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Ema: la familia se quema, el orden establecido se está quemando

La falla más compleja del sistema está en el núcleo donde ideales y carne se entre mezclan. Ema plantea una duda inquietante: ¿Qué hacemos con los “malos padres”?, ¿qué pueden hacer ellos? No estamos hablando de la moralidad que viene bien al pensamiento binario –la base del fascismo–, sino que nos acercamos al abismo de lo incognoscible, de aquello que solo nos puede ofrecer un nuevo comienzo, un vuelo de la imaginación.

Es aberrante pensar en malos padres, malas madres, familias disfuncionales, hijos abandonados, es más aberrante aún que uno de aquellos perversos sea parte de la generación del reggaetón. La familia está en crisis y es el último eslabón del sistema que se retuerce para sobrevivir.

Ante esta falla, ¿no hay acaso un proyecto contra-hegemónico? (No spoiler) En Ema (Pablo Larraín, 2019) no se ve al partido comunista reinventando el mundo. Los padres de la generación que quemó Valparaíso y Santiago de Chile en los últimos disturbios son la nostalgia del obrero que sobrevive en medio del aparato de explotación. Pero de esto no trata la película, ni de su liberación. Trata de sus hijos, de la liberación sin proyecto, sin fin. Solo instinto de liberación. Esta película es altamente política.

Por esto, Ema más bien baila, baila reggaetón en los cerros desde donde bajan los choros y los anarquistas. Ema baila al borde del mar, donde se juntan los incendios y el agua que los apaga, donde las fronteras de la sexualidad se desvanecen, donde no hay orden vertical, donde solo se- existe como marejadas de sublevación.

Hablar de los errores de la familia ya solo es parte de una disculpa retórica. El modelo de dos que se encargan de otros es el problema. La familia ha explotado por dentro porque se la ha reprimido, porque habla de amor sin sentir la piel del otro. Y mientras explota por dentro, cae poco a poco lo que sostiene a su alrededor. El lenguaje comienza a quemarse.

¿Y las mujeres? Las amigas, las locas de mierda, que no dejan de remover el suelo de las seguridades de generaciones anteriores, bailando reggaetón, mostrando las tetas, generando con su anisa de piel y tacto el más nocivo de los actos revolucionarios: ya no es tiempo de compañerismo, solo queda la complicidad.

“Malas madres” es el tópico del sistema con el que la mujer dejará de ser mujer. La de-sexualizará, le quitará su cuerpo, su identidad. Pero la pulsión de la prehistoria sigue resonando en el cuerpo de las mujeres, y el sistema de la cultura por más que intente civilizarlas solo caerá extasiado por su sensualidad, su intensidad, su afán de amar.

“Malos padres”, poco hombres, infértiles. Hombres solos, añorando crear algo nuevo mientras la civilización le ofrece prótesis para sus penes inútiles, para sus espermas flojos, artificios que los empujan a “superarse”. Pero la prehistoria resuena en los hombres. Más indefensos que nunca, más ingenuos y afeminados, podrán susurrar que solo queremos un hijo- ya cagamos el mundo- solo queremos cuidar algo de verdad.

¿Y qué pasa con los hijos? …quieren ser amados, aunque se equivoquen… lo dice el sistema, aun lucido, porque también es humano.  Acá un elemento, el sistema vuelve, se necesita la voz de la madre, se necesita una historia del padre, se necesita sentarse en la mesa, pero el cambio fundamental de la trama pasa por un niño, al cual se hace referencia en el ideal –mal sano– de la civilización y que aparece hecho de carne y hueso, feliz aun hoy, cuando todo se derrumba.

La familia hetero/patriarcal/monogamica ha llegado a su fin. A la altura de los tiempos de una sociedad modernizada como la chilena, altamente burocratizada, altamente ordenada, aun ahí, la naturaleza se venga. No hay posibilidad de solución razonable –¡no nos lo permitieron! Solo queda la psicosis para sobrevivir. El orden gramatical de lo que se cuenta se ha resquebrajado. Solo queda la expresión de la infamia, solo queda la solución por el desastre. El orden y la familia se están cayendo ¿nos encontramos con una solución? ¿O es más bien un nuevo comienzo? Mientras, ¡que siga bailando la generación del reggaetón!

Juan Luis Gutierrez Dalence

Juan Luis Gutierrez Dalence

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