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Demócratas de pantomima: Una columna en decadencia

No hubo mejor manera de amargar el café de la mañana que detenerme en una columna de opinión publicada en Página Siete el 9 de junio de 2023. El texto titulado «Democracias aparentes: una Bolivia en decadencia» está firmado por Ignacio Vera, un autor que posee la inquietante virtud de interpretar el papel de intelectual sin convencer a nadie . Sin embargo, al prominente inventario de imposturas al que tiene acostumbrados a los editores de Página Siete, con esta columna le sumó un dislate que, por oprobioso, merece un apunte.

Vera sostiene que en Bolivia la democracia es nominal, solo una palabra que esconde una práctica política más cercana al autoritarismo. El origen de esta democracia deficiente se encuentra en la cultura política «rezagada», en la «incultura» y el «oscurantismo» de Bolivia. Para sostener su argumento, Vera se remite a un informe sobre calidad de la democracia desarrollado por The Economist. En ese informe, Bolivia saca 4.51 en un índice entre cero y diez, lo que le merece la calificación de régimen híbrido entre la democracia y el autoritarismo. Vera complementa su texto señalando que en Bolivia históricamente raros han sido los momentos en que se vivió democracia. Tan raros han sido esos momentos y tan exigente es Vera que se anima a decir que el “retorno a la democracia” en 1982 le parece “poca cosa”

Sería agraviante si es que no fuera cómico que alguien desde la comodidad de su computadora portátil denostara la hechura de la historia en la que intervino una constelación de actores en contra del ciclo dictatorial más ominoso del siglo XX. Habrá que comunicar, medium mediante, a los mártires de la Harrington que su masacre no le alcanza a Vera para valorar positivamente la lucha por la democracia. Habrá que soslayar que la demanda por democracia en contra de la dictadura hizo converger a las más distintas tendencias políticas en un proyecto común. Y en fin, habrá que olvidar que asesinaron a Marcelo Quiroga y dejaron paralítico a Genaro Flores cuando ofrecían resistencia a la dictadura.  

Existen estantes enteros de bibliografía sobre las luchas democráticas en Bolivia, del mismo modo abundan los pasajes en los que se ha reflexionado sobre las limitaciones e insuficiencias de la democracia que vivimos. Pero media un mar entre la autocrítica y la postura de cipayo adoptada por Vera. Presa de sus afinidades por los gestos enjundiosos más que por el análisis desembozado de la realidad, el autor no puede sino volver a los mismos fantasmas que acosaron a Arguedas ¡hace un siglo! Pero mientras el autor de Raza de Bronce estaba a tono con las tendencias interpretativas de su época, Vera aparece apolillado al lanzar quejumbrosas «reflexiones» sobre el “rezago” de Bolivia. Antes que modelos explicativos, la “incultura” u “oscurantismo” de Bolivia son etiquetas que el autor usa para remarcar su pretendida altura espiritual en un país que desprecia. Ni asomo de atisbar cómo se organiza la gente, cómo lucha la gente, qué demanda la gente. Es decir, la miopía tradicional del mismo colonialismo de siempre.

Por máxima prueba Vera se parapeta en el estudio de The Economist. Llamativamente pasa por alto preguntarse a qué contexto se deben las definiciones de esa publicación y qué intenciones tiene el archiconocido medio de tendencia neoliberal. No se trata de rechazar datos por el locus de enunciación, sino de entender los sesgos de esos datos en vez de persignarse ante ellos como ante una revelación de las sagradas escrituras.

Los desprecios a la construcción de la democracia no son escasos en nuestro medio. Lo llamativo es que esos desprecios muchas veces operan de subterfugio: dado que la incultura de la masa hace imposible la democracia, los destinos del país deberían caer en la conducción de una aristocracia. Se puede sospechar que Vera quería ser parte de esa aristocracia cuando candidateo con Comunidad Ciudadana a diputado. Al no ser elegido igual nomás se colgó de la levita ajena para trabajar en la cámara de diputados. Como la ambición defraudada es rencorosa, parece que la herida en el amor propio del autor ahora supura resentimiento.

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Eduardo Paz Gonzales

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