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Lo peor de los deseos: película de mafiosos a la criolla

Ante la falta de estructura, las secuencias se van ordenando de manera artificiosa a partir de recursos forzados. Por ejemplo, la inclusión de un misterioso personaje que no termina teniendo influencia alguna en la trama o el uso exagerado de una manera burda de transmitir información en el cine: a partir de noticieros informativos.

Claudio Araya propone en El peor de los deseos una radiografía del poder “a la criolla”, lo que termina acercando la película al género del cine negro o incluso al de gánsteres. Solo que en vez de mafias italianas organizadas, Araya pone en escena a un sindicato de transportes. De todas maneras, el realizador se esfuerza en narrar una historia de conspiraciones y de asesinatos.

Así, Carlos Borja (Luis Felipe Tovar), Roberto (Luigi Antezana) y Margot (Inés Quispe) se enfrentan en una literal lucha a muerte para controlar un sindicato de transportes. En medio de la narración aparecen cogoteros, putas, traidores y gente de calaña similar. Con estos elementos, Araya se esfuerza en encontrar un equilibrio entre una temática “universal” con elementos criollos e incluso locales.

El problema de la película es que las luchas de poderes que enfrentan a estos personajes no tienen un objeto de deseo creíble. O, mejor dicho, las acciones de los protagonistas son completamente desproporcionadas en relación a los objetivos que buscan. ¿Es acaso creíble el hecho de que Borja básicamente se convierta en un asesino en serie solamente para hacerse cargo de un mediocre sindicato de choferes? ¿No hay realmente acciones más sutiles, sobornos, chantajes, etc., que podrían ser más eficientes (y mucho más interesante para la película)?

Lo que sucede es que Araya da a sus personajes una motivación chata y artificial: la búsqueda del poder por el poder mismo. La intención del realizador de dotar de elementos criollos a la historia hacen poco creíbles estas motivaciones. Así, al final, los personajes actúan de manera más o menos azarosa, lo que hace que la película sea una colección de escenas absurdas que llegan incluso a lo irrisorio. 

A esto hay que añadirle, a pesar de contar con cinco asesores de guion, el hecho de que el filme no tiene estructura alguna, lo que se demuestra en el hecho de que existen personajes que solo aparecen al principio y al final del filme, para realizar una acción ex machina. Estos dos elementos, falta de motivación y personajes que en realidad están vacíos, hacen que el filme nunca aumente de tensión, lo que produce que el clímax simplemente se pase por alto.

Ante la falta de estructura, las secuencias se van ordenando de manera artificiosa a partir de recursos forzados. Por ejemplo, la inclusión de un misterioso personaje que no termina teniendo influencia alguna en la trama o el uso exagerado de una manera burda de transmitir información en el cine: a partir de noticieros informativos. Finalmente, las escenas se “pegan” mostrando de manera reiterativa postales de la ciudad de La Paz, un recurso que ya se está haciendo común, que viene de una tradición propia de la publicidad y que aparece en filmes como Muralla (G. Patiño, 2018) y Søren (J. C. Valdivia, 2018).

El peor de los deseos repite, como si de una fórmula se tratara, las taras del cine nacional. Diálogos artificiales, guiones sin estructuras claras, falencias que se buscan llenar con un “correcto” uso de la técnica fotográfica (eso quiere decir, “lo que se hace en publicidad”) y una cierta incomprensión, una mirada de outsider del mundo que busca retratar.

El peor de sus deseos y alrededores

Muralla (Gory Patiño)

Sorprenden los puntos en común que tienen el filme de Araya con el de Patiño. No solamente desde la temática, choferes metidos en negocios turbios, sino también en la manera en que se fotografían los filmes. En ambos, la pulcritud de la fotografía propia de la publicidad se contradice con el mundo sórdido que los filmes buscan representar.

Søren (Juan Carlos Valdivia)

Ya la crítica ha señalado el uso abusivo de “imágenes postales” turísticas en este filme. Al comparar el uso que Valdivia y Araya hacen de este recurso, se hace evidente que es una manera de cimentar las escenas unas con las otras, sin que haya una relación lógica de montaje. Ambos filmes delegan a la misma persona el trabajo de montaje: Juan Pablo di Bitonto.

“Homenajes” (spoiler)

El filme de Araya parece hacer un homenaje a dos maestros del cine: Alfred Hitchock y Orson Welles. Como en Psicosis (1960), a la mitad de la película Araya mata al protagonista que hasta ese momento seguía. Luego, en una de las últimas secuencias del filme, Araya trata de imitar la escena de los espejos de La dama de Shangai (1947) de Welles.

Texto originalmente publicado en la página de Imagen Docs en el periódico La Razón, 9 de diciembre de 2018. 
Sebastián Morales

Sebastián Morales

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