Cuando a Martin Scorsese le preguntaron en una entrevista sobre sus motivaciones para crear su última película, el documental Rolling Thunder Revue: a Bob Dylan story by Martin Scorsese (2019), el director respondió que la intención del filme no fue la de retratar a una leyenda de la música en un momento muy particular de su carrera, sino la de explorar un mito, y a través de él, “aquello que no tiene temporalidad y nos caracteriza como seres humanos”. Sus palabras, me parece, hacen referencia a ese mito sobre la vida bohemia de los artistas, viajeros itinerantes, personajes que existieron desde hace siglos en el mundo del teatro y de la música en particular, y que en este caso fueron encarnados por Bob Dylan y los músicos que lo acompañaron en una de las giras más especiales que realizó el artista durante 1975 y 1976.

En una caravana, Dylan y varios artistas recorrieron distintas ciudades del noreste estadounidense y tocaron en pequeñas salas a las que llegaron casi por sorpresa, sin anunciar en los folletos que era el mismo Dylan quien se presentaba. Una compañía itinerante que anunciaba su llegada solo unos días antes del concierto. A Scorsese, sin embargo, no le importaba mostrar el camino de estos músicos viajeros, solo le interesaba mostrar la desbordante energía creativa de su viaje, en medio de una época de re-invención, de re-nacimiento que vivía el país del norte. Por eso, el montaje de los archivos filmados durante la gira y las entrevistas actuales que fueron agregadas por Scorsese, no se detienen a puntualizar el camino, las ciudades, sino que nos envuelven en el ambiente musical y creativo que vivían quienes de una u otra manera formaron parte de ese movimiento.
Si esa es la propuesta de Scorsese, no podemos decir entonces que la película sea precisamente una película sobre Dylan y sin embargo, también lo es. Durante las dos horas y veinte minutos que dura la cinta, los espectadores seguimos una narración bastante esquiva y misteriosa en la que no se explica mucho sobre quiénes son y qué hacen ahí cada uno de los personajes que se van presentando, pero las explicaciones no nos hacen falta. Está claro que reconocemos varios rostros, nombres, e incluso muchas de las letras y la poesía que fue creada durante esa época.
La secuencia de las escenas es caprichosa, salta de un lugar a otro, sin orden: de Joan Baez a Jack Elliot, a Joni Mitchell, a Allen Ginsberg, a Scarlet Rivera, a Sam Shepard y a muchos otros más. Pasa por todos ellos, sí, pero siempre vuelve a Dylan.

Ese caos resulta brillante porque nos muestra escenas particulares de ese mundo ajeno para la gran mayoría de nosotros. Por ejemplo, vemos al principio a una joven Patty Smith en una escena durante una de sus primeras presentaciones poético-rockeras en la ciudad de Nueva York, la vemos y en seguida quedamos enganchados por aquel mundo que ella crea junto a los demás músicos, el público, etc. Patty nos anuncia entonces que entramos en otra dimensión, y ahí vemos a Dylan, en ese mundo mitológico de amores imposibles y voluntades inquebrantables, en el mundo del rock ‘n’ roll. Cuenta Patty Smith:
Un arquero estaba enamorado de su hermana
y la amaba tanto que un día la miró y le dijo:
“toda la locura entre tú y yo es algo muy privado”
Pero la hermana se asustó,
entonces la hermana,
la hermana apagó su cigarro
y se casó con el sultán.
Entonces el arquero se convirtió
en arquero para ese rey.
Era la noche de la boda,
Y el sultán y la hermana iban a casarse
Entonces,
El arquero salió con su armadura puesta
Y afuera el jardín se veía como se veían
los terrenos del Japón del siglo XVI
Era negro y verde como un tablero de ajedrez
Entonces el arquero caminaba
en la parte oscura del tablero…
y miró a la parte oscura del tablero
y la parte oscura se veía
como el cabello oscuro de su hermana
y entonces,
ya saben cómo es eso,
oh, todo un gran enredo,
se veía como el cabello oscuro de su hermana
y el arquero no pudo avanzar,
ni ser el arquero del rey,
porque miró hacia el palacio,
y en el palacio vio a su hermana
desvistiéndose para el sultán.
Entonces el arquero se fue,
se quitó su armadura
y empezó a caminar hacia el palacio,
empezó a caminar en otra dirección,
empezó a caminar en otra dimensión
Se movía en otra dimensión
Yo me muevo en otra dimensión
Yo me muevo en otra dimensión
Yo me muevo en otra dimensión
Y él siguió caminando
Y caminó realmente lento
Aquí estaba el primer arquero
del rock ’n’ roll
Caminó hacia el palacio
hacia el palacio por respuestas
con pasos grandes,
con pasos grandes
caminó siete caminos
caminó siete caminos
Liberó los elementos
el huracán explotó
en sus manos…*
En la misma entrevista, Scorsese dice que “cuando todo lo demás falla, esto es lo que pasa: una persona se levanta, cuenta una historia y canta”. Como lo hizo Patty Smith y también Bob Dylan.
Creo que lo hermoso de esta película está en que, sin ningún esfuerzo, se aleja de lo predecible y de lo convencional. Junto a las escenas de música, Scorsese nos muestra, por ejemplo, a una muchacha que sonríe y llora después del concierto y luego, también, escuchamos a otra muchacha decir lo deprimente que le resultó ver a tantas personas hacer fila durante dos días solo para poder ver a Dylan. Deprimente darse cuenta de que las personas necesiten a algo o alguien que pueda ofrecerles salvación. Deprimente, dice la muchacha, “pero yo también lo hice”, agrega después.

El desorden en la narrativa, el discurso esquivo de sus personajes, la mirada misteriosa de un Bob Dylan que disfruta observando el caos a su alrededor, la intensidad de los impulsos creadores y de la vida dedicada a esa misma creación. Todo eso, y la música, la poesía, eso es todo lo que nos transporta a esa otra dimensión de la que hablaba Patty Smith, es el mito y nosotros que, sin poder concretar algo en absoluto, vemos suceder a través de la pantalla.
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