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Mujeres con cámara y pluma: tres artículos sobre la participación y la representación de las mujeres en el cine boliviano en los 80

En la quinta edición de la revista Imagen (1988-1989), instrumento de difusión del Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano, se publicaron tres artículos, firmados por las realizadoras Danielle Caillet, María Eugenia Muñoz y Raquel Romero. Estos textos, que anteceden al primer manifiesto de videoastas bolivianas de 1989, reúnen puntos fundamentales para hilar y poner en evidencia los reclamos y las posturas que demandaban la atención y movilización de las mujeres del audiovisual.

La socialización de los siguientes textos es parte de los procesos de trabajo de la investigación/acción MUJERES/CINE: Bolivia 1966-2020, proyecto desarrollado por Imagen Docs, el Centro Cultural de España en La Paz y el Festival de Cine Radical.

Si eres mujer boliviana o en Bolivia y trabajas en cine y/o audiovisual, llena esta encuesta para la investigación.

La importancia de un cine llamado ‘POTENCIAL – MUJER’

Danielle Caillet (*)

De todos los medios de comunicación, el cine es, sin lugar a dudas, el más eficaz por su objetividad y facilidad de asimilación debido a la multitud de sus indicios averbales que eliminan riesgo de confusión semántica. En cuanto se refiere a países subdesarrollados y especifiamente Bolivia –nación anquilosada por su 48% de analfabetismo; su trilinguismo: aymara, quechua y castellano; su inestabilidad política– el cine tiene que ser uno de los instrumentos que ayude a plasmar la brecha vergonzosamente abismal que separa a Bolivia de los demás países: informando, concientizando y motivando.

Hablamos por supuesto del “tercer cine” o cine del tercer mundo. “No basta interpretar al mundo, se precisa cambiarlo”, tal podría ser el lema de este cine.

Un cine llamado ‘Potencial – Mujer’, su temática

Ahora bien, faltaría propugnar la creación de otro cine, el cual trataría de la problemática de un mundo ignorado: el mundo de las mujeres de extracción popular en los países subdesarrollados que no solamente deben aguantar las humillaciones de la miseria sino también las vejaciones del machismo. Un cine que combatiría la doble explotación de un 35% de la población boliviana y fomentaría la integración de este mismo potencial femenino al proceso de desarrollo.

Este nuevo cine, el cual bien podría llamarse ‘POTENCIAL – MUJER’, de temática novedosa, refutaría, como primera medida, el denigrante papel secundario que se le atribuye a la mujer en las películas comerciales y algunas del cine-combate, como también su función provocadora sexual, su pasividad y su relatividad. Su propósito fundamental sería romper el esquema de nuestra sociedad patriarcal imponiendo percepciones renovadas respecto al rol de la mujer.

De acuerdo a nuestras experiencias, se puede afirmar que para lograr una plena identificación de parte del público, en gran mayoría analfabeto, se precisa hablar de su propia problemática observando la más escrupulosa honestidad; debido al fenómeno de la percepción y retención selectivas, solo se percibe y memoriza lo que interesa, lo conocido, lo vivido. En caso contrario, se produce apatía social.

Necesidad de un cine ‘Potencial – Mujer’

Las razones para fomentar la creación de un cine llamado ‘POTENCIAL – MUJER’ son varias:

  1. La población femenina es mayoritaria, 51,83% contra 48,17% hombres, según datos del INE, censo de 1976.
  2. El número de mujeres analfabetas es dos veces mayor al de los hombres: 315,460 por 677,977 (INE).
  3. La tercera razón es la doble explotación de la mujer de extracción popular que sufre por ser mujer y por ser campesina, fabril o minera.
  4. Y, por fin, la cuarta y última razón, a mi parecer fundamental, es el rol de la mujer educadora que desempeña la mujer trabajadora. Se puede decir que: “educar una mujer es educar una familia”. En Bolivia, “las familias de estratos populares atraviesan por una relativa situación de anomía, expresada fundamentalmente por el número elevado de uniones inestables –como ser el “sirwiñacu” o matrimonio a prueba- separaciones e hijos naturales, que llegan a configurar una familia sui generis, basada en una relación diádica entre madre e hijos, con presencia esporádica del padre (P.A.R. Avance del Plan de Acción de Decenio de la Mujer, enero 1980).

Las mujeres son las únicas encargadas de transmitir los valores y símbolos dominantes, convirtiéndose en los agentes de socialización, hecho innegablemente contradictorio si se toma en cuenta su bajo nivel de educación formal.

Su lenguaje

A pesar de su relativa facilidad, la lectura cinematográfica requiere de cierto aprendizaje. Este lenguaje icónico –conjuntos de fotogramas con ritmo y yuxtaposición significativas– exige de parte del espectador un código interpretativo.

En el caso del cine ‘POTENCIAL – MUJER’ se debería tomar en consideración otro hechos muy característico a la trabajadora boliviana. Esta, además de pertenecer a capas sociales muy marcadas, se mueve en tres mundo culturales distintos: el aymara, quechua y occidental. No es lo mismo hacer cine para las obreras marginales urbanas que para las campesinas del altiplano, del valle o de las regiones tropicales. Tendríamos que efectuar un estudios de las propiedades específicas de los idiomas aymara y quechua –idiomas hablados por un 60% de la población– para poder adaptar nuestro lenguaje cinematográfico a las exigencias mentales de cada grupo cultural.

De ahí en adelante, se pueden hacer las siguientes aseveraciones:

  • Tomando en cuenta la estricta lógica del idioma aymara, se escogerá un desarrollo lineal, un encadenamiento causal, haciendo omisión del flash-back y la anticipación. Se empleará una sintaxis de yuxtaposición.
  • Respetando el medio ambiente de la mujer campesina, el estilo cinematográfico tendrá que ser lento, reiterativo y global. Con esta finalidad se utilizará los planos secuencias de preferencia los primeros planos que distorsionan la realidad y requieren de parte del neófito un intenso trabajo mental. Se evitará también la reconstitución de las imágenes descompuestas en sus diferentes elementos como, por ejemplo, los varios momentos de una acción que se ven uno tras otros, que son en realidad contemporáneos y pertenecen a la misma acción.
  • Considerando las diversas manifestaciones artísticas nativas –cerámicas, tejidos, música, danzas– utilizaremos un estilo geometrizante, sencillo, careciendo de emoción individualizada.
  • La gran dificultad del espectador novato es la comprensión del tiempo cinematográfico o elipsis. El montaje efectivamente tiende a eliminar los tiempos débiles o no significativos para encadenar directamente los tiempos fuertes. Consiguientemente, se utilizará un estilo en el cual la compaginación no sea de primordial importancia.

Por otro lado, para la mujer fabril se utilizará un lenguaje convencional, estilo reportaje, con utilización de entrevistas ya que, en el mundo urbano, el impacto de los medios de comunicación de masas ha acentuado notablemente el movimiento cultural hacia la occidentalización. Más que una búsqueda estilística, se profundizará la problemática debido a que la obrera, al igual que la minera, ha llegado a un nivel de concientización más elevado.

La novedad formal del cine ‘POTENCIAL – MUJER’ residiría no solamente en su expresión feminista sino también en su especificidad gramatical concorde al esquema mental de cada uno de los núcleos culturales.

Talleres de capacitación

Pero dejando de lado la demagogia, paternalismo y autoritarismo, solo existiría un cine del pueblo en manos de sus propios integrantes. Una vez alcanzado un cierto nivel de concientización, lo ideal sería la creación de talleres de capacitación permitiendo la transferencia de la tecnología del cine –Super 8 o video– al poder de los trabajadores, en el contexto de un régimen popular que alienta la expresión del pueblo organizado.

Sus aportes

El cine ‘POTENCIAL – MUJER’, en su función concientizante y movilizadora, rompería con la soledad y el temor de la fabril, minera y campesina, ya que los medios de comunicación, y el cine en particular, prestigian a los mensajes que transmiten, dándoles una nueva dimensión.

A lo largo de las diferentes charlas, el “yo” de los individuos se compromete en una interacción social para la confrontación de las actitudes. Cada uno ayuda al otro a evolucionar hacia una actitud nueva; la inseguridad provocada por el cambio está minimizada por el sentimiento de pertenencia al grupo. Además, la toma de decisión en común compromete más la acción que una decisión individual.

En cuanto se haya logrado la solidaridad de las mujeres en su agresividad –“la mujer tiene que aprender a expresar su cólera”, dijo Susan Sontag–, su lucha por la elevación del índice de calidad de la vida física será pues eficaz.

La Sra. Helvi Sipili, Secretaría General Adjunta de las Naciones Unidas, al dirigirse a la Conferencia sobre la Mujer celebrada en Houston, en 1977, pronunció estas palabras proféticas: “A menos que haya cambios en la situación de la mujer –políticos, económicos, sociales y culturales– los países en desarrollo no alcanzarán sus objetivos.”

Y, en un país como Bolivia, cuya densidad demográfica es inferior a 5 habitantes por Km2, se precisa más aun aprovechar el potencial humano en su totalidad: femenino y masculino.

(*) Danielle Caillet: Nacida en Francia, formó parte del equipo de trabajo de algunos largometrajes de la Productora Ukamau. Ha realizado varios cortos en cine y video. Es una destacada fotógrafa.

Artículo publicado en la revista Imagen, número 5, 1988-1989, editada por el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano (La Paz). Sección Primer plano, pp. 2-3.
Danielle Caillet (1942-1999), realizadora franco-boliviana.

Lo femenino: el fiero combate del amor y la ternura

María Eugenia Muñoz (**)

Corren tiempos en los que la soberbia e insensatez del hombre empiezan a poner en riesgo no sólo la vida de la especie, sino la de toda forma de vida sobre el planeta. Frente a esta realidad, creo que toda acción humana debe estar encaminada a frenar la destrucción, a rescate el amor y la vida.

El cine es la expresión artística por excelencia de nuestro tiempo, es la que mayor impacto tiene en un público cada vez más vasto y heterogéneo. Se puede también decir, como resultado de lo anterior, que es el cine –incluida la televisión, por supuesto– el medio de comunicación más responsable de la creación o conservación de ideologías, pautas de conducta, etc.

En este sentido, el realizador de imágenes tiene una inmensa responsabilidad frente a la humanidad. Sus planteamientos han de influir y posiblemente se vean reflejados en la actitud que adopten muchos otros hombres. Por eso, más que hablar del papel de la mujer en este medio de comunicación (que no veo por qué ha de ser opuesto o diferente al del hombre) valdría la pena hablar del papel de lo femenino en el cine.

Diversas culturas y pueblo han tenido muy presente que hay dos principios básicos que rigen la actividad y ritmo no sólo del hombre, sino del Universo: un principio masculino (activo) y un principio femenino (pasivo). 

El principio masculino encarna entre otras cosas la introspección, el sueño, el inconsciente, lo oculto, en muchos casos la magia. Encarna la imagen de la madre protectora y por lo tanto de todo lo referido a la conservación.

Considero que las culturas antiguas o tradicionales (háblese de la milenaria cultura china o de la pequeña sociedad macha del Norte de Potosí), han volcado gran parte de su creatividad e ingenio en conseguir un equilibrio –social e individualmente– entre el principio femenino y el masculino (Yin y Yang para los chinos).

Las sociedades modernas (sobre todo las que pertenecen al mundo desarrollado), no han hecho el menor esfuerzo por equilibrar estos principios. Se buscan métodos y técnicas que nos otorguen más poder –sobre los elementos, sobre los demás hombres y las demás especies, sobre las distancias y el tiempo– pero se hace muy poco por meditar y asumir lo que se va creando o destruyendo. Las conquistas de la ciencia y la técnica han producido una especie de embriaguez de poder y el resultado es un gran desequilibrio entre el principio masculino (acción y guerra) –hoy predominante– y el femenino (pasividad y conservación). Así, las múltiples formas de violencia con las que nos bombardea la realidad parecen no ser suficientes; el cine y la TV se encargan de condimentarnos el plato con más violencia. Con ligeras concesiones a ternura, la conciencia o el humor, la mayor parte del tiempo los hogares del mundo se ven iluminados por las llamas y el fuego que lanzan los televisores y –hay que admitirlo–, la mayor parte del tiempo libre nos la pasamos frente a esos aparatos. Así, después de un telenoticioso en el que hemos tenido que soportar que otros soldados israelitas súper armados machuquen con piedra la cabeza de un guerrillero palestino, se supone que tenemos que tener el suficiente estomago para tragarnos a Rambo o alguno de sus más degenerados, sutiles, cínicos o viciosos –pero igualmente violentos– parientes radicados en lugares como Dallas, Falcon Crest, Miami o Las Vegas.

No es de extrañar que sociedades extremadamente violentas se expresen con violencia, pero considero que los que tenemos el gusto y la suerte de ser subdesarrollados, no nos debemos dejar arrastrar a ese código en el cual las balas parecen ser el único lenguaje posible.

Nuestra respuesta debe ser combativa en la medida en que combata toda forma de agresión, de coerción a la libertad y la dignidad del hombre, pero también creo que sería –y de hecho en muchos casos es– muy saludable que frente al descanso de la violencia, opongamos un cine más femenino (no confundir con feminista y menos aún con afeminado); un cine introspectivo, que se ocupa del inmenso universo psicológico del hombre; un cine que crea que hay motivos para vivir y dejar vivir a los demás; un cine que rescate el sentido mágico y sagrado del mundo, que dé más oído a las voces interiores, subterráneas, que reclaman más silencio, menos fuego y más agua, menos cohetes, mas campanas…

Los grandes realizadores (pienso en Chaplin, por ejemplo), han sabido encarnar en gran medida lo femenino en su obra, combatiendo la injusticia y la violencia con amor, ternura y belleza.

(**) María Eugenia Muñoz: Egresada de la Facultad de Humanidades de la Universidad Mayor de San Andrés, es guionista y realizadora de video. 

Artículo publicado en la revista Imagen, número 5, 1988-1989, editada por el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano (La Paz). Sección Primer plano, pp. 4-5.
María Eugenia Muñoz, realizadora boliviana.

Mujeres realizadoras; lunares en el espectro audiovisual

Raquel Romero (***)

En los últimos años la mujer ha irrumpido en los diferentes campos del quehacer cultural y artístico boliviano con una fuerza insospechada. Tenemos en la plástica, la música y la literatura importantes representantes, no así en el campo audiovisual, donde la participación femenina es todavía muy incipiente. Salvo honrosas excepciones –Danielle Caillet, por ejemplo–, no se puede hablar de una continuidad de trabajo femenino en la realización de video y películas.

Si por razones inherente a los mecanismos de producción (falta de financiamiento e infraestructura, ausencia de incentivos estatales y otras formas de fomento), los productores y realizadores bolivianos que se aventuran en este oficio no llegan a la centena, menos podemos hablar de realizadoras. Somos un minúsculo grupo que, además por ser “mujeres” tropezamos con serias limitaciones familiares, sociales y económicas.

Todos sabemos que la producción audiovisual se caracteriza por ser una obra colectiva. Un video o una película no es un producto exclusivo de una persona. Es el resultado del apoyo técnico, creativo, artístico y físico de un grupo de realizadores que se han puesto como meta plasmar una idea en imágenes, documentar una realidad lo mejor posible y “mostrársela”: a un espectador, quien expresará –en última instancia sus juicios de valor frente a la obra terminada. Ahora bien, ¿qué pasa en este proceso creativo? ¿Cuánto le corresponde a cada quién? ¿Cuáles son los aportes más valiosos? Difícil determinarlo. La única manera es creando roles y ahí es donde la mujer lleva la “peor parte”. Generalmente sirve para labores de apoyo que son importantes, pero no decisivas. Su presencia es común en las tareas organizativas, en labores de continuidad, en las diferentes asistencias (de sonido, producción, vestuario, etc.), pero brilla por su ausencia en las áreas creativas. Incursiona algunas veces en la preparación de guiones, pero casi nunca maneja una cámara, edita o compagina y menos aún se encarga de la dirección.

¿Razones de este marginamiento? Muchas y muy complejas. Van desde la discriminación –porque existe– de la mujer a los puestos de dirección, ocupados generalmente por hombres; pasan por las ataduras familiares (atención y educación de los hijos), que las más de las veces coartan las posibilidades de aceptar o luchar por roles de dirección, que absorben mucho de nuestro tiempo y nos crean serio conflictos dentro del núcleo familiar; hasta terminar en el “famoso” miedo femenino a asumir papeles de responsabilidad creativa, para los cuales en muchas ocasiones no nos sentimos “capacitadas todavía”.

Nuestro “acostumbramiento” a ser el soporte de la labor masculina nos ha hecho sentir y pensar que hay situaciones creativas y de dirección para las cuales no tenemos condiciones. “Que las mujeres somos inseguras y hormonales y eso se refleja en el trabajo del equipo”. “Que la tecnología y el soporte técnico de la imagen es atributo de los hombres, pues ellos entienden más (por qué)” del funcionamiento de cámaras, grabadoras, editoras”. Estas son algunas de las aseveraciones que nosotras mismas expresamos para esconder nuestro miedo e inseguridad, pero se trata de falacias que debemos romper nosotras mismas. Recuperar los roles cedidos generosamente a nuestros compañeros de trabajo y embarcarnos en la ardua tarea de producir debe ser nuestro objetivo. “Nadie nace sabiendo”… y el problema no sólo se circunscribe a discriminaciones de género o de sexo. Hay que romper las barreras educativas y culturales que nos han condicionado a estar “detrás de” o a “colaborar con”.

Nuestro esfuerzo y nuestro trabajo serán los únicos argumentos válidos que nos abrirán los espacios cerrados, a veces por nosotras las mujeres. Hay que comenzar a dar rienda suelta a la creatividad. Empezar a construir nuestras historias y las de “otros” desde nuestra propia óptica; desde nuestra propia experiencia, con una perspectiva que revalorice la imagen de la mujer “delante y detrás” de las pantallas. Que la mujer real, “la de todos los días”, la “mujer de la batalla diaria”, que solamente aparece en el cine o la tele cuando hay marchas y manifestaciones de las que participa activamente como defensora de los salarios y las reivindicaciones sociales de su esposo o compañero.

Se nos califica de sectarias por estos conceptos y más aún por plantear temáticas femeninas en nuestras producciones. ¿Acaso no existen otros temas tan o más urgentes para filmar? Es la pregunta siempre. Estamos de acuerdo que tan dolorosa y dramática es la situación de un minero relocalizado, como la de una vendedora ambulante de la Av. Mariscal Santa Cruz… pero también es una verdad, que la marginalidad femenina es una cadena opresora mucho más pesada que la masculina desde el momento que “la hija del pueblo” deja de ser niñas, desde muy pequeña, para convertirse en madre de sus hermanos y en ama de casa, mientras su progenitora trabaja. Esta lacerante realidad la asimilamos las mujeres con mayor sensibilidad porque de cualquier manera la marginalidad nos atañe a todas. A unas más que otras.

Con grandes diferencias de clase y de casta, la discriminación hacia la mujer es un hecho en todas las escalas sociales. Un hecho contra el cual hay que luchar detrás de las cámaras, en el escritorio, en la fábrica, en la universidad y en cualquier lugar donde la mujer pueda expresar sus criterios, defender sus planteamientos y exteriorizar su visión del mundo. 

De ahí la importancia que tienen las mujeres que trabajan con los medios audiovisuales en un mundo plagado de imágenes y sonidos. Nuestro mayor compromiso consiste en valorizar los problemas femeninos, contextualizarlos dentro de una lucha global y sobre todo lanzarnos a la búsqueda de estilos y lenguajes propios, con una visión femenina del mundo… desterrando de una vez por todas el tratamiento abusivo y estereotipado del que ha sido objeto la mujer desde que el cine, mágico invento de nuestra época, se popularizó en una sala parisina.

(***) Raquel Romero: licenciada en comunicación en la Universidad Central de Venezuela. Integró la Productora Ukamau. Realizó varios cortometrajes y audiovisuales. Fue supervisora de Taller de Cine de la UMSA y actualmente trabaja de forma independiente.

Artículo publicado en la revista Imagen, número 5, 1988-1989, editada por el Movimiento del Nuevo Cine y Video Boliviano (La Paz). Sección Primer plano, pp. 6-7.
Raquel Romero, realizadora boliviana.

La socialización de estos textos forma parte de los procesos de trabajo de la investigación/acción MUJERES/CINE: Bolivia 1966-2020, proyecto desarrollado por Imagen Docs, el Centro Cultural de España en La Paz y el Festival de Cine Radical.

Conoce más sobre el proyecto y el equipo de investigadoras/es.

Si eres mujer boliviana o en Bolivia y trabajas en cine y/o audiovisual, te invitamos a llenar esta encuesta para la investigación.

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