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Las malcogidas, de Denisse Arancibia (2017, 93’). El sentimiento inútil

Texto publicado en los Cuadernos de investigación MUJERES/CINE: Bolivia 1960-2020, proyecto de Imagen Docs y el Festival de Cine Radical, con el apoyo del Centro Cultural de España en La Paz.

Scarlett O’Hara, la sureña más hermosa y rebelde en Lo que el viento se llevó (1939), se agarra fuerte a una columna en su dormitorio para que la fuerza tempestuosa de los jalones que su nana le da a las cintas de su blanco corsé no la tumben. Bien ceñido a su ya apabullante cintura, el corsé va evitar cualquier desbordamiento, ya sea físico o sentimental en ella. Va sujetar todo lo que pueda salirse de la regla o de la ley porque se le viene encima una catástrofe mayor: la Guerra Civil.

La directora boliviana Denisse Arancibia (1982) empieza su película Las malcogidas (2017) con un corsé totalmente diferente en su hechura y forma, pero que en su función termina siendo el mismo de aquel que comprime la figura de la sureña: evitar el desborde. El corsé está hecho de capas y capas de yeso que le aplican a una inexistente cintura o a una que se ha atrevido a ir más allá de sus límites reglamentarios en el cuerpo de la protagonista, Carmen (interpretada por la propia directora). Frente a un espejo en el spa, Carmen, una treintañera con sobrepeso, mira con sospecha su corsé de yeso aun mojado, que se ha hecho poner para adelgazar. Ella no tiene un pilar ni nada donde sostenerse, así que al primer movimiento en falso cae tumbada al piso.

Carmen vive con Carmen (Marta Monzón), su abuela narcoléptica, y Karmen con K (Bernardo Arancibia), su hermano travesti y gay. Las tres “Marías” que nunca han tenido un orgasmo, aunque sí relaciones sexuales. Carmen vive haciendo dietas, masajes y terapias para domar un cuerpo ansiante y deseante, un poco guiada por las exigencias de la sociedad y otro gran poco por la inocencia-demencia de su abuela, que le devuelve, hasta el cansancio y sin ningún pudor o tacto, comentarios como puñaladas: que está gorda y por eso fea, y que no tiene sexo ni tendrá un orgasmo, como todas en la familia, por lo que terminará fracasando en la vida.

El corsé de yeso prefigura un límite físico y social para Carmen, quedando ella, por su sobrepeso y por su deseo, fuera de los márgenes de lo aceptado socialmente. Desde ese lugar de la contención –Carmen, la abuela intentando no dormirse sobre el fuego de la hornilla; Carmen luchando con el sobrepeso y la precariedad de la vida (trabaja en un cine porno y vende, de contrabando, películas piratas); y Karmen buscando salir de este país corsé para vivir segura con su sexualidad–, la película cuenta una historia de emancipación y autoconocimiento con ecos de las películas románticas comerciales de fines de los ochentas y noventas. La fotografía de la película (Juan Pablo Urioste) utiliza códigos ochenteros como las fuentes de luces saturadas, letreros de neones y otras fuentes luminosas, y crea un ambiente saturado con exceso de información y colores, configurando una atmosfera urbana y excitante teñida de cierta nostalgia e inocencia que pone en evidencia la cinefilia de la directora y la ilusión de un cuerpo de perder la “virginidad”.

Carmen está enamorada del vecino galán del piso de arriba, Álvaro (Fernando Barbosa), ruidoso en la cama y en los escenarios de boliches donde canta con su banda. Para Carmen, él no significa solo cama, sino el camino a seguir para cumplir con un mandato social que ni ella misma se lo cree. Alcanzar el amor y tener un orgasmo. Carmen tiene el cuerpo de la sed, un cuerpo de ansia que se desborda en deseo y ganas. Le gusta cantar, le gusta el cine de autor, le gusta comer, coger y el rock and roll. Sobretodo el rock argentino de los años ochenta que recorre la película tiñéndola de esa frescura y ganas de vivir que las bandas de rock implantaron a pesar del golpe, de la guadaña, del manotazo ese que fue la dictadura.

“Alguien tira para abajo, yo me trato de zafar” dice una canción de Miguel Mateos de esa época, que Carmen canta bajo la ducha. Esos sonidos frescos y renovados cantan con ingenuidad y alegría a la vida, y permiten espacios de fuga al drama central. La cinta tiene varios fragmentos cantados por los personajes, lo que añade a su hechura el género cinematográfico del musical. Las ansias por “zafar” de un solo discurso y género cinematográfico refuerzan la búsqueda de estas mujeres por romper con un sistema funcional y burgués que las pone en su lugar, a veces incluso a los golpes.

Denisse Arancibia en el papel principal de su película. Fotografía: gentileza de Naira Cine.

La película señala los peligros de amar, o mejor, de sentir locamente, sin corsé, sin prejuicios, sin clichés, sin educación ni obediencia. No es casual que el giro final de la película se dé cuando Carmen finalmente tiene la oportunidad de besarse con Álvaro y este se sorprende al tocarla y sentir ese yeso frío y muerto en la panza. Es la falta de calor y vida lo que aleja a Álvaro de ese cuerpo, la sorpresa de encontrarse con un límite en un cuerpo que no parece dispuesto al placer. Furiosa y vencida Carmen se saca el corsé de yeso a tirones para dar rienda suelta a sus sentimientos.  

En un texto llamado “Revuelta”, crónica escrita por Clarice Lispector en 1968, se lee: “Cuando el amor es demasiado grande se vuelve inútil: no se lo puede administrar, ni la persona amada tiene la capacidad de recibir tanto. Me quedo perpleja como una criatura al ver que incluso en el amor hay que tener sentido común y noción de la medida. Ah, la vida de los sentimientos es demasiado burguesa”.

El sentir desbocado y no controlado es inútil, nos dice. El amor loco es un atentado. Porque, como Lispector apunta, el amor administrado, controlado y encorsetado responde a una perspectiva reproductiva; el amor que sirve dentro de la sociedad capitalista es el que garantiza la reproducción de la especie, pero también del sistema. Todo aquello que está en el orden del sentir y del afecto tiene que pasar por todas las convenciones institucionales que lo contienen y lo moldean. Ese amor tiene que ser útil para la reproducción del sistema, el sentimiento inútil es un gasto y una derrota para aquel, que mide las cinturas y controla el peso de sus conciudadanos. El sentimiento útil es ese que se puede cuantificar.

Las malcogidas son esas tres Marías que se desbordan en la pantalla del cine hacia el deseo sin freno, ni justificación, ni sentido de utilidad. Denisse Arancibia, a riesgo de parecer solo una cinéfila, pone el cuerpo y el sentir sobre la razón y la convención para hablar del poder de revuelta que anida en el cine.


Bernardo Arancibia en el papel de Honorio-Karmen. Fotografía de Igor Vera. Gentileza de Naira Cine.

Ficha técnica

Año: 2017.

Países de producción: Bolivia y Argentina.

Duración: 93 minutos.

Soporte: Digital.

Color: Color.

Dirección: Denisse Arancibia Flores.

Producción: Victoria Guerrero.

Sonido: Rita García Salas.

Música: Juan Andrés Palacios.

Fotografía: Juan Pablo Urioste.

Montaje: Daniel Bargach Mitre.

Asistente de dirección: Catalina Razzini.

Elenco: Denisse Arancibia Flores, Ariel Vargas, Bernardo Arancibia Flores, Marta Monzón, Rosa Ríos, Fernando Barbosa, Scarlet Bolívar.

Sinopsis

Carmen tiene más de 30 años, pesa más de 100 kilos y nunca ha tenido un orgasmo. Está enamorada de su vecino Álvaro, voz principal de un mediocre grupo de rock. Vive con su hermano Honorio escogido “Miss Trans” varias veces, quien se hace llamar Karmen con “K”. Ambos viven en la casa de su narcoléptica abuela Carmen. Carmen intentará bajar de peso y luchará por combatir la maldición familiar para lograr por fin tener un orgasmo.


La directora Denisse Arancibia en un día de rodaje de la película. Fotografía de Igor Vera. Gentileza de Naira Cine.
Alba Balderrama

Alba Balderrama

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