Registro fotográfico de Sara Venegas de la marcha del #8M en Santa Cruz, Bolivia, en 2020.











El feminismo en Bolivia, que es el que conozco, el que me cuida y me libera, tendrá que ser descolonizante. Me animaría a decir que toda revolución, que valga la pena, debe ser anticolonial. Sin embargo, hablar de feminismo o de revolución con propiedad es algo que escapa totalmente a mis capacidades; lo que yo puedo ofrecer es hablar con corazón y con rabia.
El feminismo en Bolivia se debe a sí mismo el continuar gestionando espacios donde expresemos nuestra rabia con libertad y donde podamos enmendar nuestros corazones con los pedazos de las unas y las otras. La rabia que nos convoca deberá también ser atenta y considerada. Mi rabia de chica pálida clasemediera de colegio privado tendrá que tomar el asiento del pasajero. Mi rabia no puede de ninguna manera ser central ni protagónica en un país donde el racismo es la transversal de todas las problemáticas sociales. Mi país, tan andino como amazónico, es plural y diverso; es necesario entonces, entender que las rabias plurales, diversas y sobre todo disidentes son las que deben tomar el escenario.
Hace años tuve la oportunidad de llevar adelante un taller con niñas de 11 años. que diseñé entorno al concepto de belleza. Para reflexionar, utilicé fotos de Atlas of Beauty, de Mihaela Noroc; decepcionada, pero no sorprendida, comprobé que el 100% de las niñas que participaron en el taller eligieron como más bella a la mujer islandesa. ¿Dónde guardo la rabia que me genera lo que esto implica en la vida de estas niñas? No importa. Lo que importa es que ellas eligieron a la mujer de Islandia como la más bella, siendo ellas versiones jóvenes de la mujer peruana o de la mujer brasilera del Atlas.
Fue en ese momento la luz al final del túnel, pensar que tal vezla rabia que generaría a la larga no encajar en el estrecho molde del canon de belleza occidental podría manifestarse hacia afuera. ¿Cómo no celebrar entonces que una mujer salga a quemarlo todo porque su existencia de ascendencia indígena demanda ser reconocida y respetada? Cambiaré entonces mi rabia (justificada y válida) por un sentimiento de sororidad que me compele a las lágrimas mientras vitoreo a mis compañeras que toman la palabra, en nada más ni menos, que la puerta de la catedral de una ciudad que se llama Santa Cruz (podríamos habernos llamado sucursal boliviana del vaticano, si esa era la intención) y cuyo himno engalana haber nacido a la sombra de “la España grandiosa”. Voy a celebrar de igual manera y dar cuantos pasos al costado se requieran para aplaudir a las Warmi Putas que, a fuerza de punk, reconfiguran la escena musical paceña, y a todas mis compañeras andinas que militan el feminismo en su cotidianidad.
Es importante ahora señalar que, aunque de aspecto pálido, soy tan mestiza como todas mis compañeras de lucha. Que encuentro un par de generaciones a mis espaldas a mujeres de pollera. A pesar de ello, mi aspecto me ha servido para evadir la misoginia racista reinante en mi tierra. Me ha servido para que no me digan que tengo “boca de chola”, reformularon un mismo sentir y me llamaron “bélica” en cambio. Me ha permitido eludir el acoso callejero en más de una ocasión porque existe una barrera implícita entre mis coterráneos de pieles morenas y los k’aras. Con todo, la misoginia también ha encontrado su camino hacia mi cuerpo.
Retomando la rabia que me cita aquí y ahora, me adentraré en arenas movedizas. El feminismo blanco colonial cisgénero y elitista no hace más que entorpecer la lucha feminista boliviana. Exhorto entonces a mis compañeras blancas jailonas y a mí misma a poner nuestros privilegios al servicio de nuestras hermanas. A educarnos y dejar de esperar ser educadas entorno a las realidades que nos escapan. A evitar ser instrumentalizadas por el capitalismo para enlatar, reproducir y comerciar con la lucha que nos atañe. Sobre todo, me comprometo a instigarme a reconocer los espacios, tradiciones, festejos, creencias, estéticas y otros muchos en los cuales no podré participar de manera protagónica, o si quiera tomar parte, reconociendo que a pesar de ser plena e innegablemente boliviana; por mi condición de clase y aspecto ejerceré una suerte de apropiación cultural que se opone diametralmente a mi compromiso feminista anticolonial. Llamo a que nuestra rabia encuentre espacios propios donde expresarse en entera libertad y amplificando siempre las voces de las menos escuchadas, de las más oprimidas. Convoco también, a que nuestra rabia se convierta en vergüenza cuando reconozcamos que nuestras hermanas son las nietas de las mujeres que humillaron muchas de nuestras abuelas. Sugiero tomarnos de las manos, para mirarnos al espejo y dejar que nuestra rabia invoque lluvia de fuego. Sueño que construyamos un caos cuya belleza se asemeje a la de las lágrimas de felicidad, en tanto y en cuanto, nuestras rabias que consumirán todo a su paso lo harán tomando turnos y dándoselos primero a las que históricamente fueron las últimas.
Texto y fotografías de Sara Venegas. Boliviana, comunicadora social y estudiante de cine. Forma parte de la agrupación feminista La rebelión del cuerpo, en Santa Cruz. Varias de las fotografías muestran los carteles elaborados por la agrupación para la marcha del #8M en Santa Cruz, este 2020.
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