En más de una ocasión me sentí como un zombie, ya sea en el ejercicio electoral, en la calles de La Paz o en la sala de cine: la sensación de ser un muerto vivo me viene acechando desde la adolescencia. Por supuesto que como en las películas de zombies, su justificación fue mutando, más por una necesidad explicativa coherente y a la moda que como una respuesta atractiva y que clausure una época de incertidumbre. El ser un muerto-vivo es una condición de ser humano.
En este sentido de acechanza personal, los zombies también me persiguen: desde la primera vez que los vi en la pantalla hasta en el rostro de un profesor de escuela o en una manifestación masiva, los muertos vivos son y serán nuestro reflejo, el reflejo algo descompuesto de la sociedad. Quizás son lo que negamos ser, por eso inventamos la sociedad.
Este personaje, estrictamente cinematográfico, supone además de todo la primera crítica a los procesos de modernización, alienación, consumismo y los efectos identitarios de la contemporaneidad. Soy un convencido de que es desde ahí que este personaje irradia su total actualidad.
El primer encanto
Los zombies o no-vivos, como cualquier invento iconográfico, posee niveles y grados de evolución. Yo crecí con el zombie de G. Romero, pero la fascinación por el personaje me llevó, como a muchos, a interrogarme sobre su origen. Este, como casi todo, habita en un relato tribal de ignota procedencia.
La historia del cine clase B, que para estos menesteres supone una de las fuentes más fiables, identifica que los no-vivos llegan a Broadway en la figura de adaptación de una descripción hecha novela, donde se narran los ritos mortuorios (magia negra, vudú) que celebraban los hechiceros en Haiti, donde los muertos volvían a la vida, no para matar humanos, sino para ser esclavizados por quienes los reanimaban, encarnando una suerte de fatalidad vitalista. Servir de esclavo al dador de vida es al menos en apariencia una alegoría grotesca de ciertos dogmas aún vigentes.
Este primer espectáculo se estrenó el 10 de febrero de 1932 y titulaba Zombie. Es en base a esta obra que meses después, bajo la dirección de los hermanos Victor y Edward Halperin, se estrenaba White Zombie (La legión de los hombres sin alma) en 1932, ingresando a la pantalla de forma oficial los “muertos vivos” o zombies.
Esta película fundacional recoge todas las claves del género que se repetirán al menos durante 30 años, hasta que irrumpa Romero. Este film tiene como hilo argumental la historia de un villano que posee una legión de zombies que trabajan para él y realizan sus siniestros y macabros deseos. Sin embargo, para el espectador actual, estos zombies no causarían más que risa y curiosidad.
Después de este éxito de taquilla, El Rey de los zombies supone otro éxito de igual envergadura. En la película, un rey (Doctor Sangre) tiene a su mando legiones de zombies que le proveen de los bienes que él codicia en su isla. Pero con la Segunda Guerra Mundial en marcha, Steve Sekely realiza una de las alegorías más impresionantes de ese periodo: un villano (general) nazi en Revenge of the Zombies (1943) tiene a su servicio una legión de zombies a los cuales esclaviza para lograr satisfacer los deseos del tercer Reich. En este mismo año también se estrena I walked with Zombie (Yo anduve con un Zombie), donde el zombie no pertenece a una legión al servicio de un villano o general, sino que es el amigo del protagonista de la trama.
También la celebre Plan 9 del espacio exterior (1959) de Ed Wood, considerada la peor película de la historia, tiene como protagonista a un zombie y, a la vez, deja entrever las migraciones entre géneros: la ciencia ficción se mezcla, dialoga e intercambia elementos con el terror, es el fin de una época marcada para la ciencia ficción, por la xenofobia (por ello tanto extraterrestre), por la persecución de comunistas (extraterrestres) y la conquista del espacio como límite civilizatorio.
Añadir comentario