Hace pocos días The Hollywood Reporter publicó una entrevista con una miembro de la Academia de Hollywood, quien, de manera anónima, comparte y argumenta sus votos para la premiación número 92 de esta noche. No es la primera vez que este medio hace este tipo de notas, entre lo predictivo y lo polémico a pocos días de la entrega de los Oscar. Para la entrevistada, los filmes extranjeros no deberían estar nominados con los “regulares” en la categoría de mejor película. En su respuesta, ella se refiere concretamente a Parasite, la película surcoreana de Bong Joon-ho, nominada tanto en la categoría “regular” como en la de mejor película de habla no inglesa. La entrevistada está segura que, en esta última terna, Parasite resultará ganadora sobre su favorita, la española Dolor y Gloria, de Pedro Almodóvar –que lleva perdiendo la contienda que lleva con la cinta asiática en cuanto a premios, desde la exhibición de ambas en el Festival de Cannes 2019.
Analizando las listas de ganadores de los Golden Globes, los BAFTA o los SAG Awards, es posible confiar en el punto de vista de la académica entrevistada por The Hollywood Reporter. A ella, como a muchos miembros jurados de otras premiaciones, le gustó mucho 1917, de Sam Mendes, y Once Upon a Time in Hollywood, de Tarantino. Sin embargo, algunos dirían que los Oscar traen sorpresas y que una de ellas podría ser el triunfo de Parasite como mejor película. Otros pensaríamos que si algo no tiene el guion –y la visión– de la entrega de premios de la Academia de Hollywood es capacidad para el cambio, los giros inesperados, el manejo de capas, la apertura al pesimismo. Aspectos que, entre otros, Parasite articula con una soltura que deja sin palabras, haciendo uso de un código diferente, alejado de la corrección política tan pretendida y aplaudida por los miembros de la Academia y la regulada masa de espectadores educados en el consumo de sus contenidos. No por nada ocupó a la prensa una pregunta al director Bong Joon-ho acerca de una escena en la que un personaje imita a los presentadores de la televisión norcoreana. La respuesta del director despejó la lectura de política. “Es solo un chiste”. La explicación buscada por la prensa esperaba la corrección política, una justificación del uso del humor como pretendida redención de la víctima y condena del tirano (como ocurre, parcialmente, en Jojo Rabbit). El director de Parasite aclaró que no le interesaba hacerse la burla de los norcoreanos, porque cree que muy probablemente entenderían el chiste que otros no pueden.
Entonces, siguiendo el hilo, ¿cuáles son las cosas que impedirían a la Academia premiar a Parasite como la mejor película?, ¿por qué le resultaría insoportable? En sus dos horas y doce minutos, la película surcoreana nos lleva a través de una narración que, con mucha habilidad, modifica sus gestos para insertarse en varios códigos de género de manera simultánea. La risa y el horror están profundamente vinculados a un malestar social, que desde este lugar del mapa podríamos identificar con la viveza criolla, esa manera de hacerse camino cuando no se tiene lo que hay que tener, de obtener las cosas con astucias que no vienen de otro lugar que no sea la falta. En este caso concreto, la falta de bienes, de riqueza, de clase, que viene con una falta y un deseo de los valores a los que se aspira. Sin embargo, creo que la película de Bong Joon-ho plantea una complejidad adicional en este aspecto: no se trata solamente de aspiracionalismo, sino de sobrevivencia dura y cruda, tan cruda como el desenlace al que llega la cinta, con cuchillos y sangre como herramientas. Estas se emplazan sobre los cuerpos, los del poder y los otros cuerpos, esos que huelen mal y que terminan por sellar el desequilibrio y hacerlo carne. Parasite no rehúye de su camino y de la historia que sus protagonistas construyen en espacios dispares pero articulados, la vivienda en el semisótano de la familia pobre y la lujosa mansión de Seúl. Subiendo y bajando de arriba hacia abajo, los de arriba y los de abajo se constituyen a través de una tensión que no puede resolverse, y que no se resuelve con el final. La violencia de la última parte de la trama es deudora de aquella que vemos desde el inicio de la película, y no se hace cuerpo para posibilitar una redención.
Parasite es una película que derrumba, minuto a minuto, casi todas las expectativas del espectador. No hay final feliz. Los de abajo no terminan arriba. Los de abajo siguen viviendo abajo. Y los ricos siguen siendo buenos y bonitos precisamente porque son ricos. Nada que la Academia no ame premiar.
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