¿Por qué una tía muy querida me ataca en Facebook? ¿La razón solamente es tener una posición política diferente? Ese amigo que parece esperar a que diga lo que pienso para atacarme ¿es él realmente? El vigor y la contundencia de ciertos personajes públicos o políticos, que se muestran no-políticos, ¿son parte de un discurso planificado e incluso violento para tomar el poder? ¿Quiénes son los buenos y los malos en esta trama? Si alguna vez te preguntaste estas cosas es porque estamos frente a la fascistización de la sociedad boliviana, de amigos y seres queridos. Así, entrando a un nuevo periodo de politización, campaña y debate sobre lo público, hablar del fascismo es urgente. Reconocerlo es urgente porque, como se verá en este ensayo, el problema es que nadie acepta ser fascista muy fácilmente, pero fácilmente reproduce sus prácticas, discursos e ideas promoviendo el quiebre del espacio público y de la convivencia pacífica.
A continuación, voy a exponer aspectos que pueden ayudar a reconocer la propaganda fascista e identificar los rasgos de la personalidad autoritaria. Esta exposición se fundamenta en estudios académicos realizados a mediados del siglo XX, pero que tienen resonancias actuales. La intención es que posiblemente ayuden a promover una reflexión (auto) crítica frente al contexto que se avecina, protagonizado por la manipulación que el mundo digital facilita y la irrupción de influencers o agitadores incluso en nuestra vida cotidiana.
Entre 1949 y 1950 surgen en Nueva York cinco tomos de investigación social denominados Estudios sobre el Prejuicio. La colección reúne los trabajos de un grupo de especialistas y filósofos interesados en un fenómeno muy obvio y generalizado en ese momento de la historia: el odio en base a la religión y a la raza.
Entre los investigadores se encontraban los miembros exiliados de la Escuela de Frankfurt, quienes tuvieron que escapar de la persecución de la Alemania nazi. Refugiados en los Estados Unidos, encuentran que un país con tantas libertades reproducía de alguna forma las mismas actitudes del sistema totalitario que los hizo escapar de su tierra natal: lo que parecía una excepción cultural se mostró luego como el conjunto de rasgos de un carácter civilizatorio universal en decadencia.
Testigos del fascismo y sus consecuencias, los filósofos de la Escuela veían cómo el ascenso de Hitler se fundamentaba más allá de posiciones políticas de “izquierda” o “derecha”, y más bien parecía responder a otro tipo de factores que no eran parte de las indagaciones clásicas de la sociología política, que se interesaba hasta ese momento en las “clases sociales”. Eran los individuos y sus predisposiciones los que parecían encarnar el lugar de resonancia de la ideología fascista.
La pregunta principal que orientaba estas investigaciones era la siguiente: ¿Qué relación existe entre determinadas ideologías políticas y determinadas peculiaridades psicológicas? Para explicar esta relación las investigaciones sobre el prejuicio abordaron diferentes técnicas de recolección de información y análisis, combinando estudios macro/sociales con dimensiones micro/psicológicas muy adelantadas para su tiempo. Encuestas, entrevistas y tests de diverso tipo hacían un cruce de variables lo suficientemente complejo como para tener una aproximación certera a dos fenómenos concretos: la propaganda y las actitudes personales.
Horkheimer, Adorno y Lowenthal fueron testigos del ascenso del fascismo y el nazismo en Europa, y una vez llegados a los Estados Unidos encontraron grupos de apoyo a estas ideologías bajo un tipo de personaje que les llamó la atención: los agitadores. A través de análisis del discurso radiofónico y el de los folletos de propaganda, los creadores de la Teoría Crítica encontraron un tratamiento técnico para comprender lo que parecía, en un principio, una serie de cosas absurdas pero bien calculadas. Los agitadores seguían una serie de trucos retóricos de gran eficacia para aparentar ser personas sencillas y, al mismo tiempo, una especie de semidioses.

El agitador era un hombre promedio, igual a otros, que satisfacía la necesidad de proximidad y calor, pero al mismo tiempo se presentaba como una figura ideal a la cual cualquiera se podría someter gozosamente. Los agitadores construían una imagen de hombre solitario (aludiendo al arquetipo del héroe) proscrito y abandonado a sus propias fuerzas, pero también reproducían una serie de valores convencionales que los hacían igual al común de las personas. Esta dicotomía, o más bien este cliché, serviría para dividir al mundo en dos: “los buenos”, a los que uno se parece, y “los malos”, un motivo razonable para descargar los propios instintos sádicos a nombre del “castigo” corrector. Ser parte de los “buenos” respondía a una necesidad de sobrevivencia que evitaba pensar si quienes conformaban el grupo realmente encarnaban la etiqueta, porque primaba la importancia simplemente de ser parte del conjunto. Simultáneamente, los malos, antes que para pensar si realmente lo eran, servían para distinguirse de uno mismo, con facilidad y poca reflexión.
Por otra parte, además de la propaganda agitadora, las investigaciones apuntaron que su correlato era un tipo de carácter de los “seguidores” de la misma, donde el pensar estereotipado, el sadismo camuflado y la adoración del poder ayudarían a aceptar todo lo que resulte y se presente como contundente y persuasivo. Es decir, habría un tipo de seguidor predeterminado para la propaganda totalitaria. Las inclinaciones y aversiones con prejuicios sobre raza y religión fueron constatadas mediante estudios de opinión y entrevistas psicoanalíticas con un público variado, el cual no aceptaba de manera explícita su favor hacia el fascismo, pero que, en una indagación en otros aspectos de su vida privada, se encontraría su profunda cercanía con este.
Los investigadores habían entrado a definir cuál es el tipo de personalidad autoritaria y qué aspectos de la vida familiar habrían influido en ello. Los seguidores del fascismo tendrían mayor sujeción a la autoridad, un reconocimiento incondicional de lo que es y tiene poder, además de un énfasis irracional en valores convencionales. Los seguidores del fascismo se presentarían como personas con un comportamiento correcto, exitosos, diligentes, tendrían habilidad y pulcritud física, valores que ellos mismos aceptarían de manera acrítica, construyendo una jerarquía social sobre los que los sustentan, siendo serviles con los de más arriba y condenando a los inferiores o ajenos al grupo.

Sacha Baron Cohen en El Dictador (2012), dirigida por Larry Charles.
Los seguidores del fascismo se aferrarían a esta jerarquía de valores porque se opondrían a su propia autodeterminación, la cual es vista como un riesgo en su seguridad física. Además, desprecian cualquier movimiento intelectual o el juego de la fantasía. Siguiendo el cliché de los buenos y los malos, todos los buenos estarían dentro de la pirámide de valores a la cual los seguidores quieren pertenecer, y los malos responderían a los poderes ocultos, la inmutable naturaleza de los ajenos y extraños, carentes del carácter correcto. El resultado político sería el siguiente: los seguidores del fascismo no aceptarían la responsabilidad de asumir su pensamiento como propio y harían que todo lo malo que ocurre sea responsabilidad de los otros.
El seguidor fascista, débil e inseguro, ve la posibilidad de su propia destrucción en los otros, pero estaría solo reflejando su impulso inconsciente de autodestruirse a sí mismo al estandarizarse y mecanizarse, siendo una pieza más de la escala jerárquica, ya sea para ser parte de una institución (o un grupo), o para dejar de tener la incómoda responsabilidad de asumir un juicio propio y tener una vida más cómoda entregada a los parámetros que ofrecen sus líderes. En la personalidad autoritaria se habría encontrado no solo una estructura de carácter susceptible al fascismo, sino un retroceso histórico en base a fuerzas psíquicas de carácter primitivo: en pleno siglo XX, los individuos emancipados de países modernizados tendrían aún la necesidad de pertenecer a un grupo, de proyectar el castigo sobre otros y la percepción de estos como una amenaza ajena.
Los estudios sobre el prejuicio fueron el preámbulo de libros muy importantes en la investigación filosófica y social del siglo XX, como Prejuicio y Valor, La personalidad autoritaria, el Estado autoritario y Estudios sobre Sociedad y Familia, que no dejan de resonar en la academia actual dedicada a la investigación en discriminación, violencia, racismo y otras áreas. Los estudios sobre el prejuicio aportaron una perspectiva novedosa sobre varios ámbitos a niveles psicológico, social, político y cultural. Su aporte a definir lo que es la ideología se debate aun hoy con otras corrientes de investigación, pero por sobre intereresa cómo funciona en las personas. Este factor representa un insumo muy importante para ser tomado en cuenta, más aun cuando somos testigos en Bolivia y en el mundo del resurgimiento de la personalidad autoritaria y de nuevas formas de fascismo y discriminación social, justificadas por la propaganda y alimentadas por los nuevos seguidores de las jerarquías convencionales del siglo XXI.
Muy interesante. Habria que tocar mas el tema en Bolivia.
Esperamos las siguientes entregas.
Felicidades