La tensión entre el cine y la historia, atravesada siempre por la memoria, es una pregunta de índole formal. ¿Cómo representar la historia, como mantener la memoria de un hecho, sabiendo que la imagen en sí misma es imperfecta y tiende siempre hacia el olvido? Filmes paradigmáticos de la modernidad fílmica, como Shoa (Claude Lanzmann, 1985), Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959) o, incluso, El año pasado en Marienbad (Alain Resnais, 1961) son ensayos cinematográficos sobre esta paradoja. En todo caso, se trata de poner en cuestión cierto régimen de representación para responder a la pregunta. En ese sentido, implica un ejercicio de pensar el cine.
A pesar de que Bolivia tiene una historia tan accidentada, tan llena de gestos de olvido, a pesar de tener un cine centrado en la identidad con una carga política, no hay realmente en el séptimo arte boliviano una reflexión sobre esta paradoja a partir del cuestionamiento de los regímenes de representación. Los filmes realizados por Carlos Mesa (que para muchos son el referente boliviano de la relación imagen en movimiento/ historia) soslayan este cuestionamiento a partir de una voz de autoridad. La imagen pierde su carácter polisémico, fallido, errático gracias a la voz de Mesa, la voz de la verdad, que cuenta la historia “tal como ha sucedido”. Sin hesitaciones, objetivamente, sin ningún tipo de cuestionamientos. El gesto de esta voz pretende expulsar de la imagen y de la historia todo tipo de dudas, dando a sus documentales la forma de una cientificidad artificial.
Es por eso que es tan importante para la historia del cine boliviano el estreno de la opera prima de Mauricio Ovando, Algo quema (2018). El filme parte de una premisa muy diferente a la que podría proponer Carlos Mesa y el equipo de producción de la serie de documentales Bolivia siglo XX. Ovando, el cineasta, encuentra en sus archivos familiares una gran cantidad de imágenes en movimiento de su abuelo, el general Alfredo Ovando Candia, expresidente de Bolivia. En estos archivos, el cineasta descubre una paradoja: las imágenes muestran, a la vez, a un abuelo y un padre cariñoso, y a un presidente que a ratos tiene políticas de izquierda, a ratos de derecha. En resumidas cuentas, una persona compleja, con una vida de misterios, paradójica, difícil de descifrar. Y ahí viene la constatación que da paso a una reflexión cinematográfica, formal: hay una gran cantidad de imágenes sobre Alfredo Ovando, como padre, abuelo, general, presidente; pero al mismo tiempo, no existe la imagen del protagonista del filme. Hay retazos de memorias, pero parece ser imposible construir una imagen global, coherente, satisfactoria, al menos para Mauricio Ovando.
De ahí que se construye un retrato a partir de hesitaciones, sabiendo que el régimen de representación “cientificista” no es suficiente e, incluso, es improductivo. Hay que poner en evidencia la fragilidad de estos retazos de memoria que dicen y callan muchas cosas. Pero para esto, es necesario mostrar que el mismo soporte que guarda estas imágenes es también frágil. Los diferentes formatos se combinan entre sí, mostrando en la textura de las imágenes sus diferencias constitutivas, sus maneras de construir memoria desde una visión subjetiva (está siempre en el documental la pregunta: ¿Quién filma estas imágenes? ¿Quién está atrás de esta construcción de la memoria?) Y este gesto llega a su momento más complejo cuando, por casualidad, una imagen en celuloide se quema ante los ojos del espectador, mostrando que la propia materialidad del cine es eminentemente frágil.
Algo quema no es una película de historia. El espectador no va a encontrar, como si estuviera viendo The History Channel, una serie de hechos y datos ordenados de manera objetiva. No se devela una verdad histórica en las imágenes o por lo menos no de una manera convencional. Algo quema es más bien una reflexión sobre la naturaleza misma del cine y su relación con lo real y la memoria. Es en ese sentido que es un filme sobre la historia, sobre el cine. Lo que busca es generar una serie de cuestionamientos sobre la manera en que se construye desde Bolivia la memoria, no solamente la colectiva, sino también la personal. Y es que en un país como Bolivia, las historias personales y colectivas se unen de manera tan intrínseca que a veces es difícil separarlas. A su vez, este hecho, requiere una reflexión sobre la forma en que se construye la memoria (y el cine). Algo quema es un gesto para pensar el cine tomando en cuenta sus problemas constitutivos, desde Bolivia, desde un espacio que hace del olvido una institución.
Texto originalmente publicado en la página de Imagen Docs en el periódico La Razón, 2 de septiembre de 2018.
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