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#QuéEsCultura | En defensa de la cultura: ¿ventana de oportunidades?

Resulta lógico que el actual gobierno, con toda su carga conservadora y carente de un proyecto político, no vea en su interés la cuestión cultural (en toda su amplitud y ambigüedad). Sin embargo, no solo hace falta salir en defensa de un concepto vacío de cultura, sino preguntarnos ¿qué cultura?, ¿cultura para quiénes?

Como reza el viejo dicho, ‘no hay mal que por bien no venga’. Y, como siempre, el establecimiento de una política conservadora no debería únicamente sumirnos en el lamento “que no va a terminar y a nadie hace daño”. El auge de políticas conservadoras debería, siempre, llevar a un proceso de reflexión sobre qué pasó y cuál es el grado de culpa que cargamos. Este ejercicio es definitivamente el más tedioso, pero al mismo tiempo el más radical: evitar caer en la demanda histérica estéril de “quiero que el sistema vuelva a acomodarse a mis expectativas” y, en todo caso, pensar en cómo revolucionar la política cultural.

No cabe duda que, para muchos, la creación del ministerio de culturas fue un “logro social”. Aunque más adelante planteo que quizás esta sea una percepción más sectorial y elitista que verdaderamente popular. Pero no deberíamos perder de vista que la inclusión de “la cultura” (concepto ambiguo y elusivo, si es que tampoco lo problematizamos debidamente) en la agenda gubernamental y el presupuesto estatal respondió principalmente a un proyecto político de construcción de hegemonía. Esta inclusión sirvió en gran medida para transformar al “proceso de cambio” en un proyecto estético, como señaló en una oportunidad Devin Beaulieu, vaciado totalmente de su contenido de lucha de clases. Por ello es que una de las principales características de los pasados 14 años fue la folklorización de las clases subalternas. Política “cultural” predominante que sirvió para distraer la atención de las demás contradicciones estructurales que permanecieron, en su mayoría, invariadas. Y, hay que decirlo, muchos nos entregamos a esa tarea acríticamente.

Entonces, resulta lógico que el actual gobierno, con toda su carga conservadora y carente de un proyecto político, no vea en su interés la cuestión cultural (en toda su amplitud y ambigüedad). Por un lado, porque no saben cómo capitalizarla políticamente; por otro, por el consabido discurso provinciano y religioso que emplean. Entonces, la pregunta que hay que hacernos es otra: ¿realmente la indignación actual tiene que ver con defender “la cultura” o, en todo caso, tiende a una nostalgia instintiva por seguir siendo parte de un proyecto de organización de la cultura que fue interrumpido en noviembre del año pasado? Y, si la respuesta es la primera alternativa, ¿de qué cultura hablamos?

En varias publicaciones en Facebook, se plantea la distinción de sentido común entre una “alta cultura” y el “folklore”. Es decir, entre aquello que “no es gasto vano” y aquello que sí. Esto me lleva a otra cuestión: el gasto cultural en el anterior gobierno del MAS estuvo dividido, en gran medida, entre la “folklorización de las clases subalternas”, por un lado, y la promoción de una “alta cultura” urbana, aparentemente autónoma, por el otro. Esto generó una zona de confort para cierta creación artística, por momentos vacía de contenido, como el estilo de vida pequeño burgués. Y digo «aparentemente autónoma», porque sería demasiado pretensioso afirmar que existe una producción cultural vanguardista y autónoma, cuyos productos remueven los cimientos solidificados de nuestra concepción del mundo. La producción cultural urbana “más refinada” también se acomodó convenientemente a la agenda de “organización de la cultura” del proceso hegemónico que intentó dirigir la élite en el poder anterior.

Entonces, ¡vaya!, precisamente para dejar el discurso de la victimización, habrá que observar todo esta situación con un poco de autocrítica. El reclamo actual en “defensa de la cultura” corresponde, sustancialmente, con la defensa de esa “alta cultura” urbana, aparentemente autónoma, que además fue y es, sobre todo, elitista. Poco podríamos decir en contra de esta evidencia, si levantamos la mirada y vemos que alrededor nuestro se hallan las mismas “caras conocidas” del pequeño círculo artístico e intelectual urbano y tendiente al incesto sostenido. Si está afirmación parece demasiado petulante, habría que sondear, en qué medida este reclamo interpela a las vastas y diversas clases subalternas del país. Desde luego, con esto no intento descalificar todo el trabajo de artistas en las gestiones previas, sino plantear un balance general. Tampoco es mi intención herir sensibilidades individuales, aunque el riesgo es más alto cuando uno parece hablar en contra de la peculiaridad incontestable de cada personalidad creativa que pueda sentirse aludida. Por otra parte, tampoco estoy saliendo en defensa del argumento “liberal” de dejar de lloriquear por la plata del Estado. Por supuesto que hace falta financiar proyectos artísticos y la gestión cultural. Pero si el reclamo se queda únicamente en eso, es irremediablemente estéril.

En todo caso, esto me permite retomar el inicio optimista de esta corta reflexión. No solo hace falta salir en defensa de un concepto vacío de cultura, sino preguntarnos ¿qué cultura?, ¿cultura para quiénes? Y, por otra parte, no ver con demasiado pesar la posibilidad de que esta autonomía impuesta, nos permita innovar y transgredir más y mejor. O sea, salir de la zona de confort del subsidio y el proyectito. Pensando, además, en la embarazosa pero clara analogía que hay entre “bajar recursos” y “bajar el pantalón para hacer una felación”. El momento incómodo que nos toca afrontar es también una ventana de posibilidades, para devolverle la autonomía a la “producción cultural” y, con ello, catalizar una creatividad más crítica.

Juan Pablo Neri

Juan Pablo Neri

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