La Paz, 9 de abril de 2020 (Imagen Docs). Hoy, en un nuevo aniversario de la Revolución Nacional del 9 de abril de 1952, el documental boliviano La bala no mata (2012), dirigido por Gabriela Paz, ha sido puesto en línea para su visionado de carácter libre y gratuito. La película, basada en la investigación y publicación del sociólogo Mario Murillo La bala no mata sino el destino. Crónica de la insurrección popular de 1952 en Bolivia, fue estrenada en septiembre de 2012. Es una producción del Grupo Ukamau y la Universidad Mayor de San Andrés.
El documental La bala no mata plantea una mirada al pasado desde el presente. La sinopsis del film es la siguiente: «La Paz – Bolivia, 60 años después de la Revolución Boliviana. Un grupo de personas que estuvo al filo de la muerte en ese entonces y que por azar o destino, ya viejos nos cuentan sus historias. 60 años después de la Revolución Nacional, La bala no mata revela a un grupo de personas que sobrevivieron y protagonizaron la revolución. Gente común que vivió este acontecimiento fundamental en la Historia de Bolivia y que ahora tienen alrededor de 70 a 90 años. Mediante los relatos de estas personas, que permanecieron anónimas durante todo este tiempo, podemos situarnos e imaginarnos las principales batallas que posibilitaron la Revolución Nacional. Junto a estos hombres y mujeres visitaremos los lugares desde los que participaron en la contienda revolucionaria durante los días 9, 10 y 11 de abril de 1952, para revivir paso a paso sus experiencias.»
Compartimos el enlace en Vimeo de la película y una reseña publicada a propósito de su estreno en 2012.
Dirección: Gabriela Paz Ybarnegaray.
Investigación: Mario Murillo Aliaga.
Basado en el libro La bala no mata sino el destino. Una crónica de la insurreción popular de 1952 en Bolivia, de Mario Murillo Aliaga.
País de producción: Bolivia.
Compañía productora: Ukamau, UMSA.
Producción: Catalina Razzini.
Dirección de fotografía: Miguel Kori Hilari Sölle.
Diseño de sonido: José Antonio Villegas.
Montaje: Juan Pablo Richter.

Desmontando la historia: La bala no mata
Mary Carmen Molina Ergueta
Crítica publicada en la Revista Ciencia y Cultura de la Universidad Católica Boliviana San Pablo, número 29, diciembre de 2012.
«¿Cómo reconstruir el hecho desde una perspectiva que no sea la oficial?» Esta es la pregunta que se planteó el sociólogo Mario Murillo cuando comenzó a trabajar en su tesis de maestría sobre la Revolución del 521. Abordar este episodio histórico después de sesenta años articula una serie de retos: las nuevas perspectivas desde las que se puede analizar el hecho en la actualidad, la distancia crítica a la hora de comprender los proyectos y resultados de la Revolución, la necesidad de visibilizar nuevas problemáticas, el acercamiento a protagonistas colectivos o anónimos que puedan reivindicar una perspectiva política alejada de lo partidario.
Así, encontrar nuevos actores de la Revolución del 52 resultaba un ejercicio fundamental para desmontar la historia oficial, según Murillo. «En realidad lo interesante no era reproducir estos antecedentes sino más bien ver cómo la política del pueblo, sobre todo en Bolivia, va más allá de los actores convencionales que parece que van a canalizar y encabezar la insurrección», apunta el sociólogo en una entrevista. Los protagonistas colectivos o, incluso, estos protagonistas en tanto colectividad políticamente activa, articularon en la insurrección de los días 9,10 y 11 de abril de 1952 una particular manera de hacer, comprender y vivir la política. «Es como que en Bolivia hubiera un hábito insurreccional, un hábito revolucionario. En el sentido de que ésta es una sociedad armada…», comenta Murillo en una entrevista en 2012.
Los retos del proyecto de investigación de Murillo se desplegaron hacia otros ámbitos, con la posibilidad de articular los resultados del trabajo en un producto audiovisual. La investigación se convertía también en un proyecto de documental, en el que se retomarían aquellas articulaciones centrales de la tesis: desmontar la historia oficial, reconocer nuevos actores de la Revolución que encarnen este hábito insurreccional boliviano, otorgar al testimonio la posibilidad de relatar una historia que también pueda ser la Historia.
A partir de la tesis de Murillo, la directora Gabriela Paz y la productora Catalina Razzini comenzaron a articular aquellos testimonios que pudieran, por un lado, enriquecer la historia de la Revolución del 52 y, específicamente, lo que se conoce de estos tres días de insurrección popular; y, por otro lado, configurar una humanización de la contienda en la que los rasgos de una forma íntima de entender y ejercer la política prevalecieran por sobre los hechos grandes de este episodio. Importa lo personal en tanto tremendamente político, en el contexto boliviano y en el momento especifico de la Revolución.
Así, el documental La bala no mata (2012)2 propone nueve testimonios de hombres y mujeres que vivieron los días de la Revolución de abril del 52, en La Paz, El Alto, Oruro y Milluni. La idea: recorrer junto a cada uno de los personajes el imaginario de la revolución personal y propia, individual y, a la vez, profundamente plural, colectiva. Este imaginario es un hecho de memoria, pero no de una memoria oficial, en la que el ejercicio del olvido es tajante, sino de una memoria chica, íntima, la que tiene el ritmo de una conversación y el olor de una casa. Así, importan tanto los relatos de aquello que ocurría en las calles de la zona de Miraflores al iniciar la contienda revolucionaria, como las canciones que se cantaban en la época, los recuerdos familiares. La riqueza del testimonio radica en la forma que tiene de articular el mundo al interior de una experiencia particular: el testimonio, su lugar y su tiempo, viene a ser lo que la experiencia otorga al mundo, a la morada de las cosas que la acoge y a la que responde con un discurso, con una gesta de lenguaje.
El documental realiza un recorrido por las zonas de La Paz y Oruro que fueron fundamentales en el movimiento social de abril del 52: la revisita a la memoria se vuelve una acción tangible cuando los personajes regresan a uno de los lugares donde estuvieron esos días y relatan lo ocurrido. Uno de los personajes cuenta cómo se unió al grupo de revolucionarios por su hermano, para no quedarse solo cuando él se fuera, mientras otro cuenta que en su oficio de doctor en las minas de Oruro, con mandil blanco puesto, tuvo que arrastrarse por el suelo en medio de la balacera.
El desmontaje de la historia oficial no pasa por querer establecer nuevos parámetros o querer escribir otra historia grande. Este desmontaje tampoco pasa por buscar ignorar lo que está establecido, lo que sabemos todos de la Revolución del 52, lo que está en los libros de historia y las aulas de escuela. Este desmontaje ocurre cuando el testimonio su accionar como discurso que gesta hechos a partir de la memoria personal de nueve personajes— abre la posibilidad de otra mirada sobre la revolución, una que tal vez sea más humana pero, principalmente, puede estar más cercana a una emoción plural, con la que podamos identificarnos más allá de los hechos. Desmontar la historia es contar aquello de lo que está hecha: personas, cuerpos, identidades, voces, miradas, y no tan sólo hechos.
La recuperación de imágenes de archivo, la dirección de fotografía y la edición terminan de construir un documental donde prevalece el objetivo de enriquecer la historia, enfrentar a ella sus mismos pilares, aquellos materiales de los que está hecha y a los que debe un lugar. Indudablemente, la Revolución del 52 es un hecho histórico que constituye lo que somos los bolivianos hasta la actualidad porque aún puede interpelarnos y, necesariamente, puede y debe ser interpelado por la colectividad política que lo sostiene.
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