
En septiembre, la Fundación Enrique Arnal y la Fundación Patiño han presentado en La Paz la exposición «El mundo de mi memoria», del pintor potosino Enrique Arnal (Catavi, 1932 – Washington, 2016). La muestra, curada por María Isabel Álvarez Plata, se presentará en el Palacio Portales de Cochabamba del 6 al 26 de octubre. Pronto, la exposición estará en Santa Cruz.
La contemplación de la obra de Enrique Arnal implica un adentramiento en algo más hondo que la bella ilustración de un contenido manifiesto (sea figura o paisaje, orgánico o mineral) así como, por otro lado, jamás permite caer en una sensualidad ornamental sin ancla en la condición, trágica, de la experiencia humana.
El recorrido por las diversas fases de su pintura permite al espíritu sobrevolar las grandes vetas de la vanguardia pictórica del siglo XX sin que por ello se pierda el sello, la marca profunda, la poesía, por qué no decirlo, de un demiurgo superlativo en las artes visuales bolivianas. Es virtud de grandes artistas entablar diálogos con otros creadores, contemporáneos y del pasado, sin perder la identidad, la pesquisa personal, un impulso casi indecible, que lleva a plasmar colores en una superficie para revelar-se a sí mismo como se revela un mundo. Es así como, al recorrer la exposición, se avizora una verdadera ágora pictórica donde cada lienzo dialoga con uno o más pintores del orbe y, en especial, con los heraldos de la vanguardia que sucedió vertiginosamente al impresionismo a finales del siglo XIX. Picasso, Bacon, Ernst, Soutine, Rousseau, Guayasamín, Orozco, Alandia Pantoja, Lara en materia figurativa, así como la abstracción de Rothko, Kline, De Kooning, M. E. Ballivián o el mismo Basquiat se encuentran en esta gran asamblea de colores y formas, pigmentos y texturas sin ceder jamás a esa idea apolítica, desterritorializada, de un arte (aparentemente) universal carente de raíces. Porque si de algo no carecen estas telas monumentales es de eso mismo: raíces. Y, esto, tanto a nivel simbólico como literal: se trata del empleo de dispositivos visuales de anclaje para la mirada, que queda absorbida fatalmente.
La firma de Arnal es un manifiesto de amor a la pintura, a la «cosa pictórica», a aquello que se hace visible en un lienzo para dejar de ser solo materia, para devenir en soporte emocional de una visión, fugaz y anonadante para el ojo que osa detenerse ante su profundidad.
El gesto decidido, salvaje de la pincelada conlleva una musicalidad capaz de tocar las notas más sutiles, las vibraciones más diáfanas en el corazón de quien se para frente a estos cuadros que proyectan una especie rara de apoteosis minimalista, pétrea, de una abismal serenidad.
La exposición que viene de atestiguar La Paz como lo harán Cochabamba (desde este jueves 6 de octubre) y Santa Cruz pone en manifiesto la importancia de Arnal como maestro de la plástica vanguardista en Bolivia y América Latina. Los años que el pintor dedicó a su arte son años de un frenesí incomparable tanto en materia política y social como en cuanto a la pesquisa pictórica y al rol del arte en general. Toda esta inquietud de la época (la segunda mitad del siglo XX y los inicios del XXI) está plasmada en estas variadas composiciones. Foro donde conversan tantas figuras clave del arte moderno, la muestra contiene, por eso mismo, una indudable impronta pedagógica para aquel que se aventura al mundo de la pintura o de la historia de la misma. De Catavi al mundo, es sobrecogedora la fuerza que irradian estas imágenes altamente sintéticas, estas pinceladas potentes, decididas, estas figuras ensimismadas. Todo es digno de celebrar: lo humano y lo animal, lo nacional y lo universal, lo telúrico y lo etéreo, todo bajo el imperio de una mirada y unos pinceles entregados, de alma, vida y corazón, a ese misterio imperecedero de la forma y el color. Gracias Arnal, gracias al Centro Simón I. Patiño y a la curaduría de esta exposición por traer ante nuestros ojos todas esas telas de incalculable valor e insoslayable belleza.





Añadir comentario