Registro fotográfico en soporte analógico de la marcha del #8M el 9 de marzo en La Paz, Bolivia.











Es difícil hablar de la empatía, aún más difícil es profesarla.
Hace ya cuatro meses, con la intención de retratar ese gran momento a través de la fotografía, acompañé la marcha pacífica del 8M, la cual fue protagonizada por diversos colectivos de mujeres el 9 de marzo del 2020 en la ciudad de La Paz.
Cabe remarcar que el presente ensayo fotográfico no tiene ni la aspiración de contar una versión oficial del cómo se desarrolló dicha marcha, ni hablar en nombre de las mujeres sobre sus reivindicaciones, ni mucho menos de mostrar cómo las mujeres se representan a sí mismas.
Son y serán mujeres las que encarnen y trabajen desde estas perspectivas.
El tema de este ensayo es la empatía, es la tarea que tenemos como sociedad de cultivarla hacia el otro.
Creo fielmente que el reconocer al otro en su diferencia, tenga o no nuestro mismo punto de vista, color de piel, género, formación, origen, cosmovisión, lengua, identidad, costumbres, etc., es uno de los pasos más importantes cuando hablamos de generar un diálogo verdadero.
En lo personal creo que este proceso de diálogo está atravesado por la empatía de manera transversal, de ahí el interés.
Si bien la costumbre de negar, ningunear, menospreciar y llegar a insultar al otro por una diferencia –sea cual sea esta– es lastimosamente una práctica común que nuestra sociedad ha heredado desde tiempos de la colonia.
En mi opinión, esta práctica no nos lleva a otros caminos que a los de la intolerancia y a la discriminación.
Por otra parte, hacer el ejercicio contrario y celebrar las diferencias, reconocernos entre todos los diferentes como iguales es un primer paso, pero no es suficiente, ya que estamos todos atravesados por relaciones de poder generalmente verticales y desiguales.
El ponerse –figurativamente– en los zapatos del otro, nos puede revelar realidades que no vemos a simple vista, realidades que implican injusticias, desigualdades, violencia o privilegios que talvez no nos toca vivir en nuestros cotidianos, pero que ya no podemos seguir ignorando.
Como varón nunca se me ha dicho que tengo que cuidarme de violadores o asesinos al volver de noche, nadie me silva en la calle, ni me gritan “piropos” desubicados. Poco fuera eso, en mi condición de varón no se me discrimina laboralmente, ni se me acosa sexualmente en el trabajo. Desde la empatía, me siento interpelado por gozar involuntariamente de estos privilegios por ser hombre, privilegios que no deberían existir.
Para finalizar, los invito a revisar otra vez el ensayo fotográfico, con una mirada desde la empatía y la otredad, para reflexionar sobre lo que nos hace pensar la marcha, cómo el feminismo nos interpela, y qué podemos hacer, desde nuestros cotidianos, para no quedarnos de brazos cruzados frente a aquello.
Alexandro Fernández
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