El abrazo de la serpiente (Colombia, 2015) planteaba la fuerza de inmersión espiritual que puede contener la naturaleza a través de la ayahuasca, donde un extranjero atraviesa el Amazonas en busca de la bebida que tiene un tinte mitológico. La aproximación de Olmos en Wiñay (Bolivia, 2018) tiene ciertas similitudes, ya que el camino de la protagonista francesa se realiza en función del encuentro con la ayahuasca, a través de la naturaleza y los dispares habitantes del trópico cochabambino, un camino que se transforma en un encuentro consigo misma, acompañada de una viajante sorpresiva, quien funciona como un espejo a la hora de enfrentar los problemas que ambas mujeres tienen.
La búsqueda del ente extranjero en tierras ajenas siempre ha connotado una vena colonialista y ha sido motor de historias desde el inicio del cine. El vacío ya sea material o existencial que busca ser llenado a menudo es un Mcguffin, que va mutando hacia algo más trascendental. En Wiñay la protagonista va descubriendo que el amor sororo y la solidaridad inesperada son realmente la salida que buscaba, aunque las buenas intenciones a veces tienden a cierta condescendencia.
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