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Linchamiento: la heterogeneidad invisible en el cine boliviano

Película construida por bloques, conocemos la vida de Macario Huallpa, padre de Ángelo e Inocencio. Tras ser expulsado de su comunidad, Macario se ve obligado a vivir en El Alto, acompañado de su hijo menor, Inocencio, y a enfrentarse al rechazo y a la imposibilidad de asimilarse a la sociedad.

Linchamiento (2011), de Ronald Bautista, puede considerarse parte del fenómeno productivo que sucedió en la ciudad de El Alto a inicios de esta década. Es una pieza algo diferente de proyectos vinculados con leyendas y mitos, como El zorro y la pastora o La cholita condenada por su manta de vicuña, ya que atiende una problemática social como es la justicia por mano propia, la ausencia del Estado y el desarraigo cultural producto de la migración a los centros urbanos.

Película construida por bloques, conocemos la vida de Macario Huallpa, padre de Ángelo e Inocencio. Tras ser expulsado de su comunidad, Macario se ve obligado a vivir en El Alto, acompañado de su hijo menor, Inocencio, y a enfrentarse al rechazo y a la imposibilidad de asimilarse a la sociedad. Años después, el hijo mayor, Ángelo, migra a la ciudad, no expulsado sino esperanzado en poder prosperar. Será reclutado por una compañía de seguridad privada y, en un giro inesperado del destino, se verá involucrado en el ajustamiento de un presunto ladrón, el cual es su hermano menor, Inocencio.

Este relato moral, sobre la familia y las tradiciones, dialoga con lo que algunos historiados de cine y de la cultura boliviana denominaron cine indigenista, que podemos caracterizar a partir de la reproducción de tipologías sobre el indígena y el migrante: el indio bestia de carga, el primer tipo; el indio pagano exótico, el segundo; y el indio subversivo, el tercero. Las mismas tipologías son representadas en los personajes de Linchamiento, ofreciéndonos una actualización de estas representaciones rastreables que configuran un sentido común si no visual, al menos hegemónico, al momento de imaginar al otro, ya sea migrante y/o indígena. De la misma manera, otra caracterización haría referencia al contenido, que se ancla en el realismo social, pues atiende problemáticas sociales en planteamientos singulares desde una mirada exógena, urbana, hispano hablante. Sin embargo, la singularidad proviene del reconocimiento de una identidad, de un tiempo y una espacialidad concretos, distantes de la construcción visual de tipos y de costumbres, donde el tiempo se ha desvanecido y el espacio de representación es homogéneo e imaginario en función de un deseo. 

Esta emergencia, referida a los contenidos de las cintas, es un hito importante para pensar una posible historia del cine boliviano, como también de las imágenes que nos miran. Pues existen contenidos que afectan la mirada, que condicionan, orientan y ordenan el deseo de la mirada misma, por tanto, configuran una política de lo visual.

Si bien puede ser considerada como una actualización de ciertos valores, códigos y políticas de la mirada, Linchamiento se halla en las antípodas de La cholita condenada por su manta de vicuña, y por supuesto, muy lejos de las películas bolivianas que se estrenaron en sala esos años, como Los viejos (Martín Boulocq, 2011), Insurgentes (Jorge Sanjinés, 2011), Yvy Maraey (Juan Carlos Valdivia, 2013), entre otras. Esta diferencia permite pensar en un panorama heterogéneo del cine boliviano.

Linchamiento no se exhibió en salas, circuló en aulas universitarias y en el mercado paralelo, testificando la vitalidad de la cinematografía local y la irrupción de un cine boliviano que a la fecha continua siendo invisible.   

Sergio Zapata

Sergio Zapata

Crítico de cine y comunicador. Programador y gestor cultural.
Coeditor de Imagen docs.

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