A estas alturas parece indudable que Blonde, el (in)esperado filme sobre Marilyn, no deja indiferente a quien se le mida por casi tres horas. Esto, a priori, no tiene por qué ser un halago y las siguientes notas, que surgen justamente tras incurrir en discusiones (sanas discusiones, aclaro) vía redes sociales y compilar diferentes puntos de vista, están muy lejos de pretenderse una apología de la película. Pero, como suele ocurrir ante propuestas tan espinosas políticamente, pienso que el shock inmediato merma las posibilidades analíticas y críticas, tanto para defensores como para detractores. Es justamente para abrir un campo de análisis y de examen crítico que me permito poner sobre la mesa diferentes puntos y elementos que podrían favorecer una aprehensión más razonada del fenómeno en cuestión (Marilyn, esa supernova en el firmamento de deidades mediáticas que nos sigue haciendo perder la cabeza tantos años después de su paso por el mundo).
1. Forma y contenido: Nunca me pareció tan urgente hacer esta distinción para ordenar mi percepción sobre una película. En Blonde hay un hincapié descomunal en el despliegue formal para transmitir el contenido de la narración y los matices del personaje.
2. Adelanto que no leí la novela de Joyce Carol Oates, pero considero absurdo creer que la experiencia de una película se haga más emocionante o llevadera, o se complete y/o justifique gracias a la lectura de la novela en que se basa. Novela y película son entidades autónomas que no deberían requerir de “asistencia” para transmitir su mensaje. Compararlas –por más evidente que parezca– es un craso error, excepto si se toma en cuenta la posición de cada una con respecto al mundo de la literatura y del cine, respectivamente. Un gran libro puede dar lugar a una lamentable película, así como una novela mediocre puede desembocar en una obra maestra del cine.
3. El punto de vista. El enfoque de Blonde sobre Marilyn es claro y sin ambigüedad: se trata de la solitaria travesía infernal de la actriz más famosa y deseada del mundo. El descenso hacia la locura, la explotación, la humillación sexual, el abandono y el desastre parecen ser los únicos motores narrativos y estéticos del larguísimo metraje. No me parece desproporcionado esculpir una historia basada en estos elementos que, dígase lo que se diga, estuvieron tan presentes en la vida de Norma Jeane y que terminaron por dominar su existencia cuando decidió ponerle fin a la misma en 1962. En este aspecto no puedo estar de acuerdo con quienes reniegan contra la aproximación a la biografía y la sienten ofensiva cuando sería tapar el sol con un dedo ignorar el aspecto trágico y, por qué no decirlo, pesadillesco, de esta vida desolada y entrampada en vivencias altamente tóxicas de doblez, fantasía y glamour. Considero legítimo y en cierta medida necesario examinar desde adentro la emergencia de las divas hipersexualizadas y la reacción de la sociedad: odio, misoginia, desprecio… Como si la propia cultura falocefálica no pudiera perdonarle a su «diosa» el despampanante atractivo y tuviera que castigarla por eso… Negándole sistemáticamente su (derecho a una) humanidad.
El caso de Harvey Weinstein demuestra que, mucho después de Marilyn, la maquinaria violadora y sexualmente despótica de Hollywood ha seguido funcionando muy a gusto, y negar que la historia de Norma Jeane constituye un arquetipo fundacional de esa tragedia, de esa afrenta, de ese crimen (donde productores, cantantes, políticos, actores y otras celebridades ponen lo suyo para consumar la atrocidad), no colabora en nada a la causa de su extinción.

4. El tema de la forma o cómo extraño a David. La lección cinematográfica que se puede sacar de este experimento es esta: no cualquiera es David Lynch. Y con esto quiero decir que, contrariamente a lo que se podría pensar, llevar a buen puerto un cine intuitivo, abstracto, inconexo, onírico y subjetivo parece ser más difícil que seguir el canon. He aquí uno de mis mayores reproches al metraje de Blonde: el abuso de recursos fotográficos, sonoros y de montaje, en fin, el excesivo funambulismo audiovisual, para acentuar la deriva psicológica del personaje terminan otorgando la sensación de “marear la perdiz” más que apoyar la travesía emocional. La duración exagerada de ciertas escenas, los saltos temporales arbitrarios, la cámara lenta, el vaivén de blanco y negro a color, la redundancia indisimulada, hiperbólica, en el uso banda sonora, todo eso, en lugar de meternos en el baile, muchas veces sabe a artificio, a exceso formalista y a pretenciosidad. Es en la ejecución de la idea, en la puesta en funcionamiento del lenguaje cinematográfico, donde encuentro las falencias. Por eso quizás pasamos de escenas poderosas y con aura de Mulholland Drive a secuencias interminables dignas de publicidad de perfume o videos en bucle de Lana del Rey o Rihanna (excelentes productos en su rubro). No encuentro fundamento en el reproche a la “tortura misógina e inclemente de un personaje femenino” que, en los hechos, vivió una vida tortuosa llena de inclemente misoginia. Pienso en Twin Peaks Fire Walk With Me, Dancer in the dark o Rosemary’s baby (con personajes ficticios) y considero que comparten esa característica con Blonde, pero la ejecución –he ahí el genio de Lynch, Von Trier o Polanski– las pone en otro nivel. Quizás sea ese posicionamiento a medias, indeciso, entre la biopic mainstream tradicional hollywoodiana y el cine crítico, de auténtica contracultura, el que constituye la mayor falencia de la propuesta de Andrew Dominik. Dado que no hay ética sin estética y viceversa, así como ningún plano o encuadre es inocente, considero que lo más “ofensivo” de esta película no proviene ni del contenido narrativo ni del perfil del personaje, sino del abuso indiscriminado de recursos propios de la publicidad, el videoclip u otras mercancías audiovisuales; es decir, se sirve impúdicamente de los mismos mecanismos que pretende criticar: la mercantilización de las personas en pro del espectáculo. La falta ética, si hubiera que señalarla, radica en la incapacidad artística de transmitir o posicionarse ante aquello que trata de denunciar.
5. Ana de Armas. Me llama la atención cómo hasta los más furiosos detractores (detractoras, especialmente) se sacan el sombrero ante la performance de la talentosa actriz cubana, casi como ante una especie de heroína (¿a la imagen de Norma Jeane que, para encarnar a Marilyn, tenía que aguantar una sucesión indecible de vejámenes por parte de productores, directores y, aunque sea en la imaginación, de la audiencia?). ¿Por qué será? ¿Se puede repudiar una película que se concentra en la vida de un personaje y loar la performance del intérprete como algo notable y extraordinario? Me parece un dato de indudable interés sociológico y muestra la cantidad de espacios de ambigüedad axiológica y de contradicciones internas que nos mueve (guste o no) este viaje acompañando en el camino del calvario a una estrella lacerada, martirizada, perdida y alienada hasta la muerte. Ana de Armas, ese parece ser el consenso, carga sobre sus espaldas un rol tan pesado, denso de historia(s) y tan cargado de fantasmas que no se puede dejar de aplaudir su osadía y entrega.
6. Marilyn fue, es y será siempre un símbolo complejo e inaprehensible, su vida y muerte también. Una luminiscencia tan poderosa que, como el astro solar, hace difícil mirarla directamente, un destello que, así como ilumina, enceguece. Se trata de un icono que proyecta, en la misma medida, luces y sombras de densidades inconmensurables en la historia del cine y, al César lo que es del César, en la de todo el siglo XX. Más allá de las virtudes y defectos de esta visión particular presentada por Dominik, está claro que la persona de Norma Jeane Baker, Marilyn Monroe, es mucho más relevante y significativa que cualquier biopic o novela que pretenda aproximarse a ella.

Blonde de Andrew Dominik está disponible en Netflix.
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