“Estas hiperpresencias de lo digital nos están atrofiando los nervios” (en respuesta a dos textos de Mónica Velásquez)
En el contexto actual aquejado por el COVID-19, […] en el mundo se ha optado por “cerrar sin cerrar” las instituciones educativas, pidiendo que éstas transformen sus prácticas a formatos digitales; la ciencia sigue especialmente en cuanto a medicina atañe, los medios de comunicación están impregnados del ajetreo de información y las escuelas y las universidades han delegado en padres y docentes su “continuidad”.
¿Nos tocará propiciar la imaginación de salidas, escenarios, nexos y sentidos más que de recursos en aula o fuera de ella? ¿Será por fin el tiempo de hacerse preguntas, a riesgo de mover pesadas estructuras sociales y mentales?
Mónica Velásquez, «El virus, irrupción y desnudamiento», 10 de mayo de 2020 (publicación en Imagen Docs).
En un primer documento, repasaba yo el desnudamiento con que la actual pandemia pone en evidencia al sistema educativo. Daba entonces por supuesto un estado de crisis en que se halla la educación, en general, y la universidad, en particular, desde hace ya varias décadas, posiblemente desde los años 90 del siglo pasado.
Si faltan los profesores y los alumnos en presencia; si el espacio común está interrumpido, si la mano no puede acariciar al que ama, entonces, ¿no será tiempo de pensar qué forma es la que nos falta, qué ausencia es la que nos pesa y evidencia que aprendíamos con otro?, ¿Cómo quisiera tocar esa presencia que falta?, ¿qué quisiera decir o cómo afectar a ese que no está ahora cerca? En otra dimensión: ¿a qué calle, plaza, aula, trabajo quiero regresar? ¿A qué grupo de amigos, de vecinos, de ciudadanos quiero pertenecer? ¿Cuán cerca querré al otro, cuán cerca me querrá a mí? NO hemos formulado la pregunta central, la que bordea el deseo común y, por ello, lo vital, por lo tanto pocas respuestas podemos hallar. Después de todo, ya lo escribió la magnífica Clarice Lispector, la pregunta no es quién soy, sino entre quiénes deseo ser.
Mónica Velásquez, «Repensar la educación universitaria», 17 de mayo de 2020 (publicación en Imagen Docs).
Mónica, gracias por compartir tus textos.
Me parecen más que provocadoras tus preguntas. Considero que estamos con muchos duelos y no asumirlos como tal es imprudente.
Creo que esta situación ha expuesto actitudes más que perjudiciales: ese “instintito” naturalizado de seguir caminando no importa con qué lesiones que terminarán desgastando de forma sistemática a todos los cuerpos. También nuestra insistencia por el simulacro para no caer sin colchoneta, como si un mal salto no pudiese romper por el impacto nuestros tejidos. Nuestras maneras de lidiar con la incertidumbre hacen que los hábitos de sobrevivencia se vuelvan nocivos contra nosotros mismos. La ansiedad nos paraliza. Y la falsa “empatía” con el prójimo, solo el que se parece a uno, simplifica la situación que muchos están atravesando. No solo no nos hemos preparado para la circunstancia que amenaza con desestabilizar todos nuestros ejes de equilibrio, sino que no hemos pensado si nuestros puntos de apoyo nos permiten ser conscientes de las fuerzas a las que estamos sometidos. Es decir ¿qué estábamos sosteniendo y a qué costo?
Es irresponsable la postura que muchos estudiantes, docentes e instituciones están tomando. Ya que creen que uno “reemplaza” un acontecimiento que podría o no suceder en una clase presencial. Lo online nos permite estar de formas que no están siendo bien pensadas pues no basta tomar una cámara y tambalear entre apagar-prender el micrófono para dejar hablar al otro sin interferencia.
La indistinción entre las lógicas de lo presencial y lo online vuelve a señalarnos la pregunta sobre qué entendemos por interactuar con el otro e insiste en hacernos explicitar nuestras mediaciones en ese contacto. Ninguna presencia del cuerpo mediado puede plantearse en lugar de otra; en ese sentido, “el reemplazo” es más que perjudicial pues no permite que ninguna sea creativa ni potente. Las maneras en que concebimos el tiempo y la espacialidad desde el cuerpo es algo que compone nuestra experiencia, por ello, la presuposición de que ambas dimensiones se suplanten sin ni siquiera un intento de traducción a lo digital (como si fuese una superficie-habitación) es cometer nuevamente un error. Pareciese que olvidásemos que, por estar conectados de forma digital, no estamos como cuerpos. En ese sentido, me parece más que adecuadas las observaciones sobre aquellos que no pueden estar. Pues la presencia del “conectado”, “disponible”, simplifica lo que sería un estado, así como nuestras maneras de interactuar con otros. Esto nos lleva a cuestionar una vez más: qué subjetividad hay detrás del usuario y si estamos utilizando estas herramientas (que ni son tan herramientas) de manera que podamos construir detrás de ese perfil una subjetividad con cuerpo. Y quizás preguntarnos también ¿qué nos incomoda de hablarnos mediados por estas presuposiciones de estar y ser ante el otro? Estas hiper presencias de lo digital nos están atrofiando los nervios, pues nos quita esa intimidad de presentarnos “yo” entre y con otros, nos entorpece el contacto, los roces.
Dentro del ámbito educativo, considero que nuestra manera de conocer pasa por el cuerpo que recibe estímulos. En ese sentido, considero que lo virtual desafía a las maneras que teníamos para interactuar, pues evidencia las muchas desviaciones de la comunicación (no solo con la palabra) y nos enfrenta a otro tipo de interlocutores. Al mismo tiempo, me parece muy acertada la observación, al decir que ningún cuerpo se reduce a una plataforma. Descompongo aún más la pregunta: qué formas de habitar el cuerpo extrañamos de lo presencial y qué estar nos permite lo digital, a quiénes. Ya la distribución espacial del aula, los recursos (modulaciones de la voz, gestos, miradas, movimientos) y el ritmo (percepción del tiempo, las pausas, intervalos, silencios) en la exposición del docente es algo que se ha cuestionado y pensado en la educación. Entendido todo esto como estímulo. En ese sentido, vale interrogar una vez de qué maneras el cuerpo participa en lo educativo. No podemos mirar la forma como un accidente de la sustancia, nuestra comprensión del cuerpo relacionado con lo digital no puede ser ingenua cuando nos toca entregar el cuerpo a otras articulaciones. Cualquier intervención que nos modifica nuestra relación con el cuerpo no puede pasar solo como una herramienta, es una extensión no accesoria y debe ser pensada como tal. Así también, existe la necesidad de volver a pensar que es estar frente al otro, qué significa guardarle el asiento en lo digital. ¿No estamos acaso amputando los miembros de los que no pueden conectarse solo porque no están siendo funcionales a la urgencia de la circunstancia?

Las clases online de danza han sido una experiencia que todavía estoy procesando. De alguna manera, es un hábito al que le he adquirido gusto por esa rebeldía de no querer comprometer el cuerpo a una escuela. La lógica en la interacción no es de la simultaneidad, ni de un contacto ingenuamente “directo”, los intercambios, dependiendo de la modalidad, rara vez suceden con el creador de contenido, sino con los suscritos. Existen varias modalidades de presencia (interferida): están las clases pregrabadas, que serían los tutoriales al modo de YouTube, las videollamadas (sincrónicas, pero no simultáneas en tanto experiencia compartida) que se caracterizan por la coordinación de prender y apagar las cámaras, los “en vivo” donde los usuarios leen comentarios, muestran reacciones predeterminadas (emojis) y dan permiso a la aparición visual de otros en su transmisión. Todas estas modalidades exigen un registro propio del cuerpo y una mirada crítica para rastrear a modo de investigación eso que el video no muestra. Uno necesita prepararse para ese encuentro que, como toda cita con otro, es compleja. Vale decir, el espectador necesita comprender que no está frente a otro cuerpo sin mediación. Seguir el tutorial exige una predisposición para no solo captar lo que se muestra sino asociarlo con otros movimientos con los que estamos más familiarizados para evitar lesiones.
He notado que las clases pregrabadas nacen de la experiencia de una presencial pues, quien las da, trata de anticipar los hábitos posturales y mañas de otros cuerpos, así como las variantes que podría presentar el movimiento encarnado en otro. El instructor enfatiza en lo que no debería suceder. Lo online trabaja con la memoria de lo que podría presentarse. Por eso surge la pregunta sobre si estamos preparados para comprender ese cuerpo que no presenciamos sino como esbozo. Lo online te permite pausar, mutear, repetir, cambiar la velocidad. Vale siempre preguntar qué estoy modificando con el filtro, qué de la versión en “bruto”, sin edición, si esta existe, no se ajusta a nuestra manera de enseñar y aprender, así como de relacionarnos con otro. Quizás vale preguntar, desde ambos lados, ese que ha sido grabado y ese que presiona el repeat. ¿Cómo construyo mi ausencia para que el otro no se sienta solo? Pues, a forma de paradoja, las hiper presencias de lo digital siempre señalan a alguien que publicó hace algunos minutos.
Los tutoriales, por la gran cantidad, permiten mirar distintas maneras de enseñar y comprender una actividad. La cantidad de tutoriales, te da a conocer el rastro de otros usuarios que ya han interactuado con los videos. Las sugerencias que te hacen amigos también desafían a interpretar los motivos de sus elecciones. Así también, uno puede percatarse de una interlocución entre creadores de contenido, por estar en un sistema que la propia inteligencia artificial acomoda como pares, sobre un saber-hacer que con un ojo entrenado puede convertirse en un saber cómo estoy haciendo.
En la transmisión del “en vivo”, surgen los roces por coincidencia como en las llamadas por radio. El comentario de los que observan se desplaza, se mueve hacia arriba, solo los más recientes son los que tienen más probabilidad de ser leídos al tiempo que ocurre la transmisión. En esta interacción, el creador se pregunta: ¿Qué condiciones establezco para notar al otro en nuestro trato de co-presencia digital en el que yo estoy hablando para, pero no con muchos? En este sentido: ¿qué lógica tienen los comentarios y los chats colectivos? ¿Cómo podemos leer estas interacciones? ¿Qué roces permiten? Lo online exige evidenciar lo presente más allá de la ubicación.
En este caso tu pregunta me interesa: ¿Qué perdemos de ese contacto con el otro? Quizás la ilusión de inmediatez del cuerpo propio, ajeno, común, es algo que ha entrado en extrañamiento.
Mayo de 2020.
Inés Ramírez es bailarina, crítica literaria y estudiante de literatura de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz.
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