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Cultura y contracultura, feminismo y dinámicas juveniles: Patricia Flores habla sobre moda

Somos una sociedad profundamente discriminadora, con matices de racismo. Y cuando hablo de sociedad me refiero a la sociedad global, que te estigmatiza por tu apariencia.

Feminista, melómana, comunicadora social. De un estilo inconfundible, Patricia Flores ha desarrollado una amplia trayectoria en la investigación sobre medios de comunicación, jóvenes y cultura. En esta conversación deshilvana uno de sus focos de atención y seducción: la moda y la indumentaria.

Mary Carmen Molina Ergueta: En tu experiencia vital-profesional y en tus búsquedas desde el feminismo, ¿qué lugar configuraste para la cultura, en grande, y para la indumentaria y la moda, en particular?

Patricia Flores: Descubro el feminismo por la contracultura. Cuando era adolescente y pre adolescente me sedujo enormemente el movimiento hippie, la revolución sexual, la libertad de las jóvenes. Quizás porque vivía en un mundo conservador. Vivía en el campo en Santa Cruz. Todo este mundo que me seducía, que veía a través de revistas o de películas. Toda la literatura que leía mi mamá.

Me vine a los 16 años a La Paz y aquí empecé a nutrirme de todo el cine que tenía que ver con juventud. Las películas que podía ver, la música que escuchaba –había descubierto radio Chuquisaca–, toda una seducción muy fuerte por este mundo libre. Ahí decidí que tenía que ser hippie. Desde muy joven empecé a adueñarme de esas estéticas, que ya las combinaba con productos locales… la chuspa andina, las chalinas que empezaban a circular en la calle Sagárnaga, las mantas de chola en los 80, una fascinación. Mi relación con “los trapos”, como le digo a la ropa, ha sido esa pasión, esa búsqueda de identidad, de diferenciarse, desde allí fui tejiendo lo que soy ahora.

MCME: ¿Qué piensas que significa el elemento cotidiano de la ropa?

PF: El hecho de vestirte es definitivamente un acto performativo cotidiano, seas o no seas consciente de él. Por otro lado, la moda es un juego de máscaras. Depende dónde me encuentro y dónde voy, qué quiero proyectar. Hay días en que quiero ser la hippi rockera de los 80, pero hay días en que quiero ser eso mismo pero con un toque de formalidad, porque a veces el trabajo y las lógicas cotidianas te obligan.

MCME: En estas lógicas el otro aparece a veces como censor. ¿Qué piensas de esta frase tan corriente en nuestro lenguaje: “la imagen es una carta de presentación”?

PF: Hay dichos y frases populares enormemente perversos pero a la vez sabios, y creo que son producto de la experiencia. Hay otra frase que me golpeó duro: “Así como te veo, así como te trato”. Eso siempre me rondó en la cabeza. Somos una sociedad profundamente discriminadora, con matices de racismo… y cuando hablo de sociedad me refiero a la sociedad global, que te estigmatiza por tu apariencia. Eso siempre me ha inquietado. Estamos en un nivel de sociedad tan disciplinar, que tienes que adecuarte a pautas sociales sobre las que se mueve la cotidianidad y la historia. En medio de esto yo creo que es interesante poder generar fisuras. Me ha tocado trabajar en el mundo estatal una década, entonces usaba cierta indumentaria seria porque tenía que hacerlo, tenía que servir a quienes acudían. No podía mostrar una imagen desprolija, porque es parte del respeto que tienes por alguien.

El tema de las pilchas termina siendo tan frívolo y, a la vez, tan cotidiano y vital. Pero podemos cuestionar los parámetros de la moda. Siempre he cuestionado el sexismo en nuestra forma de vestir, los condicionantes que han jugado con nuestros cuerpos, el uso de corsés, escotes, no como parte de tu libertad sino como parte de un condicionamiento social. Siempre me rebelé ante ello. Aliento a todas a que se rebelen ante estos cánones, pero pienso que hay que tomarlo con un toque de libertad y alegría. Es parte de la identidad, pero no lo sustantivo. Importa más lo que brillas por dentro.

MCME: ¿Por qué le dices “trapos” a la ropa?

PF: No me importa si son de tal o cual marca, o made in China, en el fondo son trapos, pilchas, no tiene que ser algo trascendente. Yo amo compartir lo que tengo. Todo tiene un tiempo, entonces luego dejo volar los trapos. Si veo que a alguna colega le gusta algo a veces soy desprendida y se lo doy.

MCME: A veces guardamos mucha ropa, sin utilizarla.

PF: Sí, y es porque hay prendas que tienen un peso simbólico muy fuerte La chompa que te dio tu papa, la ropa que compraste en tal momento. Una prenda es significativa porque te la pones en el cuerpo. Es algo que te abriga, marca tu identidad.

En ese sentido, me encanta acumular muchas cosas porque me evocan momentos que han generado una ruptura en mí. Por ejemplo, soy muy amante de lo antiguo, adoro lo vintage. Difícilmente podría deshacerme de una prenda de estilo sesentero que compré en los 90. He sido estudiosa de la moda, justamente por la cosificación y, a la vez, la libertad que dio a las mujeres. Porque en la moda hay que ver esas dos dimensiones, la rigidez, pero por otro lado la libertad. Celebro el momento en que apareció la minifalda. Miro con libertad el hecho de que las mujeres hayan quemado sus sostenes en mayo del 68. Amo que en la decadencia del periodo victoriano hayan caído los corsés. O a inicios del siglo XX, cuando las mujeres se cortaron el pelo y usaron melena. Cuando fumaban con esos vestidos esplendorosos y rectos. Entonces, no dejo ir, guardo con esmero y cuidado todas las piezas que tengo y que representan estas épocas, estos ánimos.

MCME: Las prendas tienen mucha carga histórica, además.

PF: Sí, y además con el tiempo y a lo largo de la historia, la moda y toda la creación que se pone en ella, en las telas, en las confecciones, se convierten en obras de arte extraordinarias.

MCME: Y realizadas aun en la actualidad con muchos procesos manuales. Incluso en las grandes fábricas, la tela corre debajo de las agujas porque alguien la acomoda.

PF: Y en este gesto concreto de la elaboración de una pieza con las manos, vuelvo a nuestro contexto. Los tejidos, los textiles. Me gustaba ponerme aguayo, combinar con tocuyo; yo me hacía mi ropa. Es una fascinación con el objeto, con el valor de la creación de las mujeres. 

Y en mi caso viene del hecho de ver tejer a una mujer. Mi madre, mi abuela. Luego, ver este mismo gesto en, por ejemplo, los tejidos Jalk’a, cuando yo no sabía todavía qué eran los tejidos Jalk’a, obras maravillosas de una seducción indescriptible.

MCME: Hablemos de la feria 16 de julio de El Alto. ¿Qué piensas de todo el consumo de ropa de segunda mano?

PF: Es un tema que tiene múltiples dimensiones, lo trabajé de ese modo en mi tesis de maestría sobre las dinámicas juveniles en la ciudad de El Alto. Por una parte, me sorprendió lo prolífica de la oferta de la Feria 16 de julio. Me sorprendió ver que era un enclave para proporcionar elementos a las tribus urbanas que en ese momento eran enormemente vitales en esta ciudad. Descubrí que allí podían vestirse los góticos, los heavy metal, los emos, los que aman el animé y el mundo asiático, toda la gente que hace cossplay. Además, descubrí que no solo era indumentaria. Había una gran oferta de arte, literatura, música, una articulación de expresiones con una sofisticación que no encontré en otros lugares. Se trata de una dinámica social rica y polifacética. Y en este costado entra el hecho también, por ejemplo, de ir a buscar y encontrar “joyas”. El tema de la marcas, los productos originales a precios bajos, pero incluso ciertos materiales de una calidad que encontramos extraordinaria.

Por otro lado, la comercialización de ropa usada tiene un lado perverso para la economía del país, un problema que no se ha solucionado aún. La feria ha ahogado la producción textil nacional, ha ahogado las iniciativas de montar fábricas de algodón y de ropa de algodón, ha coadyuvado a quebrar fábricas de distintos tipos, a hacer desaparecer a artesanos que producían y ya no lo hacen. Con una oferta como la de la feria de El Alto no se puede competir.

MCME: ¿Y cómo ves la relación de la sociedad con esta oferta y esta feria, qué moviliza el consumo de estos elementos?

PF: Si lo miro desde el lado de la juventud, también es indudable que el mercado de ropa de segunda mano ha coadyuvado a desfetichizar las marcas. En Bolivia se puede ver, por ejemplo, una prenda Nike original en pocas tiendas y a precios altos, muchísimas imitaciones chinas baratas en el mercado también informal, pero original y a bajo precio solo en El Alto. Marcas globales que en otros países implican para los jóvenes un anhelo y presentan una serie de condicionamientos sociales para su adquisición. En el caso nuestro no, y no solo para los jóvenes. La ropa de segunda mano ha inundado el mercado global de ropa boliviana, pero ahí y en sus posibilidades nos encontramos todos, mis colegas, mis amigas, gente de la zona sur. Todos buscando.

Y es un espacio que ha ido cambiando también con el tiempo. Cuando empecé a ir, hace 15 años, era impresionante el mercado de antigüedades. Podías encontrar portones coloniales, con la inscripción del año, originales y sacados de quién sabe dónde. Tengo la impresión de que todo esto ha ido disminuyendo. Pero hay otras cosas que siguen siendo muy vitales, los libros, los discos, diferentes productos culturales. Y eso me encanta porque la juventud de El Alto ha podido compensar carencias económicas a través de un universo prolífico y accesible, pero esta afirmación tiene sus matices.

Por otra parte, hace más o menos una década hay una suerte de emergencia de diseñadoras y diseñadores jóvenes reciclando y reutilizando ropa. Eso me parece maravilloso. Porque hablamos mucho sobre ser ecologistas y conscientes, pero no hacemos mucho. Creo que hay muchos jóvenes creando que saltan los prejuicios que se tienen con respecto a la ropa usada (la higiene, por ejemplo) y están siendo de verdad conscientes con el medio ambiente y el consumismo, y lo están siendo de forma práctica y creativa.

Fotografías: Pedro Laguna.

Mary Carmen Molina

Mary Carmen Molina

Crítica e investigadora en cine. Editora de publicaciones especializadas en audiovisual boliviano. Programadora y productora de contenidos culturales vinculados a la difusión del audiovisual boliviano y a las mujeres este campo. Co-fundadora y co-editora de la página web Cinemas Cine (2009 y 2014). Gestora y curadora del ciclo Cine español en Bolivia (2013-2015) y del Encuentro de Cine de la Fundación Simón I. Patiño (2014-2018). Editora de contenidos impresos del Festival de Cine Radical (desde 2016) y de los libros Insurgencias. Acercamientos críticos a Insurgentes de Jorge Sanjinés (2012) y Latinoamérica Radical (2019), entre otros. Co-fundadora en 2019 de la plataforma digital www.imagendocs.com. Co-productora y co-conductora del programa radial Cine con Cristal, de Radio Cristal de La Paz, entre 2008 y 2012. Co-productora y co-conductora del programa radial La mirada incendiaria, de Radio Deseo de La Paz (desde 2016). Consultora en comunicación. Licenciada en Literatura y candidata a la maestría en Literatura boliviana y latinoamericana de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. Como investigadora en literatura, se especializa en literatura boliviana y literatura boliviana escrita por mujeres en el siglo XX, y representaciones de lo femenino en la literatura boliviana de principios del siglo pasado. Tiene artículos y estudios sobre las obras de María Virginia Estenssoro, Blanca Wiethuchter, Jaime Saenz, Oscar Cerruto, Ricardo Jaimes Freyre y Alberto de Villegas, entre otrxs autorxs. Fue parte del grupo de investigación La crítica y el poeta, de la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz, Bolivia, con varias publicaciones en volumenes colectivos (2011-2019).

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