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Sobre Mina Alaska y El Triángulo del Lago. Nuestro cine de imitación.

Nos gusta poner efectos aunque sean malos, para que así nuestras películas se parezcan un poco más a las películas de verdad. Nos gusta mezclar temática local con un remedo de estética de Hollywood. No cuestionamos la estética, la repetimos. Disfrazamos a Carla Ortiz de chola. Como las cholas no se parecen a las mujeres que vemos en el cine, le ponemos pollera a una que si se parece. Es que es una película, decimos. Así son pues, las películas.

Miguel Hilari

Unos años atrás, en la Ceja de El Alto, un gigantesco bebé rubio y feliz aparecía en una publicidad de Nestlé, colocada encima del peaje de la autopista. Sus ojos azules daban la bienvenida a La Paz. Durante Octubre Negro (2003), esta publicidad desapareció. A alguien le ha debido molestar.

Las imágenes nunca son inocentes. Octavio Getino y Fernando Solanas, en “Hacía un Tercer Cine”, identificaban a Hollywood como el principal medio de influencia y control de las sociedades latinoamericanas: “Así, el instrumento de comunicación más valioso de nuestro tiempo, estaba destinado a satisfacer exclusivamente los intereses de los poseedores del cine, es decir, de los dueños del mercado mundial del cine, en su inmensa mayoría estadounidenses.”[1]

En demasiadas ocasiones el cine boliviano a lo largo de su historia imita torpemente la mirada y la estética dominantes, como pasa en Mina Alaska (Jorge Ruiz, 1968) y El Triángulo del Lago (Mauricio Calderón, 1999).

Mina Alaska. Mirada de turista.

En los años 50 la Revolución Nacional triunfa y la patria nos comienza a gustar un poco más que antes. Jorge Ruiz, quién llega a ser director del recién creado Instituto Nacional de Cinematografía, comienza el rodaje de Detrás de los Andes, aunque recién puede terminar la película en 1968, bajo el título de Mina Alaska. La película es un intento de explicarles nuestro exótico país a los gringos. El relato funciona a partir del viaje de la joven norteamericana Jenny Smith por el país, acompañada por guías locales que tienen la función de aclararle las dudas a la señorita, a través de diálogos como: “¿Y qué es la coca?” “La coca, miss, es una hoja que mascan los nativos de estas tierras”.

En la época, esta película puede ser leída como un paso hacía la revalorización de lo nuestro, declararnos diferentes y propios como país. Pero lo hace adoptando la mirada de turista, superficial. Hoy en día, el cine ya no es un medio de información. Posibles turistas extranjeros van a entrar a Internet para informarse sobre su viaje, no van al cine. Una película no es un folleto turístico. Sin embargo, la tendencia de mirarnos a nosotros mismos con ojos ajenos persiste en nuestras películas. Al hacer cine, nos ponemos anteojos de turista y nos maravillamos con lo obvio. Empezamos a fijarnos en las entradas folklóricas, en las polleras y en el Illimani como si nos viéramos por primera vez. Al hacer cine, tratamos obsesivamente de explicarle el país al mundo. Lo pintoresco que es Bolivia es difundido suficientemente en reportajes extranjeros. Lo feo es cuando nosotros mismos nos creemos exóticos y adoptamos una mirada de afuera para mirarnos, por que suponemos que esa es la única mirada que vale.

El Triángulo del Lago. Disfraz de modernidad.

En la década de los 90, Bolivia clasifica al Mundial, las privatizaciones están en su auge y pensamos que estamos a punto de convertirnos en un país moderno. Financiado por la empresa privada, Mauricio Calderón hace El Triángulo del Lago, promocionada como “la primera película boliviana de ciencia ficción” o “la película boliviana más cara de la historia”. Trata de conexiones místicas entre el Triángulo de las Bermudas y el Lago Titicaca, y sobre un tipo que casi se ahoga en estas aguas es rescatado por ñustas con candentes movimientos de cadera. Gracias a los efectos especiales vemos un tren urbano en La Paz que pasa disparado por debajo de los minibuses. Esta imagen hoy parece chiste, pero la idea detrás de ella persiste tal cual. Nos gusta mostrarnos modernos. Nos gusta poner efectos aunque sean malos, para que así nuestras películas se parezcan un poco más a las películas de verdad. Nos gusta mezclar temática local con un remedo de estética de Hollywood. No cuestionamos la estética, la repetimos. Disfrazamos a Carla Ortiz de chola. Como las cholas no se parecen a las mujeres que vemos en el cine, le ponemos pollera a una que si se parece. Es que es una película, decimos. Así son pues, las películas.

No encaramos búsquedas formales, por flojera y por resignación a la estética impuesta. Hacemos películas-engendro que no funcionan ni aquí ni allá. Engendros que por mala suerte nacen en Bolivia, pero que luchan desesperadamente por parecerse a Hollywood. Quizás estas películas en el fondo son el reflejo auténtico de nuestra sociedad.

El Triángulo del Lago, de Mauricio Calderón (Bolivia, 1999).

Los espíritus de ambas películas, muy vigentes en nuestro cine.

Volviendo al texto de Getino y Solanas, hoy el cine ha dejado de ser “el instrumento de comunicación más valioso”, perdiendo terreno ante la televisión y el internet. El cine ya no es el principal medio de influencia, de colonización (y posible descolonización). Pero en ningún caso podemos pretender producir imágenes y no tomar una postura a través de ellas.  En “Cine contra Espectáculo”, Jean-Louis Comolli dice:

“En nuestros días comenzamos a darnos cuenta que los poderes se ejercen a través de la fabricación, el control y la distribución de las informaciones-mercancía y de los objetos audiovisuales. Ante el poderío conquistador de la industria del espectáculo, el cine, transformado en poder débil, en arte marginal, resiste a su manera. Que es la de confiar en las ínfimas pero pacientes y obstinadas fuerzas de la mirada y la escucha.”[2]

Artículo originalmente publicado en revista on-line Cinemas Cine, en agosto de 2010.

[1] “Hacia un tercer cine: apuntes y experiencias para el desarrollo de un cine de liberación en el tercer mundo”. Octubre de 1969.

[2] Filmar para ver: Escritos de teoría y crítica de cine, 2002.

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