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Santa Clara: la impaciencia de la gran producción

La película no deja de ser una sorpresa agradable porque muestra una capacidad logística y técnica del gremio de producción audiovisual y sobre todo se acerca a una región del país que apenas comienza a ser explorada por el cine con decisión y claridad.

La aparición y ocurrencia de Pedro Antonio Gutiérrez en la línea de tiempo del cine boliviano pinta mucho para ser un momento anecdótico de la misma. Precisamente, Santa Clara, el segundo largometraje de Gutiérrez, es una cinta que delata y determina una cuestión del cine boliviano. Elaboro: desde la aparición del cine digital y la proliferación de producciones de películas, el guion y la inversión económica han sido los chivos expiatorios para explicar la intrascendencia del cine boliviano contemporáneo. Si algo demuestra Santa Clara, es que la corrección y concentración en estos dos aspectos no solucionan la falta de significado y repercusión de las películas como producto cultural o incluso mediático.

Con lo anterior quiero decir que esos dos puntos son claramente favorables para la película, el guion es exitoso en su trabajo técnico por su despliegue de giros y algunos diálogos (más que por la historia contada) y la inversión de medio millón de dólares de la que se habla en los medios está justificada y bien invertida en una puesta en escena y manejo de recursos destacable. Sin embargo, estos síntomas que han sido tan señalados como los puntos más débiles del cine boliviano, no logran levantar la película por su fortalecimiento. A pesar de acertar donde se falla seguido en los largometrajes del país, a esta película no se le puede reconocer más que un par de méritos técnicos. Finalmente, la cinta no cumple con las aspiraciones más altas, no logra superar la exhibición en pantalla e instalarse en un colectivo, convertirse en un reflejo, un retrato o un emblema para alguien al menos. Pasado su estreno y distribución, sigue siendo una película ajena, pasajera e intrascendente.   

Además, sus valores técnicos también se contrastan con una falla importante, y es que un tema imposible de dejar a un lado es el montaje. El corte de esta película es incómodo y quita valor a varios aciertos fotográfico o de guion por cómo se manejan las tomas: tan cortas y sobrepuestas sin delicadeza, abusando de primeros planos y planos detalle que aparecen casi sin intención, una falta de criterio que reúne las tomas disponibles y las intercala como una presentación de catálogo, un poco de esto y aquello, corto y sin mucha información para proveer. Esto se hace evidente en las transiciones noche-día, que ocurren abruptamente, sin transición ni espacio. Un ritmo nervioso e impaciente para una película que supuestamente va por generar suspenso y expectativa en el desarrollo narrativo.

Sin embargo, la película no deja de ser una sorpresa agradable porque muestra una capacidad logística y técnica del gremio de producción audiovisual y sobre todo se acerca a una región del país que apenas comienza a ser explorada por el cine con decisión y claridad. Las herramientas están disponibles y la operación de éstas es eficaz, pero las producciones no pueden ser simplemente una agenda o una colección personal, debe moverse algo más en el emprendimiento. A pesar de todo, aún podría ocurrir algo más durante este suceso tan particular en el cine boliviano.

Camilo Agramont

Camilo Agramont

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