Texto publicado en los Cuadernos de investigación MUJERES/CINE: Bolivia 1960-2020, proyecto de Imagen Docs y el Festival de Cine Radical, con el apoyo del Centro Cultural de España en La Paz.
La muñeca de maíz, cortometraje animado de Marisol Barragán, se estrenó en 1989, un año para nada cualquiera en la historia del cine boliviano. Es el año en que debutó en pantallas La nación clandestina, séptimo largometraje de Jorge Sanjinés, trabajo consagratorio del que es considerado el cineasta más importante de la cinematografía nacional. El dato viene a colación para intentar comprender la invisibilidad que el filme de Barragán sufrió en su momento pese a ser una pieza muy digna de atención. La muñeca de maíz es una cinta a la que, sin demérito de sus cualidades internas, lastraron injustamente al menos tres de sus condiciones de origen: ser un cortometraje, haberse realizado con una técnica de animación y estar dirigido por una mujer. Sin ir más lejos, son tres condiciones de origen radicalmente diferentes a las de la otra película de 1989 de la que se viene hablando, La nación clandestina: un largometraje de imagen real dirigido por un hombre (y no cualquier hombre, por cierto).
Este intento de explicación sobre la limitada visibilidad de La muñeca de maíz puede parecer forzada en este momento, pero no lo era a finales de los años 80, cuando las posibilidades de circulación pública de trabajos como el de Barragán eran mínimas. Por entonces, los cortos eran considerados no más que ejercicios de calentamiento previos a la realización de un largo, así que los espacios formales para su exhibición eran casi nulos, a más de algún festival o muestra especial. Algo similar pasaba con la animación, un género que, por su complejidad técnica, era prácticamente inexistente en Bolivia y tenía escasísimas chances de visionado. Por si fuera poco, sobre las imágenes animadas imperaba un prejuicio difícil de desterrar: su orientación casi exclusiva a públicos infantiles. Ni hablar de cine boliviano dirigido por mujeres, para quienes estaban reservadas funciones más logísticas y técnicas (como producción), algo que solo comenzó a cambiar definitivamente gracias a la explosión del video analógico.
El paso de los años y algunas tentativas de documentación del cine boliviano de los ochenta en adelante permitieron reconocer el trabajo que venían realizando cineastas casi anónimas en territorios marginalizados como el video, el documental o la animación. De hecho, el nombre de Barragán se hizo del lugar que merecía entre los pioneros de la animación en Bolivia, junto con Jesús Pérez. Su labor apareció asociada a otras realizadoras de gran valía, como Liliana de la Quintana (quien desde la productora Nicobis también incursionó en la animación) y Mela Márquez, quienes colaboraron con ella en un siguiente corto, Paulina y el cóndor (1995).
Todo este preludio contextual se impone necesario para relievar el esfuerzo del proyecto MUJERES/CINE: Bolivia 1960-2020 en el rescate y puesta en valor de La muñeca de maíz, a la que, no sin cierta temeridad, cabría reconocer como la “otra” gran película boliviana de 1989. Porque, desde su abierta modestia, el corto de Barragán ofrece pistas para (re)descubrir parte del cine boliviano que nos fue vetado durante el último medio siglo.

Imagen de la secuencia inicial del cortometraje La muñeca de maíz. Captura de pantalla. Material audiovisual gentileza de Marisol Barragán.
Presentado como un “cuento popular”, el corto arranca con un prólogo pedagógico que, por cierto, se repetirá en Paulina y el cóndor, en el que la realizadora muestra el mapa de Sudamérica, recorre sus principales regiones y ubica al espectador en el espacio –geográfico y cultural– donde tendrá lugar la historia que habrá de narrar. Se trata del Gran Chaco, hogar de la cultura guaraní, donde una niña de nombre Arazá (guayaba) es reprendida por su madre, debido a que no la escucha mientras juega con su muñeca Isirí (arroyuelo). Solo para asustarla, la mujer amenaza con quitarle su muñeca, hecha de una mazorca de maíz, lo que espanta a la niña y la lleva a buscarle un escondite. A sugerencia de la tortuga, que le cuenta cómo entierra sus huevos para asegurar su supervivencia, decide enterrar a Isirí a la vera de un río para luego recuperarla sin que la vea su madre. Sin embargo, poco después de ocultar a su muñeca sobreviene una lluvia torrencial que se extiende por días e impide a Arazá ir por su muñeca. Cuando finalmente cesa el “llanto de la luna por no poder brillar junto al sol” (que es como los abuelos guaranís entienden la lluvia), la chica va en busca de su mazorca, pero no la encuentra. Le pregunta a la tortuga, ya con sus crías, pero no obtiene una respuesta. Donde enterró a Isirí solo hay una pequeña planta, y la niña se entristece y llora. Solo el paso de los días y el crecimiento de la planta alivian a Arazá, al descubrir que en esa planta de maíz ha renacido su muñeca, una nueva mazorca que toma y vuelve a convertir en su incondicional compañera de juego.
El cuento tiene un origen claramente mitológico, que habla de la fertilidad del monte, del aprendizaje cultural de la siembra y la cosecha, de la comunión entre el hombre y la naturaleza. Aunque, en sentido estricto, es de la comunión entre la mujer y la naturaleza. Algo que salta a la vista del relato es la resuelta feminización del paisaje y sus personajes. No hay una sola figura humana masculina. Arazá nunca alude a su padre, menos aún se lo ve. Tampoco tiene hermanos. La única presencia masculina es el abuelo de la niña, que, eso sí, es un armadillo, no una persona. Salvo él, todas las demás criaturas del cuento son femeninas: Arazá, su madre, la muñeca Isirí, la tortuga, la lluvia, la luna… Así pues, en La muñeca de maíz las cosas del mundo son y corren a cuenta de mujeres/hembras, desde el cuidado de las nuevas generaciones hasta el cultivo de los alimentos, pasando por la enseñanza y el juego. Nada se les escapa, nada está fuera de sus conocimientos y habilidades. Lo único masculino es un anciano que guarda cierta sabiduría cultural.

Un rasgo esencial del corto es la técnica de animación que emplea: el cut of o recorte de papeles. Se trata de un procedimiento poco común en la animación actual, pero que no pierde vigencia a la hora de apreciar sus cualidades estéticas. Lejos del preciosismo plástico y del realismo figurativo imperantes en la animación más mainstream, el cut of de Barragán se permite una libertad en el trazo que, a momentos, confiere a sus personajes formas cuasi cubistas. El estilo condice plenamente con el talante mitológico del relato, en el que seres humanos y naturaleza dialogan y conviven con una fluidez apabullante, digna del realismo mágico. Y algo no menos determinante del recorte de papeles, en tanto técnica, es que reivindica la vocación lúdica y artesanal de la animación, del cine y del acto creativo en general. Como el que consuman Arazá y su muñeca Isirí, la creación de imágenes no deja de ser un juego de manos en el que interactúan el sujeto y el objeto hasta que este último se hace autónomo, cobra vida propia y engendra nuevas criaturas llamadas a convivir con los sujetos.
El cine, nos dice Barragán, es una actividad viva y en movimiento perpetuo, similar al cultivo de la naturaleza, que nunca deja de ser un juego en el que criaturas humanas y no humanas conviven en orden de perpetuar una existencia compartida. Y el cine, nos lo dice también Barragán, es una actividad creadora en la que, como con el cuidado de Arazá, Isirí y la naturaleza, las mujeres pueden valerse plenamente por sí solas.

Ficha técnica
Año: 1989.
Países de producción: Suecia, Uruguay, Bolivia.
Duración: 6 minutos.
Soporte: 35 mm.
Color: Color.
Técnica: Animación.
Guion, diseño y dirección: Marisol Barragán.
Animación: Javier Peraza, Marisol Barragán.
Edición: Mario Jacob, Göran Gester.
Sonorización: Göran Gester.
Música: Adrián Miranda.
Corte de negativo: Christina Jernström.
Luces: Janne Lundgren (SVT-lab, Stockholm).
Voces: María Inés Gonzalo (narradora), Sofia Bildt (Araza), Marta Inostroza (mamá), Olga Morales (tortuga).
Producción: Kurmi-Film (Stockholm), Imágenes (Montevideo).
Sinopsis
La muñeca de maíz cuenta la historia de Arazá, una niña guaraní que pasa mucho tiempo jugando con su muñeca de maíz, llamada Isirí. La niña es reprendida por la madre por descuidar sus quehaceres. Arazá decide esconderla bajo tierra, pensando en buscarla al día siguiente; sin embargo, una larga lluvia se lo impide. Cuando logra salir se da cuenta que en el lugar de la muñeca hay una planta y llora desconsoladamente. Pero su abuelo le dice que debe ser paciente y esperar que crezca una mazorca para tener nuevamente a su muñeca de maíz.
Cortometraje La muñeca de maíz
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