecho nada por nosotros debería ser una denuncia, no una declaración de orgullosa “independencia”, porque el Gobierno está puesto para servir al pueblo, es producto de un contrato social que ha llevado años de lucha de distintos sectores para ser reconocidos dentro del aparato estatal donde se disputan los poderes que rigen nuestra sociedad. No es motivo de orgullo decir que el Estado no me ha dado nada, esta consigna es una clara muestra de que se ha vulnerado reiteradamente nuestro derecho a ser representados y valorados.
Ahora, esto hay que aplicarlo directamente al ámbito de la cultura. No, el arte no va a morir ahora que no hay Ministerio de Culturas, ni la literatura, ni la música ni ninguna otra expresión cultural, porque la cultura es el alma de una sociedad. Si dejara de existir, tampoco existiría más esto que llamamos “Bolivia”. Pero, con el cierre de esta cartera de Estado, se ha dado un gran paso hacia atrás, se ha desvalorizado por completo eso que, justamente, hace girar los engranajes que nos mantienen unidos. Un país no es solo un conjunto de individuos puestos a convivir juntos, es una comunidad que se entreteje a partir de relatos compartidos, de cosmovisiones, de tradiciones, de expresiones, en fin, de lo que está en continua creación: la cultura. Es también una identidad que nos acompaña a donde vamos, pero sobre todo es un trabajo conjunto, es el fruto de la comunidad/país al cual pertenecemos.
¿Por qué es una amenaza, entonces, al alma de la sociedad boliviana, el cierre del Ministerio de Culturas? Hay algo llamado globalización, para muchos un concepto descriptivo que refiere sobre todo a un nuevo orden económico mundial denominado “economía de mercado”. Pero la globalización es también una occidentalización del mundo a nivel cultural, un neocolonialismo tanto económico como cultural. Ante estos procesos es que se ha visto la necesidad de preservar las expresiones culturales propias de los pueblos, incentivar el arte que nace en el seno de nuestras tradiciones, como mecanismos de defensa a la imposición occidental que, a través del espectáculo, como diría Guy Debord, se ha ido imponiendo en todo el mundo. Esa era una de las razones de la existencia del Ministerio de Cultura, creado el año 2009 por demanda de artistas, literatos, gestores culturales, etc., su creación fue también una declaración ante el mundo de que valoramos lo propio y lo patentamos.
La otra razón de existencia de este Ministerio era el poder revalorizar el trabajo de los artistas, literatos, músicos, etc., en general todos aquellos que decidieron hacer de la cultura su medio de vida, mediante la gestión y promoción de políticas de gobierno orientadas a captar recursos para el sector cultural y promover incentivos para los creadores.
Quienes nos dedicamos a las humanidades, por ejemplo, que es desde donde yo puedo hablar específicamente porque es mi ámbito, hemos entrado a este espacio, en el caso de ser realistas, sabiendo que es muy difícil que algún momento podamos vivir de la producción intelectual o de la investigación simplemente. Si hemos tomado la decisión de dedicar el tiempo de nuestra vida a esto lo hemos hecho sobre todo por amor y luego, con suerte, hemos encontrado algo con lo que ganarnos la vida mientras robamos horas al día para hacer algo de trabajo intelectual. La filosofía, la literatura, la historia son actividades culturales fundamentales, pero a menudo caracterizadas como saberes in-útiles (o sea que no dan satisfacción material que es la medida de lo útil), sobre todo la filosofía, y quizás aquí me ponga aún más subjetiva porque es mi carrera, pero desde este lugar ni siquiera hemos exigido nunca al Ministerio que se nos den mejores condiciones para ejercer el trabajo, o al menos oportunidades laborales, que se nos dé financiamiento para investigar. Más bien lo que esperábamos es que no se fijen mucho en nosotros, no vaya a ser que cierren la única carrera de filosofía en una universidad pública en el país. En fin, a nosotros, quienes nos dedicamos a esto, también nos cuesta valorar nuestro trabajo, también estamos impregnados del discurso utilitarista que nos dice que lo que hacemos no sirve realmente, es una pérdida de tiempo. En algunos casos, de manera optimista se pensará que al menos sirve para mi propia realización, pero no se le da el valor social que merece; es decir, las humanidades no buscan formar operadores para el sistema económico, sino personas, la cultura no tiene como fin el conocimiento último, sino seguir enriqueciéndolo infinitamente. El conocimiento por sí solo se vuelve una mera interpretación superficial del mundo, es la cultura la que proyecta miradas de interpretación profundas.
La lucha de los artistas, humanistas y gestores culturales por que exista una instancia de representación política directa como fue el Ministerio de Culturas, se trataba también de quitarnos esa idea derrotista de que hay elecciones de vida inútiles, porque en verdad no lo son, por todo lo expuesto anteriormente. Hay niñas, niños y jóvenes que se encuentran hoy a las puertas de elegir qué harán el resto de su vida, miles de talentos artísticos y literarios que penden de un hilo porque tienen que anteponer la realidad material que se nos impone desde un sistema global, tomado y reproducido por el gobierno actual a rajatabla. Esta es una batalla perdida para nosotros ahora, y también para el futuro de ellos, pero no es momento de bajar los brazos, el trabajo de años de cientos de personas dedicadas a la gestión cultural no puede borrarse con el codo de un gobierno, además, ilegítimo.
Y sí, estamos de acuerdo en que el Ministerio de Culturas no cumplió con las expectativas que se habían depositado en su creación, pero eso no le quita su importancia simbólica, además no hay que olvidar que de ese Ministerio dependían los viceministerios de Interculturalidad y de Descolonización. Estoy consciente que la existencia de estos no garantizaba nada en los hechos, hasta se puede decir que su creación fue mera demagogia, pero hay algo a considerar y es la fuerza de enunciación o, en otras palabras, que lo que no se nombra no existe. El hecho de que se creen estos estamentos es ya un triunfo simbólico, porque para empezar parte del reconocimiento de que nos asumimos como un país intercultural y que tenemos un claro horizonte de lucha contra el colonialismo o neocolonialismo, y eso no es poco; puede que esos espacios no hayan cumplido su verdadera función, pero eran sitios que aún podían disputarse, mientras existían; ahora la lucha retrocede, tenemos que volver a poner estas discusiones en los ámbitos de poder.
Que la decisión de este gobierno de –abiertamente– despreciar la cultura calificándola de gasto inútil hable más de la miseria política que ha tomado a nuestro país en los últimos tiempos, que del inmenso valor que realmente tiene.
Fotografía de Daniel Vera.
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