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Senkata, memoria de una masacre

El pasado viernes 1 de julio tras una ofrenda floral a las victimas de la masacre del 19 de noviembre de 2019 se realizó la proyección de
Senkata, memoria de una masacre en interiores y exteriores de la parroquia San Francisco de Asis.

Senkata, memoria de una masacre

Senkata, memoria de una masacre, de entre una veintena de obras audiovisuales sobre 2019, es la única pieza que brinda presencia y voz a heridos, viudas y madres de víctimas de la masacre de Senkata perpetrada por el ejercicito de Bolivia en 2019. Este documental de 130 minutos no solo cuenta con testimonios sino que despliega un voluminoso archivo de imágenes en movimiento, así como imágenes fijas. Muchas de estas podrían considerarse invisibles, pues circularon de manera limitada en redes sociales, mensajería y otras, exclusivamente en medios internacionales.

La puesta en imagen de la historia tiende a ser problemática, pues el establecimiento de puntos de partida como de momentos nodales se ofrecen escurridizos e incluso repelentes. Los dos directores, Franks Bautista y Juan Carlos Mamani optan, en el primer bloque de la película, por rememorar la masacre de Senkata de 2003, cuando el ejércicito boliviano acribillo a civiles en octubre de ese año. Sin la necesidad de establecer paralelismos, simplemente como gesto conmemorativo, sitúa al Distrito 8 de la ciudad de El Alto como parte de la conducta beligerante y fratricida del ejercicito sobre su propia población. A su vez, advierte una primera tesis sobre el golpe de 2019 como un símil del golpe de 1971, identificando al padre de F. Camacho como paramilitar y la práctica golpista como una forma de acallar al otro, para lo cual es necesario hacer de este el enemigo interno.  

A su vez, la puesta en imagen de los hechos, establece al lunes 11 de noviembre como el inicio de la violación de los derechos humanos por parte de la policía. Los arrestos y torturas, la elaboración de montajes entre policía y medios para estigmatizar a una ciudad. Relatos de detenciones, requisas e interrogatorios realizados por civiles coludidos con la policía para arrestarlos y exhibirlos como masistas y terroristas, como también testimonios de detenidos, víctimas de tortura que narran las horas posteriores a la renuncia de Evo Morales.

Estos testimonios, que superan los treinta, en los que no intervienen políticos ni analistas o comentaristas políticos y sociales, reboza de autenticidad, pues los relatos en su totalidad son en primera persona, los cuales confeccionan secuencias con material de archivo donde se exhibe tanto la violencia de civiles, grupos parapoliciales y policía contra la población, las cuales sirven de preámbulo para el bloque principal del documento; la masacre del 19 de noviembre.  

La estrategia coral, como suele ocurrir en las reconstrucciones con sobrevivientes, rememoran en primera persona lo vivido; las horas en que el ejercito disparó contra la población y la posterior búsqueda de heridos y cadáveres. El relato sobre el secuestro del cuerpo sin vida de Edwin Jamachi por parte de efectivos militares, resulta esclarecedor para comprender las dimensiones del operativo de «pacificación» que desplegó el gobierno de facto. El documental reconstruye situaciones como esa mediante el uso de imágenes procedentes de distintos formatos con testimonios de la familia del asesinado y de las mujeres que recuperan el cuerpo.

Las voces que habitan este documento audiovisual reiteran en varios momentos el rol nefasto de los medios masivos durante esas semanas, sin embargo, la justificación sobre la masacre de Senkata se torna grotesca conjuntamente con las declaraciones del ministro de defensa López y otros funcionarios del régimen, por lo que los realizadores optan por introducir animaciones y mapas para explicar la imposibilidad de la teoría sobre la inmolación colectiva de los manifestantes, para atentar contra una planta gasífera.  

Este documento estrenado el viernes, como mencionamos, se confecciona con imágenes de distintas procedencias, imágenes perseguidas, que se intentaron obscurecer, como advierte David Zenteno, padre de Milton Zenteno, asesinado en Senkata, quien sostiene que su hijo “estaba grabando con su celular y por eso le mataron, para que no haya testigos”, como ocurrió en Sacaba el 15 de noviembre, cuando una bala alcanza a César Sirpa, mientras transmitía por Instagram la represión militar y policial.    

A su vez, el régimen, como productor de imágenes, nos deja declaraciones como las del Ministro de Defensa F. López que denominó la masacre como “pacificación y lucha contra el terrorismo”, las cuales deben comprenderse como una actualización de la conquista y el sometimiento. Y a la vez, a esa nueva generación de soldados del ejercito patrio que tuvo su bautizo de armas con la sangre de civiles desarmados el 19 de noviembre, los llama “héroes de Senkata».

Senkata, memoria de una masacre, recupera la voz y rostro de los afectados directos, a diferencia de aquellas piezas que privilegian la voz de analistas, especialistas y políticos que tejen explicaciones, causas y consecuencias en perspectiva histórica, política y social, como suelen anotar desoyendo e invisibilizando a los afectados y sobrevivientes de los que reiteradamente hablan.   

Fotografía: Alexandro Fernández. Senkata, El Alto, 1 de julio de 2022

Sergio Zapata

Sergio Zapata

Crítico de cine y comunicador. Programador y gestor cultural.
Coeditor de Imagen docs.

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