Carlos Piñeiro lleva consigo una serie de cortometrajes exitosos e imprescindibles para comprender el cine boliviano contemporáneo. Sirena, su primer largometraje estrenado en noviembre de 2019 en Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (Argentina), bien podría ser la culminación de ese proceso de parto, pues Piñeiro, junto a sus colegas de Socavón Cine, transitaron desde formatos cortos hacia el largo, así como a través desde modos de producción más próximos a la complicidad afectiva hasta la profesionalización, configurando piezas angulares en la escena contemporánea boliviana.
Sirena se construye desde y con la diferencia cultural respecto de la muerte, barreras lingüísticas entre el aymara y el español en la búsqueda y recuperación de un cadáver en una isla sin nombre en el Lago Titicaca. El lago, hábitat de la sirena, se constituye en personaje que envuelve y desenvuelve la trama: a partir del fuera de campo actúa sobre los personajes. Un ingeniero que busca a un cadáver con el oficial de la policía Silva, un joven Diego, testigo de un accidente, y Poma como traductor, son quienes buscan una comunidad donde resguardan el cuerpo.
El contraste cultural se refuerza con la elección del blanco y negro, pues en la película hay dos terrenos, interpretaciones y tesituras diferentes sobre la muerte. Entonces, debe existir la mediación de un traductor: Poma se sitúa en medio de los personajes, cual mediador, y la potencia de este contraste se observa durante todo el metraje.
Cierto preciosismo desborda la puesta en imagen de Marcelo Villegas, director de fotografía, en desmedro del relato subyugante como el canto de la sirena, que desorienta y extravía. Sin embargo, esta opción estética y estetizante guarda más relación con el lugar de las montañas y el lago en las obras previas de Piñeiro, siendo Sirena una depuración de esta búsqueda iconográfica.
No deja de ser una malhadada casualidad que la única película boliviana que interrogue por la muerte, el lugar de los cuerpos y las aparentes brechas culturales se exhiba con el eco visual de la masacre de Senkata, El Alto, y la desgarradora imagen de féretros postrados al lado de tanquetas en el centro de La Paz. Y desde este eco, quizás Sirena, a diferencia de otras piezas bolivianas, sea la única película que interrogó la interculturalidad de manera seria y rigurosa, evitando los deslices caricaturescos de los últimos años.
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