ImagenDocs

La crítica de cine en Bolivia, hoy

Nota previa. El texto que sigue es una “transcripción” (muy) corregida de mi intervención en la mesa sobre crítica desarrollada en el marco de las Jornadas de cine boliviano. La transcripción a secas paría un discurso casi ininteligible a falta del contexto, esto es de los dichos de quienes me antecedieron, a los cuales aludieron en buena medida los míos, y a falta por tanto del “grano de la voz” (Barthes dixit).

¿Cómo hubiera sido una mesa de crítica cinematográfica hace 25 años? La pregunta me asaltó mientras escuchaba las intervenciones de los colegas pues me parece que los criterios expuestos, el modo de abordar el tema que hemos sido invitados a comentar son un síntoma claro del tiempo que estamos viviendo: es un clima despolitizado, desideologizado, donde cada quien habla de sí mismo. Yo creo que eso no ayuda a la crítica, porque se ha perdido el sentido más agudo sobre lo que la crítica es y si tiene algún valor y/o entraña alguna responsabilidad.

Hace unos cuantos años, allí por la década de los noventa del siglo pasado, en una entrevista en México me preguntaron ¿qué es la crítica? Yo respondí “la crítica en mi país es escribir artículos que nadie lee sobre películas que nadie ve”. Lo decía en una época en la cual se estrenaban entre 3 y, máximo, 5 películas cada semana. Si hoy me preguntaran qué es la crítica y aun cuando sigo creyendo que la crítica es importante –así parezca un contrasentido con aquella afirmación, más bien escéptica, tal vez algo cínica– sentiría que la suspicacia implícita cuenta con motivos para ahondarse. Si era engorroso dialogar con el espectador cuando se registraba la referida cantidad de estrenos semanales hoy, cuando en virtud de los soportes digitales, se tiene acceso a miles de títulos, el interrogante sobre el sentido de hacer crítica se acrecienta.

Algo que aprendí de Luis Espinal es que la crítica no tiene cómo objetivo indicarle al espectador qué tiene que ver o dejar de ver, por eso siempre creí que la crítica es una opinión informada –con firma–, no así la verdad revelada. Tal manera de ver las cosas está fundada a su vez en la idea que el propósito de la crítica estriba en, o debiera apuntar a, establecer un diálogo con el espectador. Por eso yo no considero que la crítica tenga que leerse antes de ver una película, sólo puede ser útil si se lee después de verla, permitiendo así gatillar el referido diálogo, ofreciéndole al espectador/interlocutor elementos adicionales a los de su propia valoración de lo visto. De esa manera, quizás le ayude a engordar sus instrumentos analíticos y, eventualmente, inducirlo a cambiar de criterio acerca de la película X. O no, que se dé cuenta que el crítico no entiende nada, es un estúpido y que no está dispuesto en muchos casos a criticarse a sí mismo.

La crítica, se me antoja entonces, es importante porque induce a un ejercicio de reflexión en un tiempo en el cual reflexionamos cada vez menos. Estamos más sometidos, alegremente, a la imbecilización colectiva de las múltiples pantallas que nos ofrecen sustitutos de la realidad, como si fuera la realidad misma, además de imponernos cómo y qué debemos pensar sobre ella. En este contexto, la reflexión se hace tanto más imperiosa.

Pero también hay que preguntarse si es posible una crítica cinematográfica en un medio en el cual no hay cultura cinematográfica, ni se entiende la necesidad de adquirirla. En materia de cultura cinematográfica hemos retrocedido una enormidad. Veinte años atrás funcionaban al menos diez cineclubes, además eran varios los críticos que escribían regularmente sus recensiones cada semana. Todo ello contribuía a generar el clima para promover la discusión, el debate sobre el cine. Incluso los cineastas pensaban lo que hacían –algunos escribían a propósito de su hacer–, buscando empatar el qué y el cómo, hábito que los nuevos cineastas al parecer no cultivan, salvo excepciones. En cuanto al espectador medio, ir al cine tiene mayoritariamente como propósito consumir la mayor cantidad posible de pipocas y coca cola, mientras, de paso, se mira una película. No digo se ve, que es cosa distinta.

Pero básicamente yo creo que en este mundo y en esta discusión falta el contexto, porque la dependencia, la influencia de los medios de comunicación y los discursos hegemónicos se han impuesto. Yo sigo creyendo, como en los noventa, que el sistema educativo regular tenía, tiene la obligación de incorporar en sus programas la materia de análisis y lectura audiovisual, cómo además está normado en  la Ley del Cine desde 1991. 

Ello porque el analfabetismo audiovisual es un fenómeno absolutamente generalizado. Un porcentaje cada vez mayor de espectadores se encuentra sumido en ese analfabetismo audiovisual, traducido en la sumisión pasiva al discurso hegemónico de los medios de comunicación, lo que algún autor llama los panópticos consentidos. Yo creo en la urgencia agudizada de dar la pelea por alfabetizar audiovisualmente a los niños y adolescentes salvaguardando la identidad, la cultura propia y recuperando el pleno derecho a la puesta en acto de la potencialidad del ser humano para el ejercicio de su propia reflexión, para la toma de distancia crítica y, por ende, de la posibilidad de cuestionar siempre aquello que los medios de comunicación nos transmiten.

Es una pelea empero que, a los de mi generación, ya no nos corresponde dar. Es una tarea que les toca a los jóvenes retomar, pese a ser en apariencia, por lo apuntado al comenzar,  una contienda perdida de antemano. Pero las peleas no son importantes porque se ganen sino precisamente porque se dan. Los críticos tendrán que tomar el “testigo”, el relevo, en esa batalla, porque de otra manera estaríamos cayendo, en la crítica reducida a un mero ejercicio ombliguista, onanista, de opinable valor.

La crítica en suma es importante, vale en tanto inducción al diálogo auto-reflexivo. Siempre tengo la esperanza de que alguna persona lea mis escritos, sintiéndose motivada en esa dirección y habiendo aportado por ende a que ese escurridizo eventual lector deje de ser, aunque fuese de manera relativa, un satisfecho analfabeto audiovisual.     


Texto publicado en «Jornadas de Cine boliviano. La mirada cuestionada» (2018). ISBN: 978-99974-0-190-8

Añadir comentario