
Con la promesa de una historia de amor en una Bolivia que deslumbra, la última película de Juan Carlos Valdivia tuvo su estreno mundial en su país, Bolivia.
El imaginero del proceso de cambio, para el que la empresa y fundación de Valdivia se encargan de inventar las imágenes hegemónicas, no puede en la película salir de este esquema ciertamente estetizante de las diferencias. Por ello en Søren (2018) los personajes Amaru y Paloma no son más que unos cuerpos habitando el plano, entre rituales, sexualidad, viajes hacia el amor libre, cotidianidad del amor y sus vericuetos. Esta relación heteronormada patriarcal requerirá, como la película, de una fuerza exterior que le dote de sentido; y como toda historia adolescente, ingresará, en forma de sabiduría taciturna, Søren, un extranjero que brindará a los vibrantes cuerpos plurinacionales la posibilidad de resemantizar el amor.
La estetización de la diferencia es algo que Juan Carlos Valdivia imprimió en nuestras retinas e imaginario desde hace una década con encargos del proceso de cambio: museografía, videos, fotografías, vestuarios, conceptos entre otros. Estos elementos constituyen a la fecha una marca identitaria de Valdivia por lo que son fácilmente reconocible en un periodo tan largo de adquisición visual de un código y estilo, generando con ello esquemas reconocibles.
Si bien el planteamiento de una relación hetero cuestionada por un agente exterior podría desintegrarse en un cuento moral o un relato redentor femenino como estilan algunos cineastas varones secuestrando el relato de cuño feminista, Valdivia fuga de esto en el tratamiento narrativo, pues la estructura del filme va ofreciendo elementos dispersos, propensos a la interpretación, brindando posibilidades al relato, sin embargo el epilogo de la obra dilapida toda la construcción a favor del paisaje del salar de Uyuni. En Yvy Maraey el paisaje y el jeep con el que lo surcaba son protagonistas, en Søren el paisaje es contenedor de la cultura hecha postal.
En Yvy Maraey la crisis creativa de Valdivia parece ir acompañada y paralelamente con sus éxitos publicitarios; en Søren esta crisis parece establecerse y agudizarse, el mismo director lo advierte en Parada obligatoria (Plural, 2017), título sugerente de su libro, en el cual al tiempo de homenajear su obra, en complicidad con sus amigxs y colegas, comprende que una etapa de su carrera concluyó.
Un denodado ímpetu intelectual envuelve la obra de Valdivia en sus ultimas tres películas, que a decir de él son las valiosas. Este ignoto ímpetu generó monólogos vacuos como los del director Andrés (JC Valdivia) frente al celuloide (Yvy Maraey) o las reflexiones adolescentes sobre el amor en Søren, las reglas, consejos y guías de lectura que debe tener todo joven guionista (libro Parada obligatoria) y por supuesto el mismo nombre de su última cinta, Søren, a la cual merodea un hálito existencial que se desvanece a medida que el paisajísmo y la teatralidad fílmica van ocupando el plano.
Paisajes
En Yvy Maraey (2012) el paisaje rural opera como un espacio de disponibilidad a ser recorrido/descubierto/ conquistado por Andrés, que busca salvajes y a sí mismo. En Søren el paisaje ya ha sido tomado por estos cuerpos, por lo que la interrogante por la identidad se subordina a otra búsqueda, la del amor.
Extractivismo de las imágenes
La estetización de la diferencia y porno miseria (reformulado porno conflicto) es algo de lo que el cine latinoamericano y boliviano adolecen desde hace décadas.
Texto originalmente publicado en la página de Imagen Docs del periódico La Razón, 18 de noviembre de 2018.
Añadir comentario