Las imágenes entran por los ojos, pero el sentido de la vista está detrás de la cabeza. La neurociencia ha demostrado que la región del cerebro dedicada a mirar se ubica en el lóbulo occipital, ahí es donde los circuitos sinápticos cumplen la función de procesar la información traída desde el exterior.
Entonces, si bien miramos con los ojos, observamos propiamente con la nuca. Curiosa contradicción, tener el mundo de frente y comprenderlo por detrás. Pretensión humana, demasiado humana. El mundo exterior ingresa por la retina y cruza toda la masa encefálica hasta llegar al otro polo, en la penumbra, donde no hay ojos, es donde sabemos que vemos. Así, se podría decir que el proceso evolutivo guardó nuestra mirada, la sociedad se encargó de pulir su cerradura y el cine intenta representar este fenómeno.
La raíz del problema es que: aunque vemos no vemos -así lo explica Sergio Zapata, creador del festival de cine radical-, ahí la radicalidad del fenómeno del cine. Por tanto, solo queda desaprender a mirar y aprender a mirar nuevamente, muchas veces. Como lo hizo la filosofía antigua, solo queda dudar de todo lo dado. ¿De dónde vienen las imágenes? Indagar una posible respuesta es la labor de la crítica de cine y tal vez del cine crítico.
La primera intuición metafísica: lo que vemos tiene un sustento que no vemos, algo sostiene al mundo, brota y se hace presente, emerge desde no sabemos dónde, ¿qué hay detrás del mundo que vemos?, pregunta la filosofía. El cine replica: una imagen se proyecta en medio de la oscuridad, ¿de dónde viene?, pregunta la crítica.
Las imágenes sobran en este momento de la historia, la velocidad con que transitan por nuestra vida nos acostumbran a una forma de ver. La crítica de cine, al ir en busca de los fundamentos de una imagen, nos moviliza hacia un hecho anterior a la observación, nos sitúa en la reflexión que acompañó la creación de la película, nos lleva de retro a la mente del autor y sus motivaciones, entre luces y sombras, nos convierte de consumidores de imágenes en espectadores de lo que se cree valioso, nos convierte en espectadores de valoraciones. Ahí su cualidad política. Son muchas las formas en las que se podría describir la crítica de cine, pero sin duda su mejor aporte es predisponer -políticamente- al espectador a entablar un diálogo con lo que observa.
En este contexto, el Festival de Cine Radical 2019 ha presentado un catálogo-libro que reúne críticas cinematográficas a nivel latinoamericano y ha convocado a la creación de una asociación de periodistas y críticos de cine. Política. En palabras de los gestores, esta iniciativa busca ir más allá del cine, se invita a reflexionar sobre las imágenes y la sociedad que las crea, más allá aún, se invita a pensar en la hegemonía de las mismas, en la intervención en la realidad, más allá todavía, se invita a ser parte de la historia, a estar presentes en nuestro tiempo. Más allá, siempre, utopía.
Por tanto, ¿para qué sirve la crítica de cine, y tal vez más allá- siempre más allá- un festival de cine radical? Tal vez sea lo siguiente: para que yendo más allá, estemos más acá, presentes en el acto de observar, estemos presentes en la sala, es decir, pongamos atención a lo que vemos y dejemos que las imágenes no solo atraviesen el cerebro, sino que sea éste el que atraviese también a las imágenes.
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