Jóvenes encapuchados, armados con cadenas y palos, entran a una plaza en la ciudad de Cochabamba, Bolivia. Han dejado aparcadas unas motos y comienzan a gritar y golpear a unas mujeres. “¡Fuera!”, gritan, y disparan un petardo. El cielo está gris y las mujeres, lentamente y con rabia, abandonan la plaza. ¿El motivo? Ser indígenas, ser cholas. Visten pollera, lucen trenzas y sombreros blancos, y son bilingües: hablan quechua y español.

Los perpetradores, un grupo de choque armado llamado Resistencia Juvenil Cochala (RJC), se justificaron diciendo que las mujeres estaban haciendo política, apoyando al ya ex presidente Evo Morales. Asumiendo la verdad de lo que decía la RJC, se suma un “pecado” más cometido por estas mujeres: además de ser indígenas, encima, tienen la osadía de estar politizadas. Los hechos fueron reportados por varios medios de comunicación, y quisiera llamar la atención a un detalle: la RCJ está compuesta, casi en su totalidad, por jóvenes millenials de clase media/alta boliviana.
La generación millenial ha sido estereotipada como más progresista que sus predecesoras. Posiciones a favor del aborto, el matrimonio homosexual, la ecología y en contra del racismo, son algunos elementos del paquete “progre” que se le atribuye a nuestro grupo etario. Sin embargo, creo que este no es el caso. Si algo ha demostrado la crisis boliviana de octubre-noviembre del año pasado es que la generación millenial de clase media/alta en Bolivia da indicios de ser sumamente racista, solo que a su manera.
El estereotipo
Investigaciones de los millenials latinos en Estados Unidos son la base empírica de este estereotipo de progre que tienen los jóvenes. De acuerdo a los resultados del Pew Research Center, hay una mayor tendencia a identificarse fuera del espectro heterosexual, a ser veganos, preocuparse por la ecología, etc. Asimismo, los millenials afirman ser más sensibles a expresiones de racismo, según el investigador Rubén Torres-Martínez.

Sin embargo, este estereotipo es sumamente engañoso. Se ha dicho en medios, como La Vanguardia, que los millenials son la primera generación global y de ahí muchas veces se asume que los jóvenes en Bolivia somos iguales a los jóvenes latinos en Estados Unidos. La crisis de octubre-noviembre de 2019, en la que según algunos hubo un fraude electoral y según otros un golpe de Estado, ha demostrado que la fractura histórica del racismo en el país está lejos de superarse. Pero, ¿en qué consistió el racismo durante la crisis de 2019? Primero describiré brevemente el contexto general del racismo durante el conflicto y luego me centraré en el caso de los jóvenes de clase media/alta.
Conflicto social y racismo
Cuando varias protestas estallaron en distintas ciudades, acusando de fraude electoral a Evo Morales, este respondió con un tweet afirmando que lo rechazaban por ser un presidente indio. En respuesta, el líder cívico Luis Fernando Camacho respondió a esta afirmación haciendo mención a su compañero Marco Pumari, que es indígena, y a su alianza con los sectores cocaleros de la zona norte del departamento de La Paz. De hecho, se popularizó la siguiente caricatura que hacía referencia a un abrazo entre Camacho y una chola productora de hoja de coca.

Sin embargo, estos gestos simbólicos quedaron en nada cuando Camacho defendió a la RJC por la expulsión de las mujeres de la plaza Cala Cala en Cochabamba. Otros hechos racistas sucedieron cuando se quemó la Whipala (la bandera de los pueblos indígenas andinos de Sudamérica) y cuando en La Paz asesinaron a dos personas en los barrios populares de Ovejuyo y Pedregal. Algunos argumentarán que la quema de la Whipala fue falsa pero ignoran el hecho de que la policia, en televisión, despreció esta bandera y solamente después de una marcha por el respeto a la Whipala tuvieron que retractarse. El factor común de estos hechos es el desprecio ya sea al indígena o a lo indígena, hechos racistas en sí. También cuentan como hechos racistas los sucedidos en Senkata y Sacaba, como explicaré más adelante.

El conflicto de 2019 permitió que el racismo estuviera más visible y se ejerciera de manera más explícita hacia adelante, más allá del contexto de la crisis. Sin embargo, este racismo ha sido “rebrandeado” y se ha refugiado bajo disfraces, algunos nuevos, que los millennials de clase media/alta en el país han comenzado a utilizar. En esta parte del artículo me baso en el trabajo del psicólogo social Pablo Pascale sobre el racismo moderno. Mencionaré aquellas categorías que se aplican al contexto boliviano, añadiendo mi propio punto de vista:
1. Racismo simbólico
Pascale afirma que este racismo se caracteriza por negar la existencia de la discriminación racial (o argumentar que es minoritaria) y, al mismo tiempo, estar en contra de políticas de reivindicación logradas por los otros grupos étnicos. En el caso de Bolivia, una encuesta a los jóvenes defensores del 21F halló que el 95,2% de ellos consideraba que la nueva constitución favorece a los indígenas, y un 75% consideraba que para conseguir trabajo durante el gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) se necesitaba ser indígena.
Según pienso, esta postura ignoraba el privilegio ya existente en las élites tradicionales del país, que conseguían trabajos en gran parte por contactos entre sí (está el dicho, “contacto mata currículo”, pero también es algo que afirman investigaciones como el libro Pedigree de Lauren Rivera).

2. Infra-humanización
Considero que esta segunda forma de racismo es la que más ha surgido desde la crisis del 2019. Consiste en descontar, a un grupo humano, de tres características esenciales de la humanidad: inteligencia, lenguaje y emociones humanas.
Por ejemplo, un racismo que atribuya menor inteligencia en un grupo dado concluiría que los indígenas son manipulados por los dirigentes masistas, asume que son ignorantes porque “si realmente supieran” de economía, política, etc., dejarían de apoyar al MAS.
Durante la pandemia del #covid-19, la crisis política no ha hecho más que alargarse y extenderse a otros ámbitos. Ya no se dice «indio de mierda», se dice «masista de mierda». Y, como es «masista», no puede entrar al país por la frontera de Chile en plena pandemia del coronavirus. Es más, el alcalde de Chile que ayudó a los bolivianos varados seguramente es masista, según el Ministro de Justicia, Álvaro Coimbra, que es millenial (apenas, pero lo es).
¿Qué es tener cara de masista? Aparentemente, es ser “color cartón” o “color llanta”. Para justificar el abandono de los compatriotas en Chile, el Jefe de Migración, Marcel Rivas, simplemente hizo la conexión de los varados con el MAS para justificar su racismo. La lógica es la siguiente: si es indígena, es masista (estereotipo); si es masista, es porque es un ignorante (infra-humanización), lo cual justifica la acción racista. Es irónico que muchos políticos insistan que no todos los indígenas son masistas y, al mismo tiempo, aprovechen de caracterizar como masistas a toda acción política indígena.[
Otro adjetivo calificativo bastante utilizado es «salvaje»: este proviene del sesgo colonial modernidad-salvajismo. La primera categoría es dueña de la inteligencia, el lenguaje y las emociones; la segunda está más cerca de la animalidad, del retraso.
En el área del lenguaje, los racistas se burlan del acento bilingüe de personas que hablan aymara y español: “¿por qué cuerren?”; “uta nooo”, “güerra civil”; entre otros gestos del lenguaje en el foco. En el área de la inteligencia/emociones humanas, afirman que “los salvajes” querían “hacer estallar” la planta de gas de Senkata, en la ciudad de El Alto, la urbe más indígena de Bolivia. En torno al mismo evento, a veces dicen “terroristas” a los alteños, porque, ya sea por ignorantes o insensibles, querían matar a cientos con sus acciones.
La Asociación de víctimas de Senkata, Ovejuyo y Pedregal ha negado y ha criticado muchas veces al MAS, pero los jóvenes de clase media/alta prefieren ignorarlo. La infra-humanización es la excusa perfecta para ejercer violencia y justificar las masacres sucedidas.
Finalmente, tenemos al racista que considera que lo indígena o incluso los indígenas son quienes mantienen al país en el subdesarrollo (una categoría con muchas objeciones). También, este sujeto se basa en asumir al indígena como ignorante o retrasado. Edgardo Lander contempla este tipo de racismo en su obra La colonialidad del saber.
Todos estos ejemplos han sido recopilados del libro “Whipala, crisis y memoria”, así como de una base de datos de memes en torno a la crisis del 2019, siendo los perfiles en redes sociales de jóvenes internautas (de acuerdo a su edad en Facebook).
Son estos tipos de racismo que, por un lado, han sido adoptados por los millenials de clase media-alta urbana en Bolivia y, al mismo tiempo, constituyen el eje articulador del movimiento pitita. ¿Qué pruebas tengo de esto? Para explicarlo, debemos remontarnos al 21 de febrero de 2016.
La investigadora Fernanda Laguna, en su trabajo “Los jóvenes del 21F”, investigó los factores identitarios y las motivaciones de este grupo para actuar políticamente. En un descubrimiento casi a un nivel profético que presagia lo sucedido también en 2019, Laguna llegó a la conclusión que “la base de identidad racial internalizada de los jóvenes de la élite tradicional paceña motivó su participación en espacios políticos”. Esto es sumamente revelador: muestra cómo la democracia no era el eje articulador de los defensores del 21F, sino la identidad racial.

El 0% de estos jóvenes se identificaba como parte de una nación indígena, el 95% consideraba que tenía ascendencia europea. Asimismo, las élites tradicionales paceñas politizadas en el 21F y posteriormente en el movimiento pitita no se sentían identificadas con Evo Morales ni con el gobierno del MAS: 91,9% se alineaba con la oposición, según la encuesta del CIBESSCOM[.
Llevando estos descubrimientos a la crisis en Bolivia desde octubre de 2019 a la actualidad, vemos que las aparentes quejas del movimiento pititia contra Evo Morales se han desvanecido, frente a los nuevos casos de corrupción del gobierno de Jeanine Añez, similares a la gestión previa, aunque ocurridos en un gobierno transitorio con apenas 6 meses en el poder.

El eje articulador del movimiento pitita es la identidad racial que, agregaría, se siente amenazada y desplazada de los privilegios que ostentaba. Obviamente, deben haber y conozco muchas personas que realmente estaban preocupadas por el respeto a la Constitución Política del Estado, los hechos de corrupción del MAS y ahora se preocupan porque el gobierno de Añez realiza actos similares o peores. Pero ellos son los menos en las encuestas y los datos: la gasolina del movimiento pitita (que es millenial) es el racismo.

Conclusiones
Mi artículo por sí solo no basta para abarcar todo el tema del racismo que ahora levanta cabeza, aunque disfrazado. Recomiendo también leer el artículo de Quya Reina “Respeten nuestro luto, carajo”, que habla desde la indignación y el sufrimiento en la ciudad de El Alto. Asimismo, me baso en la tesis y los datos de la investigación de Laguna y el CIBESSCOM sobre el movimiento del 21F, momento predecesor del movimiento pitita. Estoy seguro que trabajos posteriores confirmarán las hipótesis planteadas en este artículo.
Nuestra tarea es, entonces, la descolonización de estos paradigmas racistas, ya sea denunciando el racismo de nuestros conocidos, cuidándonos de medios que buscan infra-humanizar al otro, o mediante la recuperación de conceptos y formas de ver de nuestros pueblos indígenas que siguen vigentes y hacen falta en nuestra época: la reciprocidad, el vivir bien, el respeto por la vida de todo ser.
Hagamos honor a la lucha de 500 años de los pueblos indígenas. No basta con no ser racistas, hay que ser anti racistas como bien lo dijo la luchadora por derechos civiles en Estados Unidos, Angela Davies. Por un futuro sin esta fractura social: ¡jallalla!
La versión sin memes del artículo fue publicada en Cronistas Latinoamericanos.
Carlx Piérola es cientista social.
Añadir comentario