Aldo Padilla
El 2018 ha sido un año de transición en el aspecto festivalero, tanto para Bolivia como para Chile. Luego de la avalancha de premios y de un intenso recorrido en el 2016 y el 2017, liderado por Viejo calavera (Kiro Russo | Bolivia, 2016) y Una mujer fantástica (Sebastián Lelio | Chile, 2017), ambos países han entrado en una especie de calma durante el pasado año y ha habido una focalización en un recorrido festivalero por Sudamérica, aunque hubo algunas excepciones que es necesario resaltar.
El caso de Chile tuvo su principal representante con Dominga Sotomayor y su film Tarde para morir joven (Chile, Brasil Argentina, Holanda, Catar, 2018), que se estrenó en la competencia internacional de Locarno (festival suizo y cuarto en importancia a nivel mundial) y que logró el premio a mejor directora. El aliciente de este triunfo, ser la primera mujer en ganar el premio en tan importante festival, le permitió abrirse paso en los enormes Toronto, NYFF (Nueva York) o el Londres Film Festival; la lista de premios y participaciones se hace extensa, pero sin duda demuestra la vitalidad de las directoras en Chile, quienes en los últimos años se habían destacado principalmente en documentales, pero que también han generado gran impresión en ficción.
El film La casa lobo (2018) fue la única representante chilena en un festival grande. La impresionante opera prima de Joaquín Cociña y Cristóbal León es un cuento de terror en stop motion, sobre los crímenes perpetrados en Colonia Dignidad. Su paso por la sección Forum de la Berlinale, dejó la sensación de lo ilimitado del cine animado. Su paso por festivales ha dejado una diversidad importante, desde Annecy (el festival de animación más importante del mundo), los hardcore como FIDMarseille (Francia) y Olhar de Cinema (Brasil), además de su gran impacto en los enormes San Sebastián y Mar de Plata. La casa lobo se vio en Bolivia en el Cineclubcito, en las sesiones de enero y febrero en La Paz, Santa Cruz y Sucre.
Un apartado especial puede darse al documental Petit frère (Chile, 2018) de Roberto Collío y Rodrigo Robledo, que fue estrenado en Visions du Reel (importante festival suizo). La película toca un tema muy contingente como es la inmigración haitiana en Chile y es parte de una serie de largos y cortos relacionados con el tema que se estrenaron el año pasado y que continuaran con algún título más durante el 2019.
El FIDMarseille 2018 recibió los estrenos mundiales de las películas chilenas Las cruces (Chile, 2018) de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez, y Una vez la noche (Chile, 2017) de Antonia Rossi y Roberto Contador, experimento animado. Ambos filmes despliegan un lenguaje que lleva a un nuevo nivel el concepto de memoria en la siempre convulsa historia chilena. El caso del film de Arredondo y Vásquez es el más exitoso ya que fue premiado en medio de la dura competencia del festival francés.
La relación de San Sebastián y Chile es probablemente una de las más fructíferas, lo cual fue aprovechado por una de las promesas del cine chileno, el jovencísimo Ignacio Juricic que debutó en el festival español con su primer largometraje. Enigma (Chile, 2018) dejó una agradable sensación cercana al intimismo de Lucrecia Martel. Este descubrimiento se complementó con el mejor director chileno de la actualidad, José Luis Torres Leiva que presentaba su maravilloso corto Sobre las cosas que me han pasado (Chile, 2018) en la competencia de cine experimental del festival.
Los reyes de Perut + Oskonikoff, cerraron el 2018 en el IDFA, con un promisorio futuro para el 2019, ya que el film no solo fue premiado, sino que fue la película con mejores criticas del enorme festival holandés de documentales.
Se puede dejar para el final las coproducciones chilenas que tuvieron cierto recorrido, como son la ficción LGBT Marilyn (Argentina, Chile, 2018) de Martín Rodríguez, que pasó por Panorama de la Berlinale, y el sci-fi de terror Muere, monstruo muere (Argentina, Chile, Francia, 2018) de Alejandro Fadel. Un caso aparte y muy particular es el de Gloria Bell de Sebastián Lelio (con el rol protagónico de Juliane Moore), acompañado de la productora chilena Fabula, ya que, si bien tuvo su estreno en el enorme festival de Toronto, no entra necesariamente dentro de la categoría de cine festivalero, ya que está destinada a un recorrido principalmente comercial.
Antes de partir con la circulación del cine boliviano en festivales, parece interesante nombrar al documental Chris the swiss (Suiza, Croacia, Alemania, Finlandia, 2018) de Anja Kofmel presentado en la Semana de la Critica de Cannes. En el documental uno de los antagonistas es el director y productor de cine, y soldado boliviano Eduardo Rozsa Flores, que en su momento definió una de las etapas más perturbadoras del país, con el caso del Hotel Las Américas en Santa Cruz de la Sierra. En este documental animado se plantea un retrato de Rozsa durante su participación en la guerra de los Balcanes en los años noventa y su implicancia en el asesinato del periodista suizo Christian Wurtenberg. La película genera bastantes dudas sobre la compleja figura de Rozsa, retratado como un sanguinario jefe militar, y además aprovechando los fragmentos del documental Chico (2001), dirigido y protagonizado por Rozsa, para complementar un retrato despiadado.
Ingresando al terreno de las producciones bolivianas, el nombre de Mauricio Ovando fue posiblemente el más reconocible durante el 2018 en festivales, ya que Algo quema (Bolivia, 2018) partió su recorrido con mucho revuelo en el inabarcable BAFICI bonaerense y su premio en la competencia latinoamericana. Posteriormente, consolidó su paso por Latinoamérica en festivales como Valdivia (el festival chileno más importante), EDOC (Ecuador), Black Canvas (Mexico), Cine de las alturas (Jujuy), FicViña, Frontera Sur (Chile), Transcinema (Lima) y un debut europeo en la Asociación de Cine Vertigo en Las Palmas (España).
Otro film relevante fue Averno (Bolivia, 2018) de Marcos Loayza, cuya victoria en la competencia latinoamericana del BAFICI marcó un punto de inflexión para el film, que logró circular por Brasil, Chile, Marruecos, Uruguay y Argentina, y que finalmente fue la ficción que más recorrido tuvo en festivales internacionales. Esto se contrapone con Muralla (Bolivia, 2018) de Gory Patiño, la cual fue enviada como la película boliviana representante a la selección para los premios Oscar y de la cual no se ha encontrado antecedentes de su paso por algún festival hasta el momento.
Cerrando el glorioso capítulo del BAFICI 2018, el film La cuarta dimensión (Argentina, 2018) del argentino Francisco Bouzas fue otra de las premiadas. El film rodado en su mayor parte en Bolivia plantea un tema recurrente en la relación entre los dos países, como es la inmigración y la identidad. El film de Bouzas no ha circulado más en otros países; un posible estreno comercial en Bolivia y Argentina podría darle un segundo aire.
Antes, en el mes de marzo del 2018 el largometraje de ficción El río (Bolivia, Ecuador, 2018) del beniano Juan Pablo Richter tuvo su estreno en el Miami Film Festival. Además, tuvo su pasó en el Festival de Cine La Orquídea en Cuenca, Ecuador, antes de su estreno comercial en Bolivia.
Es importante señalar el papel del festival limeño Transcinema, ya que su programación tiene un énfasis en el cine trasandino, lo cual permite una fuerte presencia de cine boliviano, muchas veces derivado de películas vistas en el Festival de Cine Radical. Ello ocurrió este año con películas como Mar negro de Omar Alarcón y Cómo matar a tu presidente de Ernesto Flores. Además del festival limeño, el film de Alarcón además se ha visto en el festival vanguardista Frontera Sur y la película de Flores se ha visto en el argentino Festival de las alturas (Jujuy) y en el Cinema de Fronteira (Acre, Brasil).
El siempre interesante FIDBA (Argentina) permitió el estreno internacional de Días de circo (Bolivia, Argentina, 2018) de Ariel Soto, cuya particularidad fue que parte de su financiamiento fue a través de la plataforma Kickstarter, lo cual demuestra la posibilidad de que filmes bolivianos de bajo presupuesto puedan apoyarse en la comunidad de internet.
Este texto no busca una comparación entre las industrias de Bolivia y Chile y más bien plantea cierto diálogo y paralelismo entre ambos cines. Muchas películas bolivianas que se han visto en Chile, lo cual demuestra el interés del país trasandino en el arte boliviano como forma de enriquecimiento cultural.
Además de tratar de resaltar la importancia de la visibilidad de los filmes a nivel internacional, ya que este aspecto es muy importante a la hora de conseguir fondos para proyectos, aunque siempre recordando que la visibilidad o relevancia no necesariamente tiene algo que ver con la calidad de las películas. El futuro impacto internacional se ve cercano con el regreso de los directores de la productora Fabula (Pablo Larraín, Alejandro Fernández) y la inminente producción de directores bolivianos como Diego Mondaca con su film Chaco, y también el grupo Socavón Cine, que ha ido circulando con sus proyectos en busca de fondos. Chile y Bolivia se han hecho muy visibles en el panorama latinoamericano y los años que vienen se ven aún más promisorios.
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